Las cadenas son pesadas forjas de hierro que nos atan y nos condenan. Las cadenas nos esclavizan continuamente bajo el yugo de su peso y el temor a no desprendernos de ellas. Y esas cadenas, pesadas, duras, férreas, las construímos todas y cada una de las personas sobre nosotros mismos sin darnos a penas cuenta...
Nos cuesta decir que “no” a los demás tanto o más como nos cuesta decirnos que “sí” a nosotros mismos, y no nos damos cuenta que la solidaridad de los dos contrapuntos es la libertad plena, el ayudar al otro sin dejarse nunca de lado a uno mismo...
A menudo construímos cadenas y nos atamos en un enjambre de hierros que nos inmovilizan. Esas cadenas se forjan con penas y tristezas, se fortalecen con sinsabores y falta de alegría, se mantienen unidas con dolores y fatigas. Por eso, es muy importante, vital, que sepamos romper nuestras propias cadenas... no podemos mantenernos atados por siempre con dolores y penas, con sinsabores, sin alegrías...
A veces las cadenas nos las atan otros y es nuestra absoluta falta de voluntad la que nos deja maniatados. Nuestra vida pasa por el esfuerzo de reivindicarnos libres, contentos, satisfechos... Y sin embargo, las cadenas que nos aprietan o que nos apretamos, nos dejan convencidos de que sólo podemos mirar hacia el suelo, insatisfechos, incompletos, como sintiendo que nos faltara algo...
Un pájaro dentro de una jaula nunca deja de trinar... Muchos entienden ese canto como su alegría, revolotea incluso sin poder quejarse de que sus alas se baten contra los hierros de la jaula que le condena... Sin embargo, si abrimos la puerta de esa jaula, el pájaro, con su trino, se irá volando... Al abrirse la puerta, se abren el cielo y el horizonte y las alas del pájaro, que ya no se baten contra nada, danzan enérgicamente para emprender el vuelo y encontrarse con el viento que le obliga a volar...
De la misma manera, muchas veces, nosotros, dentro de nuestras jaulas, cargados con nuestras cadenas, trinamos para que los demás piensen que nuestra felicidad está entre aquellos barrotes. Nuestras alegrías se baten contra la jaula y esperan que se abra la puerta para emprender el vuelo y buscar nuestro horizonte. Esas cadenas pueden romperse, esa jaula se puede abrir... Y sabiendo que tu felicidad está al otro lado de los hierros forjados, de las cadenas pesadas, ¿no te merece la pena emprender la lucha y deshacerte de ellas? ¿No quieres abrir la puerta de la jaula y echar a volar?
Tan sólo hace falta que quieras. Tú. Ahí radica tu felicidad, en tu decisión, en tu capacidad de elegir, en tu libertad para emprender el vuelo...
No temas al futuro ni al mañana, que no te asuste tener que volar, que no te asuste perder la jaula ni deshacerte de tus cadenas. Nadie de los que te quiere te condenaría a vivir con ellas atadas a las manos, mirando al suelo. Echa a volar. Sé libre. Sé feliz. Trina donde el mar te devuelva los ecos. Vuela donde tu felicidad te esté esperando...
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