miércoles, 10 de octubre de 2018

SOBRE UN PALO



Hace tiempo que venía pensándolo, pero no sé si os pasa alguna vez, mi manera de darme cuenta de las cosas en la vida es cuando las digo, cuando las verbalizo, cuando las escribo... Y hoy me ha vuelto a pasar. Tenía en el estómago como una maraña de pelo, la tengo desde hace tiempo. Y estoy bien. No hay nada malo, ni nada raro. Ni tristezas ni desdichas... Pero es verdad que llevaba tiempos y no sabía qué era. Finalmente, hoy, que ha sido un despertar nervioso, la palabra se ha escrito sola y me ha dado una idea clara: ni los silencios, ni los temores ni las buenas o malas suertes duran para siempre. Le digo a una persona por teléfono y ayer a otra frente a unos hielos todo aquello de que, al final, uno es como es. Y que parece que en este mundo hay que ser más individual, más trepa, más egoísta, más falso... Pero a mí no me enseñaron a ir por la espalda y nunca me han gustado ni la mentira ni el sentir que no engaño a nadie, que voy de frente. Por eso las dudas: porque ves que, a menudo, los que eligieron las malas artes van haciendo camino y te quedas con la sensación de que tú no andas... Lo he sentido mil veces. Y mil una he dicho: "Se acabó". Voy a dejar de ser como soy y así las cosas me irán de otra manera... Pues eso. Que hoy me he dado la respuesta: "Querido Bronchud, ni el silencio, ni el temor ni la suerte... son para siempre". Así que, me he decidido a seguir... A seguir como soy. A subirme sobre un palo y mirar sonriendo el mundo. Y comprobar qué bello es mi camino... Aunque a veces sea oscuro. ¡Pero qué bonito! Y ya llegarán otros días... donde decir y no callar, donde respirar y no temer, donde seguir viviendo con esta fortuna de apoyarme en las pequeñas cosas... Hoy me dí cuenta de todo eso. Y de que soy feliz con mis pequeñas cosas. Y de que todos esos a los que a veces envidio sus malas artes, no tienen ni idea de lo que es subirse a un palo y mirar sonriendo el mundo... Y, muy probablemente, cuando lo hacen, ni siquiera tienen a quien se lo puedan contar, les comprendan y se sientan felices con ellos por ello... Así que hoy: callado, temiendo y con mi suerte, a seguir viviendo...

lunes, 17 de septiembre de 2018

SI HICE O NO HICE



Contaré que pasó el verano y unos días de reposo obligado. Unos días largos de fiebres altas.
Llegué de Madrid anoche. De Auswitchz, Queen, las tapas y el cocido. Con Rosa y Edurne, Susi y Miguel con Vicente. Un buen fin de semana sin arrastrar los pies cansados de llevar el cuerpo. La cabeza también se cansó de lo mismo hace unas semanas. Pero vuelve todo a su sitio, como se calman las aguas tras las tormentas.

Decidí a partir de hoy el sí antes que el no o la duda. Lo prefiero. Quiero ir buscando soluciones cuando lleguen los problemas y dejar de encontrarme estos de frente, como si fuera la única opción. La tapia. Quiero ir descargando las culpas que no tengo y armarme de paciencia y de voluntades. Quiero ir haciendo camino, en esta segunda parte de mi vida que hace un tiempo escribí que venía...

Haré lo que debo de hacer. No pisar: porque uno nunca creció trepando, pero si dejar la disculpa continua y el lamento, la venda antes de la herida y la herida antes que el silencio. Habrá que ir buscando nuevas metas y otros retos, porque me lo pide la vida. Me descargo de mi y de mis pesadeces, me lo pide el cuerpo. Y a veces, hay que escucharlo, como me dijo el doctor, yo que escucho muy bien estas cosas...

Iré diciendo. Iré viendo. Releeré esto algún día y me sorprenderé de ver si hice o no hice. Pero hay que ir remando hacia adelante, con mayor fuerza o menos. Según se pueda. Y según soplen los vientos...

lunes, 23 de julio de 2018

MÁS DE MENOS


Querida mía,

Desde que te fuiste he visto cielos únicos, caer tardes con una exquisitez única, en silencio, con un manto de nubes alrededor de mis pensamientos que fueron volando solos, en callada armonía para mecerse sobre las olas de los mares del Mundo y conquistarlo todo al perderse tras el horizonte. Aprendí a ser mayor, a hacer ruidos cuando me levanto de los sitios, a tener dolencias que nunca tuve y a pensar desde la edad hacia detrás y menos hacia adelante. A echar de menos lo que aún tengo y a temer perder lo que nunca quiero que deje de ser mío. Desde que te marchaste me inunda de vez en cuando la nostalgia, y la lloro con las manos en un teclado para decirte que sí, que de vez en cuando te pienso, te echo de menos, y te vuelvo a pensar... He seguido caminando sin prisa, pero a veces con demasiadas pausas. Y si me siento a mirarme desde una silla, al pasar, ha habido veces que no me he reconocido. Pero me traje hasta aquí. Corriendo rápido como un niño tras un globo, igual, tras tu memoria. Eché de menos descolgar el teléfono y volver a llorar. Sentarme en tu mesa y volver a sonreír... Volver a decirte lo que fuera y que tú me contestaras algo tan sencillo que mis problemas se derrumbaran como un castillo de cartas, una vez más...

He llegado hasta aquí, bien acompañado claro, como siempre, porque tú sabes que desde niño siempre fui voz de otros oídos, mano de otros paseos, amigo antes y después que nada... He llegado hasta aquí con un poso de duda, sin miedo, pero intranquilo ante todo lo que tenga que llegar... si es que aún queda algo por llegar, que será lo mejor como reza la pulsera que me até y se esconde entre las demás, como queriendo incumplirse.

A veces, también te digo, hay mañanas en que todo es oscuro y pienso si no me habré equivocado y si aún estoy a tiempo de acertar... Luego me pierdo, como siempre. ¿Te acuerdas? ¿Cuántas veces puedo colgarme de una nube lejana? ¿Cuántos azules sé mirar en el cielo? ¿Cuántas estrellas me quedan por contar...? Me pierdo entre mis versos de colegial, sin rima ni talento, y así me desconecto de las nubes de tormenta, los cielos oscuros y las estrellas que se fueron apagando...

Te escribo para decirte que estoy bien. En calma. Tranquilo. Y a la vez me remuerden las ganas de no saber qué me apetece ni qué más quiero buscar. Porque tengo la sensación de que hace ya mucho que dejé de querer, como dejaron de ilusionarme las cosas ni me contagió de apetito lo que tuviera que hacer... Las navidades ya no son como las que tuve. Y así, con todo, tengo la sensación, yo que respiro siempre en el exceso, que todo vino rebozado en una rutina que no soporto...

¿Y ahora qué? Ahora te escribo. Me pongo algo de música triste y te escribo. Y te pienso, y me sonrío al pensar cuando estabas y me decías tantas cosas, aunque fuera callada, me dabas tantas respuestas que hoy no sé dónde encontrar... Estoy feliz, sin excesos, tranquilo. Ya te lo dije. En paz conmigo más que con mi cabeza, que no deja de preguntarse y de querer saber. Pero me encuentro bien. Solo necesitaba escribirte... decirte que la vida sigue dándome sus empujones y yo sigo caminando mientras miro en los cristales que mi espalda se curva y el pelo se pinta de blanco. Te escribo para decirte que me hice mayor. Más mayor. Y que te echo de menos. Más de menos...

martes, 26 de junio de 2018

ME SENTÍ LIBRE MIRANDO AL CIELO

He paseado con las piernas cansadas y los brazos caídos, atados a la tierra con un peso que nos condena a agachar la cabeza y, con ella, la mirada. Que nos obliga a caminar, otro día, otro paso y siempre el mismo camino... Y he sentido que daba igual qué cielo cubriera todo porque yo ni tan siquiera tuve tiempo de mirar allá arriba, donde se descuelgan los sueños y se encanan los suspiros... Claro que viví épocas en que mi mirada fue amante del suelo y la fuerza de mis ojos eran solo cansancio y hastío. Pero llegó un momento en mi camino que decidí parar. Miré mis pies y ví los zapatos sucios y pensé: ¿de qué habrá servido tanto caminar perdido? Porque anduve yo tan perdido en mis pasos, en mi caminar caduco, que nunca presentí si había por delante más camino. Miré mis piernas temblar, bajo mi ombligo, cansadas como dos troncos grises condenados al final de mí mismo. Pero no vi fuerza en ellas, ni combate en mis brazos, ni alegrías en mi pecho, ni brillos en mi mirada, ni esperanzas en mis labios... Solo noté que estaba parado, así, sin ganas en mitad del camino.

Y entonces pensé cuántas nubes no me habría perdido, cuántos soles dejaron de cegarme, cuántas brisas no frenaron mi sonrisa y mi mirada alegre. Y fui consciente de todo aquello que, sin haber desaparecido, deje perderse por falta de atención, por ausencia de ánimo o por contagio de alguna tristeza. Me paré en el camino. Firme. Decidido. Dije de levantar la frente y que el cielo fuera mío. Y noté el cuello quebrarse, romperse, hacerse añicos, como si fuera un cristal helado y extremadamente fino.

Pero no sentí dolor. Sentí una liberación absoluta, sabiendo que era un acierto, aquello que antes me pasaba tan desapercibido. Sentí el sudor recorrer el rostro como una hormiga que regresa a casa, el sol dejarme completamente aturdido y una sensación de libertad absoluta al ver como aquel viento de verano hacía de mi rostro las rocas donde batir sus alas. Me sentí libre mirando al cielo. De noche estrellado, de día cargado de estrellas escondidas, de nubes vaporosas, de sueños perdidos como globos, que, desatados, se escapan a conquistarlo todo...

Me sentí abierto a la vida y, ésta me devolvió en besos mis ganas de sentirme vivo. Sentí el cielo como principio igual que el suelo era antes un fin. Y vi que la luz que todo lo riega se convertía en mi compañera de viaje. Me sentí libre...

Y desde entonces sigo en el camino... Camino más despacio, con menos peso, con más silencios, con menos cargas, con más pasión, con menos miedos y muchas más esperanzas. Muchísimas más esperanzas...

martes, 19 de junio de 2018

CAMINAR SERENO



A lo sumo, he venido viviendo hasta aquí sin grandes pretensiones. A lo resto, he dejado de decir verdades como puños que se clavaron en el estómago, pero que tampoco nos hubieran llevado mucho más lejos, a lo mejor, sí, más descargados, más tranquilos... A base de verdades perdidas se construyen caminos, casi siempre más tortuosos que aquellos que engañan o mienten con descaro, sin vergüenza ni vergüenzas, por el simple aprovechamiento de hacer de su camino un atajo y del atajo su manera de caminar... Pero los que vinimos a ir paseando, y nos quedamos, nos encontramos casi siempre con sendas largas, prolongadas, de pendientes infinitas que, a menudo y por desgracia, nos desmontan y nos desaniman desazonando el corazón. Frente a esos vericuetos de la vida, nuestros pasos suelen hacerse más firmes, aunque zozobren en la velocidad, y hasta en la misma contundencia la huella deja improntas menos fuertes que cuando caminamos con fuerza. Con vehemencia. Con convencimiento...

Yo hace tiempo que paseo más comedido. Que ando, como se dice, sin pausa pero sin prisa porque, aunque no renuncié a nada, admití que para volar hacen falta alas y viento a favor. Y aunque yo no puedo quejarme, porque siempre tuve aunque fuera una disimulada brisa, he entendido con los años que vivir solo es eso, vivir.

Nos han dicho muchas veces y muchos sobrecillos de azúcar que hay que vivir la vida. Pero se equivocaron. Con la vida, lo que hay que hacer, es aprovecharla. Y disfrutarla de pequeños detalles que construyen mil espacios distintos donde se relaja nuestra alma, nuestros pasos se hacen más cómodos y nuestros oídos pierden el miedo al grito y al ruido, a ese constante ruido que siempre hay alguien con algún interés que viene a ensordecernos.

La vida, lo digo, hay que aprovecharla. Rayar en blanco sus colores y disfrutar, con pequeños sorbos, porque el trago grande, cuando no te atraganta, te deja enseguida con sed. Sed de vida, que ya es bastante.

Yo, lo digo, hace tiempo que aprendí a dar los tragos con paciencia y una pizca más de serenidad. Que aprendí a morder despacio y masticar. Que supe, como sabemos todos los que queremos aprender cada día, que el temple y la tolerancia hacen más aguantada la digestión. ¡Y no hablo de resignarse! Que nadie caiga en esa trampa que algunos días nos ponen bajo los pies para que acabemos chafando... Hablo de no mecerse intranquilo entre el desasosiego y la cólera. Digo no a impacientarse entre aprietos y ansiedades. Prometo no temer, ni zozobrar, preocuparse o esconderses entre remordimientos... Cuanto de digo que seas libre, solo lo digo para que el valor gane al miedo y desconfies solo de las sospechas... Así se camina más sereno, se ve más claro...

martes, 12 de junio de 2018

CAMINOS


Vivir es como caminar. Para cambiar el rumbo solo necesitas dar pequeños pasos y tomar algunas cuantas decisiones. Pero lo que de verdad es importante, siempre, es seguir caminando. Ir decidiendo poco a poco, sin prisas. Y cuando te canse el camino, para, descansa y lánzate de nuevo con pasos más decididos. De momento, desde hoy, ya reemprendimos el camino dispuestos a disfrutar del paseo...

BARNIZ


Todos tenemos derecho a apuntarnos un triunfo en la vida. Lo digo porque a menudo, como todos, calculo, me pongo de un pesimista rancio absoluto y me tiro calles abajo rodando con el ánimo clamando al cielo si la suerte de otros nunca me protegerá a mí. Sin embargo, cuando la trascendencia deja espacio a la pausa y a la calma de asimilar las cosas, me pregunto lleno de coraje y de satisfacción, honda satisfacción, qué hecho en falta para lamentar tanto como lamento. Hace poco leí que si encaras la vida con una sonrisa, la vida te devuelve sonrisas. Y yo, que cabalgo entre la edad de entrar en crisis y la de que todo me empiece a dar más o menos igual, me confirmo ante mi espejo que soy yo y rotundo me respondo: sonríe, sonríe porque la vida te tratará igual... Y en ello me encuentro. Sin soltar carcajadas, pero dejando que el rostro tenga menos rigidez y más salud. Sobre todo mental.

Decía que todos tenemos derecho a triunfar en la vida. El problema es que nunca nos enseñaron que ese éxito es el de vivir, el de apreciar lo que tenemos, el de no necesitar nada más que pequeños golpes de suerte para ir resistiendo... Hay que ser activos frente a la pereza, hay que ser conquistadores y no conquistados, hay que ser soñadores y no vivir siempre dormidos... Hay que querer. Y queriendo se lanza uno a triunfar donde sea, empezando por la propia vida de cada uno de nosotros, que, lamentablemente, parece siempre importar menos que la vida de los demás...

Yo he triunfado. Tengo esa sensación. Porque tengo una familia que acoge, unos amigos que recogen, un trabajo que uno escoge y un futuro por delante, que no sé de qué color vendrá pintado, pero que le he comprado yo un barniz para que me brille más...

Nadie me creerá, ni yo mismo, si dijera que en cada uno de nosotros está la elección de que nos vaya bien. ¡Claro que hay quien desde fuera puede truncar nuestros deseos! ¡Desde luego que la vida nos va empujando a veces a bofetadas! Pero otras muchas, sin ser conscientes, nosotros, nos cogemos al carro negro y nos tiramos por el camino abajo...

No digo yo de andar sobre nubes. No quiero volar ni surcar cielos. No hacen falta mares de verdades sin inquietudes ni zozobras. Pero sí, que reconozco y creo, que hay barnices para hacer brillar nuestros días de otras maneras... Y yo me he decicido a pintar algo más cada día...

martes, 5 de junio de 2018

VINIMOS



A la vida vinimos para ir caminando, con mayor tino o peor desatino por este destino no escrito que es vivir. A la vida vinimos unos días a reír y otros a ir llorando, verdad en mano, a caminar y a hacer camino que dijo Machado, que es un camino lo que se cruza al caminar… A la vida vinimos a triunfar y a perder, tiempos muertos y vivos recuerdos; a conseguir y a dejar de lado y ponernos de frente, a que nos dejaran y a ser dejados… Vinimos a emprender caminos en solitario, a soñar despiertos y a decidir por nosotros mismos y a veces por los demás. A enfadarnos cuando nos prohibieron, a rebelarnos cuando nos señalaron y a gritar cuando nos pidieron silencio. A la vida vinimos a cantar las cuarenta y a bailar pegados, a beber despacio, a viajar lejos, a hablar solos y a decir mentiras, a escuchar, tan solo, solos de vez en cuando… A la vida llegamos para abrir puertas, acabar rendidos, acercar propuestas, aconsejar sin que nos los pidieran, acordar principios, amar y andar, apoyar medidas y aprender leyendo. A la vida vinimos a desarmar a los asesinos de razones y a atacar a quienes pudiendo ayudar se fueron a bailar sin hacer ruido… Vinimos a bajar los ánimos, a decir basta cuando ya era suficiente, a bañarnos en oro y a buscar tesoros, a caer y levantarnos mil veces, a callar delante de los mayores, a calmar al enfermo, a cambiar las cosas y a campar a nuestras anchas aún cuando pasábamos estrecheces… Vinimos a cantar las cuarenta, a cazar para cenar, a centrarnos de vez en cuando y a coger aires nuevos para descentrarnos de nuevo. Soplamos vientos. Y recogimos tempestades. Volvimos para comenzar, una y mil veces, a comparar para comprar, a conducir sin conocer adónde íbamos. A aparcar y a aparcarnos. A conseguir, eso, tan difícil siempre. A perder casi todos los días. A no conseguir, ni consentir ni sentir siquiera... A contar lo que otros no contaron. A continuar lo que otros dejaron, a seguir viviendo, que es correr sin cortarse un pelo. Vinimos para coser y callar, para crear y creer, para cuidar nuestros principios, que nos llevaron al fin. Vinimos para dar y para dañar, para cumplir con el deber y para decidir qué decir sin dejar tiempo para descansar ni noches para no desear. Vinimos para destruir a veces y disculparnos después, para buscar un mundo donde divertirnos, para no volver a sentir que duele, para dormir, que es cuando deja de doler… Vinimos para durar y para elegir, para empezar una vez más y para empujar cuando alguien quiere entrar. Vinimos para encontrar, para enseñar, para entender que se puede entrar y no se tiene porque salir. Vinimos para esconder, yo a días para escribir y cada segundo para escuchar: para esperar, para estar y para estudiar cómo podemos existir. Y por explicar si aún nos puede extrañar todo lo que echamos a faltar. Vinimos para forzar, para ganar, para gritar, para gustar y que nos guste, para hablar, para hacer, para importar... Porque quisimos importar… Vinimos a la vida para tantas cosas que casi olvidamos lo más sencillo: vinimos para vivir. Para ir viviendo.

martes, 29 de mayo de 2018

VOLVÍ A CAMINAR


Hubo unos días lejanos en que aprendimos a caminar, en que de una manera inconsciente nos enseñaron a andar. La vida y nuestra familia, que nos cogían de la mano con el temor de que pudiéramos caer en cualquier momento... Calculo que como todos caería mil veces, pero no lo recuerdo. Y anduve. Aprendí a caminar, a dar pasos, uno tras otro, tan distinto a aquellos animales que nada más nacer se ponen de pie y se lanzan a galopar... Con una libertad absoluta. Anduve por la vida, fui dando pasos pequeños, sin intentar pisar nunca a nadie, y cuando intenté darlos de manera más ágil y rápida, algo, la vida misma, me frenó.

Me enseñaron la vida y la familia a conquistar caminos despacio, a no tener prisa, a ir andando, a caminar sin ser perfecto pero sin crear desperfectos. Y anduve, todo lo que hasta hoy me trajo, lo anduve. A veces solo, a veces con la vida y el viento a mi favor, otros con la familia de sangre y aquella otra que yo busque de manera instintiva, y a veces cuando creía que nadie más me vigilaba, creí batirme contra la vida, de una forma oscura y triste, perdido. Caído en depresión.

Así que, seguí andando solo, siempre bien rodeado, pero con mis manos libres. Dando un paso tras otro, sin que perdiera nunca un pie: ni para una zancadilla ni para un pisotón con que chafar a nadie; si acaso algún involuntario resbalón con el que me estrellé, de bruces y cruces, contra el suelo.

Pero me volví a levantar. Me quité el polvo de ropa y cara y aún temiendo echarme a llorar volví a dar pasos. Volví a caminar. Regresé a las andadas, que son mi manera de recorrer la vida... Claro que regresé, como se vuelve siempre, decía el tango, al primer amor. Y al último despecho.

Quise en mi camino deshacerme de la bilis que se asió al estómago como de las pesadas piedras que otros cargaron en mi mochila, a lomos de mi peregrinar. Y seguí andando, cuando el viento más fuerte soplaba en contra y cuando la brisa le recordaba a mi cara que estábamos vivos...

Caminar nunca es fácil. Caerse y levantarse una vez más, se antoja cada vez más difícil. Porque de joven se tiene un instinto de rebeldía y de mayor, ser rebelde es sobrevivir.

Caminé. Claro que caminé. Gracias a los que dedicaron su tiempo en cogerme de la mano. Y a la vida misma, que me enseñó a limpiar las heridas y volver a caminar. A la vida, que me enseñó a seguir andando hasta cuando el viento sopla fuerte en contra. A la vida, que me dio la oportunidad, de alzarme libre y echarme a galopar...

Entre pesos y pasos, entre silencios y palabras...

martes, 22 de mayo de 2018

HAZ


 
Ayer cogí la vida y me puse a caminar. Ayer, al salir de mis días, me encontré en un cruce de caminos, como un sol y montaña, sin señales, para elegir. Para elegir si llevaba mis pasos al metro, al cansancio de la calle, a la estación, a los trenes tristes y a las paradas silenciosas o si, sin medir kilómetros hasta casa, dejaba que la inercia me empujara a pasear por la columna vertebral de esta ciudad dormida. Y elegí en plena ebullición de mi inconsciencia finita el caminar…

Bajé a las orillas secas que se llenan de vida. Me paré a contemplar un árbol deliciosamente iluminado por el atardecer brindándome sus ramas, como brazos abiertos, cargados de unas flores de morado intenso. Y un camino, sin fin, infinito, lleno de polvo con que ensuciar mis zapatos.

Me puse los cascos para escuchar música, una manera de no escuchar todo lo que de verdad había en el camino. Y me puse andar. Anduve, primero, persona y singular. Anduve, pretérito e indicativo. Imperfecto, como soy. Y como me siento.

Sentí flaquear las piernas, que no las fuerzas, porque tengo unas agujetas perennes cogidas al alma. Y se resienten de vez en cuando. Pero hasta de ese fingido cansancio me olvidé mientras miraba el suelo, o el cielo, o las nubes pasar… Luego volvía a mi realidad. Y a mi realidad inventada, que es la más dura y cruel de todas. Como me hice mayor, decidí teñir de nostalgia y de pereza mis sueños de cuando ando despierto. Antes todo eran colores mágicos y vuelos incesantes. Y ahora, como desnortado, cuando pienso, pienso en no pensar…

Seguí caminando por un ejercicio de responsabilidad: si yo elegí emprender el camino, yo debía acatar lo decidido. Y como fueron sucediéndose pasos y kilómetros, así fui sucediendo pensamientos reales, reales inventados, reales deseados, deseos irreales y ausencias de mí.

Hubo un momento que paré el camino, que me miré desde dentro a los ojos, fijamente, y con la contundencia absoluta de mi voz callada me dije: haz lo que quieras, sueña lo que apetezca, decide por ti… pero hazlo. Hazlo. Haz.

Porque tengo una sensación de arrastre por inercia absoluto, de dejarme de hacer sin parar nunca de hacer y de querer saber algo más de lo que hoy tengo, como si no fuera suficiente todo lo que sé y lo que me pertenece.

Probablemente nos han engañado a empujones para que seamos felices constantemente, pero nos han robado lo más basico: el ser, que seamos. Imperfectos, indicativos, singulares… como ayer, que yo decidí, y por eso anduve...

martes, 15 de mayo de 2018

CENTRADO Y CONCENTRADO

Dejen todo. Paren. Frenen. Miren alrededor y cierren los ojos. Céntrense en el final de estas palabras que podrían ser el principio de todo. Y no tengan prisa por volver a empezar. Concéntrense en ustedes y en su paz, su calma, su serenidad absoluta, que andará escondida por algún recoveco del alma.
Ayer me descubrí así, de repente, desconectado, centrado y concentrado en la paz sincera que no arrastra dudas. Ayer me quedé, tendido sobre la cama, buscando calmas entre suspiros. Y de repente, cuando no lo creía posible, me dije: desconecta. Para. Frena. Deja ese estar en guardia continuo. ¿Y saben qué? Me encontré en mitad de la nada. Silencio y tranquilidad totales, nada que me atacara, nada de lo que defenderme... O defenderte, porque demasiado a menudo mis defensas responden a disparos de otros que no quisieron darme. Pero en la vida, al final, somos como somos. Y yo soy así. Así como ayer, cuando desaparecieron temores y miedos, cuando se esfumó la sensación del jaque y la jaqueca. Así como ayer tarde, cuando ni siquiera me concentré en los sonidos que venían de la calle. Me descubrí quieto. Infantilmente feliz. Alegre y reposado. Centrado y concentrado en esa ausencia de ruidos que todo lo pertuban y que, de verdad, no sentía desde hace mucho.
Por eso hoy, que es martes y el ruido volvió a la calle, que pasean por el caminar de la vida las desesperaciones y los complejos, los miedos y los ataques, los nervios y las tristezas, te digo que te dejes todo. Que pares. Que frenes. Que mires alrededor y cierres los ojos. Y encuentres entre la serenidad tus pasos, entre el silencio el eco de las palabras que no te dices, entre los temores de hoy las soluciones de mañana y que dejes unos segundos colgados esta vida y te centres en la que podría ser. En la que es. Volveré a la calma. Ahora que os digo estas palabras pienso si otra vez me arrastró la inercia, los pensamientos, las cavilaciones... Ahora que recito esta retahila de buenos deseos me encuentro con que yo mismo abandoné la senda. Y a ella regreso, con ustedes. Contigo. Conmigo, más que nunca... en estas tardes en que me fui de mí mismo para ser yo. Una vez más. Como siempre.

miércoles, 9 de mayo de 2018

LOS CEMENTERIOS DE LONDRES


Descubro una canción en el spotify mientras trabajo: "Cemeteries of London". Presiento que descubro el título, que la canción no me es nueva. No traduzco el título. Es básico. Casi tanto como las ganas de volver que me entran entonces. Londres me persigue. Mi Nueva York europeo, mi Berlín inglés... Mi paraíso perdido (mi otro paraíso perdido). La ciudad que más veces he visitado, sin saber cuántas, con tanta gente, en tantas ocasiones y con tantos recuerdos tan distintos... Pero Londres siempre regresa, como cualquier cosa que pudiera servir para comparar ahora en una metáfora. Me da igual las golondrinas de Bécquer o el boomerang que nunca lancé. Londres siempre vuelve y me sacude.

Me imagino colgando la vida entera de un hilo y paseando una vez más las calles del Covent como un vecino más. Me imagino abandonado en una librería que regentar, recogiendo mesas de un bar o escribiendo mientras llueve una tarde y otra sin mayor pasión que la lluvia al otro lado del cristal. Cada tarde, todas las tardes. Y otra más... Me sacude la idea de parar el mundo y echar a volar, sin miedo de que mis alas se derritan frente al sol, como tantas veces soñé. Y me golpea sabiendo que, antes o después, mi edad me abofeteará con la realidad de lo que pudo ser y nunca me atreví a hacer. Pero luego aterrizo de nuevo en esta realidad de la casa comprada, de la vida hipotecada, de las idas y de las vueltas, del trabajo absorvente y adictivo a partes tan seductoramente iguales... Luego vuelve la realidad en la que me quedé porque es la que siempre quise. Lo otro, son los sueños. Y esto que vivo: el destino.

Londres aparece otra vez seductor. Como todo, como tantas veces. Como siempre. Imagino mi vida allí tan lejos del ruido que todo me parece un placer absoluto. Y al tiempo, cuando me descubro con las manos sobre el teclado, escribiendo ágil, pienso en silencio: "¿Lo dejarías todo y volarías de verdad?". Sonrío y me respondo.

martes, 8 de mayo de 2018

LEJOS DE LA CORDURA

Vivimos unos días en lo que poco importa lo que se quiera decir, lo que se quiera explicar. Las razones de algo. Vivimos impuestos a golpe de tuit para decir, sí, pero no para explicar, no para encontrar lógica, no para hallar aclaración a nada. Lo que importa es disparar. Decir. Importa la bala y no la muerte o la causa del disparo. Importa el dardo y no la diana o la mano. Importa el ruido y no el juicio. La cordura hace tiempo que se fue a pasear, sola, cansada de tanto ataque y de tanta burla. Dejó su hueco libre para todas aquellas voces que se mueven como pulsos, sirviéndose del ataque y de la fuerza de aquel que más tiene contra aquel que se siente más débil. O que lo presentimos de menor capacidad.

Y desde entonces, el juicio, la cordura o la prudencia caminan solitarias sin nadie que les haga caso ni nadie que las recuerde. Yo creo que caminan felices en su soledad absoluta, descansadas por lo menos. Porque después de tantos años de civilización dramática, cualquiera se harta de poder dar luz a la oscuridad que siempre otros promovieron. Así, como en una isla desierta donde siempre nos preguntaron qué llevar, la cordura se fue sola, sin maleta ni billete de vuelta. Solo una ida que nos dejo idos a los demás.

 Hoy no se es nadie si no disparas. No se alcanza nada si para brillar no matas. Si para triunfar no chafas. Si para crecer, no sometes. Ese mundo de ruidos absurdos es vil, triste y real. Y el silencio, en frente, desde lejos piensa si irse a caminar con la cordura, la solitaria cordura. Hace tiempo que manejo mis tiempos. Hace días que me empeño en callar, en rescatar mi parte cuerda con esos callados silencios que dicen tanto.

Hace unos meses ya que renegué de la bala y del disparo. Y sigo viviendo, y paseando, como la cordura, con una extraña sensación de soledad que, también, no lo niego, me mantienen pausado y en calma. Alejado y distante, por vocación personal. No me iré con la cordura, porque hace tiempo que ella renunció a mí. Y la última vez que le escribí, me respondió sin palabras y en absoluto silencio: aquí estoy, sola, felizmente sola. Y entendí que me quería lejos.

Y me fui. A caminar yo solo, por mis caminos y con mis andanzas. Y con mis silencios. Porque el silencio sí que me ha dejado acompañarle, dice que le da miedo la soledad. Y caminamos los dos, callados, pero sin temer nada… ni a nadie. Lejos de la cordura.

martes, 24 de abril de 2018

CAÍMOS EN LA BATALLA


En las guerras siempre hay alguien más osado y alguien más poderoso que nos mete. Que nos obliga, que nos empuja. En toda batalla hay siempre un aprendiz de capitán que nos dice dónde colocarnos y cómo disparar. En cada lucha existe inevitablemente una voz más fuerte, que no más autorizada, para decidir por nosotros. Y yo me cansé. No me cansé de batallar, de dar la guerra, de luchar,... de eso, los que tenemos la conciencia tranquila y el alma serena no nos cansamos nunca. Me cansé de que siempre hubiera un aprendiz que intentara decidir por mí desde donde vivir la guerra. Mis batallas se escriben siempre porque están hechas a base de palabras. Mis guerras, las que yo elijo, se siguen unas a otras con letras que se cogen de las manos. Porque solo encuentro arma en la palabra y solo disparo, casi siempre en defensa propia, con diálogo y acuerdo. ¿Tanto les cuesta a ustedes? ¿Tan incapaces son de hablar? ¿Tan imposibles de llegar a acuerdos? Ustedes, los señores de la guerra, no nos sirven a nadie porque tan solo se sirven a ustedes mismos. Me cansé de trincheras, soy hombre de paz. Me cansé de que decidieran por mí, yo que callo más que hablo y hablo más que respiro, de que nadie decidiera por mí qué debo de pensar. Me cansé, de estas y de otras muchas cosas que, como mal mayor, sigo sufriendo en silencio. ¡No esperen más armas! Palabras y silencios, disparados espero con tino y acierto, para alcanzar la paz. Alguien me dijo una vez que cuando no tengas nada que decir es mejor estar callado. Yo, callo teniendo mucho de lo que hablar, pero porque a base de hacerme mayor y, para no caer constantemente en el ridículo, he decicido coserme la boca de vez en cuando y ser más feliz en la calma y en la cama.

Pese a ello, seguirán los ruidos. Las bombas y los bombardeos, porque siempre hay a quien le interesa la confusión y el descrédito. Caímos hace tiempo en esta sociedad nuestra en esos sinsabores y no hay más que pequeños poetas y perdidos amigos que se empeñen en cambiar el mundo. La calle está a otra cosa. O mejor dicho a otro caos, que es la palabra que nace de cambiarle el orden a la cosa.


Se acabó. Conmigo al menos. Lo decidí yo. Me hice objetor de convivencia para negarme a discutir contra quien no quiera. Me hice insumiso por convicción contra sus guerras estériles, contra sus batallas perdidas, contra sus luchas personales... No soy yo su soldado raso. No soy yo su vara de mando. No soy yo sus lanzas afiladas ni sus balas perdidas. Yo soy yo, con mis palabras y mis silencios, que se mecen tan tranquilas. Y con tanta paz... 

martes, 17 de abril de 2018

NO RENUNCIO A NADA


¿Te has sentido alguna vez como una corteza de árbol flotando en un estanque de aguas quietas? ¿Te has creído alguna vez una galleta en un tazón de leche? ¿Has pensado que te mantenías, brillante y silencioso, como una pompa de jabón en mitad del aire? ¿Has sentido el agua en el mar batirse contra tu nuca y tus orejas mientras el cuerpo, muerto, se dormía sobre la sal? ¡Todo eso es flotar! Mantenerse. Estático y sin aspavientos. Quieto. Tranquilo, frente al universo entero.

En este mundo de ruidos exagerados que nos condena al grito continuado, mantenerse ya es mucho. En silencio, más. Y yo es algo que con la edad estoy apreciando a hacer. Silencio frente a los gritos. Callado frente a los despropósitos. Quieto ante los ataques. Calmado frente a las mentiras. Pacífico y sosegado ante los envites de la vida... de la vida misma.

Nos han empujado a creer que hay que estar en desbordada perdida de energía siempre, de manera continuada. Que hay que estar reaccionando siempre frente a la acción de otros. Que hay que devolver la pelota, como si fuera una lucha entre dos raquetas. Que no hay que parar... Y creo, de verdad, que parte del engaño que nos regalaron con la vida, es esa batalla constante de no cesar.

Paremos. Porque no. Pero no como renuncia a nada, sino como invitación a la paz, a la tranquilidad y al sosiego. Desarmemos sin armas, o sin mayor arma que la paz. En estos tiempos de guerras constantes, en los que todo el mundo tiene la razón de todo y la culpa de nada, yo cierro los ojos, respiro profundo y dejo brazos y piernas dormidos para flotar... Para flotar como el corcho en el agua, como la galleta en la taza, como la pompa de jabón... Y sueño, que vuelo, a donde el viento quiera llevarme. No porque yo no tenga voluntad, que la tenga toda. No renuncié a nada. Simplemente, me elegí a mí. Y empezaré, así, a conquistar otros cielos, otros mares... Otras sales del Mundo. Al fin y al cabo, nos dijeron que había que hacer ruido. Pero quienes nos lo dijeron, podían estar equivocados... 

miércoles, 4 de abril de 2018

EL RATÓN Y EL VASO

[Ejercicio literario de una tarde de primavera. Hoy]

En mitad de la habitación había una mesa. Detrás dos cortinas, blancas, raídas. Un ventanal sucio a través del cual se adivinaba la calle y el tráfico. Dos libros sobre una mesita y un sofá, con una sábana que lo cubría. Había una lámpara apagada. Y una caja de cerillas. En el centro de la mesa, un vaso de agua. Medio lleno. Bien, o medio vacío. El vaso se notaba sucio al trasluz y ni siquiera sabía cuánto tiempo estaba allí. La casa, sin dudarlo, estaba abandonada, cerrada, desde hace años. Unos cuantos años. Y sin embargo, aquel vaso medio lleno, dejaba claro a todas luces que alguien había estado hace poco tiempo allí mismo, pese a que el polvo lo cubría todo y no se adivinaba ninguna huella. Escuché un ruido. Giré pronto mi cabeza y encontré sobre la estantería del fondo un ratón oscuro que se movía inquieto. Calculo que mi presencia le gustó menos que a mí la suya. Busqué algo para apartarlo de donde estaba. Un palo, un periódico... Pero no encontré nada. De repente, pensé qué estaba haciendo. Si allí al fondo, el ratón no me molestaba, porque iba a moverlo, a inquietarlo, a sacudirlo de su propio miedo. Y me giré de nuevo. Volví al vaso, medio lleno. Sobre la mesa. ¿Quién habría estado allí antes que yo? El ratón continuó su vaivén subiendo y bajando por los estantes. Tan solo se paraba cuando lo miraba fijamente, como si él intuyese que crecía el peligro cuando se movía y quedarse quieto fuera una salvación. Igual yo, frente a la mesa, frente al vaso, pensé que moverme me llevaría al peligro. Y sin embargo, al quedarme quieto me estaba salvando. Salí de la habitación pensando en aquel vaso. Y de paso, en el ratón. En un ratón que se quedaba, de nuevo, al frente de la casa.

martes, 3 de abril de 2018

ACTITUDES


Calculo que al final la vida es una cuestión de actitudes... ¿Pero cómo se cambian éstas cuando creemos que no responden a nuestra voluntad...? Imagino que como muchos, me prometo mil veces cambiar mil cosas... Pero, al final, hay una naturaleza dura y fuerte, que me acompaña desde siempre, que se niega a que yo haga aquello que tan a menudo me digo que debería hacer... Eliminar esto o a aquellos, tener más energía para lo otro, apostar por no sé qué, elegir bien una vez más... ¿Se pueden cambiar las cosas? ¿Se pueden eliminar las que nos hacen daño? ¿Se puede dejar de suspirar por las que nos acompañan en la vida sin remedio como meros sueños o deseos imposibles...? Debe de poderse, supongo. Será una cuestión de actitud. Pero, ¿cuándo, de verdad, nos lanzaremos a cambiar aquellas cosas que siguen frenándonos de manera inconsciente cada día? Y, sobre todo, ¿seremos capaces?

AHORA TOCA VOLVER

Ahora que se pasaron la Pascua, la Semana Santa, los fines de semanas y el adiós al fuego, ahora que ya andamos casi todos purificados de alma y, sobre todo, de pies cansados y horas de sueño, llegó el momento de volver a empezar. Las fallas son poco más que el nuevo año fallero igual que tienen los chinos sus años animalados o tenían los aztecas su propio calendario. De igual manera, con el fuego, se va y resurge todo de nuevo. No hace falta caer en el topicazo del ave Fénix y su capacidad de reemprender los vuelos, de acariciar de nuevo el cielo, de emprender todo una vez más. No hace falta, es cierto. Porque es una realidad que solo quienes vivimos con intensidad esta fiesta comprendemos.

El cansancio se quema entre las llamas, que dejan una sensación de orfandad absolutas, de desasosiego increíble. Cuando todo arde, se queda uno con la sensación de no sentir, de no saber qué hacer con todas aquellas horas muertas que antes tenía tan ocupadas... Y eso que para muchos tan solo es una fiesta. Pero como es cierto que muchos hicimos de ellas un modo de vida, las fallas se aman y odian, te unen y enfadan, te dan vida y te la quitan como si fuera un amor adolescente que nunca se apaga...

Ahora toca volver. Después del fuego. A tomar decisiones y llevarlas a la práctica. A listar todos los buenos propósitos que queremos para el año nuevo: como la dieta antes de verano o apuntarnos a un gimnasio, pero en modo fallero. Ahora toca decidir, si seguimos embarcados en esta locura que nos regala sangre y nos desangra a partes iguales y que nos hace, unos días tocar el cielo, y otros, descender a los infiernos...

Ahora toca regresar... Volver a crear, que es creer de nuevo. Sujetar de nuevo esta fe ciega en algo que aún no existe y que irá viniendo. Se abrieron las horas de todo lo nuevo, que es un poco más de lo que ya conocemos mezclado con algo de vida... Con toda la vida. Y caminar otra vez. Los unos con lo suyo, los otros, con aquello... Ir haciendo. Ir construyendo...

Esta fiesta que nació para que todo desaparezca solo sabe construir, porque al final, quienes con ella pretenden otras cosas caen en las mismas llamas donde los falleros quemamos todo lo malo y engendramos todo lo bueno...

Ahora toca regresar...

martes, 27 de marzo de 2018

LA GRANDEZA DE ESTA MUERTE

La grandeza de esta muerte es que ninguna resurrección llegó nunca tras ser arrasada por el fuego. La bendición de esta fiesta es que, ardiendo, es capaz de lanzar a la llama eterna todo lo alcanzado, todos los triunfos y también los fracasos. Nada sube ni baja más allá de la llama y las cenizas, nada existe, porque con una irremediable sensación de orfandad, los falleros hemos aprendido que nada somos y que como energía tendemos a cambiar y a estar en continuo movimiento, pero la fiesta, sepanlo, ni se crea ni se destruye. Por mucho que algunos le den con brío.

Nada se resiste al extraño embrujo cautivador del fuego. Un enamoramiento convertido en pasión desbordada por estos rincones del mundo, para sorpresa y alarma del resto del mismo. Nadie entiende porque los valencianos trabajamos con esfuerzo lozano todo un año, empujando nuestra maestría absoluta a la desaparición de todo aquello que arde. A veces, ni yo mismo, tan loco enamorado de la fiesta, alcanzo a entender qué nervio nos lleva al borde de esta locura, pero reconozco que, plantado ante la llama gigante, nada alcanza con tanta garra el ánimo de mi corazón.

Nacimos para morir, para ir viviendo. Y la falla, como arte y como fiesta, no deja de ser una metáfora primaveral de vida y muerte. De ir construyendo para desaparecer, de ser volátiles y etéreos. De ser vaporosos, como el propio humo.

Y no hay más. No busquen ustedes en la fiesta brillos ni oropeles, relumbrones ni verdades absolutas. Los que a las fallas lleguen con intención de relumbrón se equivocaron, porque es tan fugaz el fuego, que caducan con él las bondades, las generosas dulzuras, las tiernas mansedumbres y las perversas maldades. Todo aparece y desaparece con el fuego. Y esa, más no otra, es la grandeza absoluta de la mejor fiesta del mundo...

EL PARAÍSO PERDIDO


La soledad es a veces, la compañía más agradable y una separación, aunque corta, hace más dulce el placer de volver a verse.

John Milton, El paraíso perdido.

viernes, 23 de marzo de 2018

LOS BOTECITOS DE GEL

A mamá siempre le ha gustado quedarse con las pequeñas botellas de gel y champú de los hoteles, los peines y esos cepilla-zapatos diminutos que nunca usamos nadie. Quizá por eso, porque los hijos nos parecemos a las madres, cada vez que he volado lejos de aquí, he recogido paciente los botecitos de cada día. A veces, no lo niego, pensando en la señora que venía a hacer la habitación y en qué pensaría, si diría de aquel huésped que es un tacaño que repela el baño cada día... Pero luego, siempre pienso que entre el alojamiento y el desayuno cada bote está pagado. Cada toalla. Cada sábana. Y si me pongo muy rebelde pienso: "¿Y qué más da?". A mi madre le encantará que yo llegué del último viaje y además de algún souvenir, un imán o un pañuelo, le diga: "Mira mamá, los botecitos de gel y champú que tanto te gustan". Ella sonreirá y se los quedará. O me dirá que se los dé a mi hermana. Y yo le digo: "Oye, que yo los cogí para ti". Y se los quedará. O se los dará luego a mi hermana cuando yo ya no esté... Uno de esos que cogí para ella apareció hoy en mi ducha. Lo vertí en mi mano y lo mezclé con abundante agua entre los ojos cerrados. Sentí el aroma y pensé: Mallorca. Y me vi tres años atrás, en la deliciosa habitación del Balanguera. Me paseé por la lonja marinera y mediterránea. Por ese centro desbordado al mar que son la Catedral y me quemé con el sol que, a ráfagas, cruzaba el autobús que me llevaba tan solo a Cala Major. En aquel viaje tomé unas cuantas decisiones... no sé cuantas he cumplido. Pero mientras la espuma caía en la ducha, volví a sentir aquella paz entre helados, aquellos caminares en soledad, aquellas sensaciones de tranquilidad y calma que creí que había perdido... Y fue maravilloso. Deliciosamente pequeño y maravilloso.

jueves, 22 de marzo de 2018

TODO AL FUEGO


Volvimos a ser fuego. Volvimos a la llama y al adiós, al acabar todo o al empezar de nuevo. Volvimos, una vez más a incendiar nuestros recuerdos y ser fuego. Volvimos una vez más, pero fue distinta. Distinta a todas. Como lo son cada vez que ocurre si las comparas con cualquiera de las otras que ya fueron. Vi subir las llamas hacia el cielo sin aquellas risas que siempre me provocan los nervios y el esperado final. Sí que sentía aquella emoción por dentro de ver cómo se deshacen los sueños tejidos a conciencia durante un año; y aquel sobresalto en los ojos, que no llegan nunca a emocionarse tanto como el corazón. Sentí la felicidad de tener a Alba al lado, a algunos otros cuantos abrazos... Las gracias emocionadas del amigo Adrián. Sentí algunas ausencias, pero ni siquiera busqué en mitad de la noche, y tuve una sensación de que, al fin, todo se había acabado. Se acercó Susi, que es el Pepito Grillo de los que nos vestimos de valenciano, y me preguntó si todo bien, si todo al fuego... Y le dije: "Todo al fuego". Y todo ardió. Ardieron mil horas de silencio y dos manos cansadas, dos piernas doloridas, dos segundos de aliento... Todo se fue con aquel bendito fuego que nos hace arder cada año... Miraba el fuego, sin querer que se apagara nunca, sin querer que bajara aquel calor que me dejaba quieto, calladito, en mitad de la nada, solo conmigo...  Que es solito del todo. En mitad de mis desvelos. Haciendo de cada segundo de tiempo, el misterio de mis secretos. Y no quise que llegara el viento frío que enseguida lo dejo todo helado... Volvimos al fuego, a la noche.  La calma, la afonía y el desaliento. Algo se rompió por dentro. Marieta y el abrazo. Y empezó a caerse el cansancio entre los dedos, escurriéndose como arena afilada. Volvimos a ser fuego, a ser llama... Volvimos a acabar todo o al empezar de nuevo. Y sentí que se hizo de noche, una vez más, de nuevo... 

SALTAR UNA VEZ MÁS



Cuántas veces has pensado que no te quedaban fuerzas ya ni para respirar.. Cuántas veces has pensado que se te apagó la estrella, que no puedes brillar más... Y si gana la derrota habrá que volver a empezar, apostar aún más alto y comenzar a pelear.. Sé que el vertigo se irá pero sólo si te atreves a saltar, saltar una vez más...

martes, 6 de marzo de 2018

VINO MARZO




Vino marzo, de repente, con una fuerza imbatible que solo tiene la vida cuando deja caer las hojas de su calendario. Llegó el mes de las lluvias y del viento, porque nuestro abril levantino es fallero y ruidoso. Y este año con más ganas, como todos. Llegó marzo, irremediablemente, el mes en el que los días tienen más de veinticuatro horas y las horas de sueño se disparan como una estruendosa mascletà; el tiempo perfecto para volver a soñar despiertos y para preguntarse, una y mil veces, porque condenamos nuestra vida en vida a morir poco a poco. Porque las fallas son vida y alegría, cansancio eterno y soledad a veces, estruendosa compañía y felicidad completa, pero son también un poco de muerte en lo físico y en el tiempo. La fiesta llega de nuevo y se extiende como un hormiguero inmenso por cada rincón. Como en la canción, por unos días olvidaremos que cada uno es cada cual, y haremos de la germanor y la sonrisa una compañera de vida. Porque marzo es así y las fallas más.

Vino marzo, de repente, a sacudirnos vehemente y recordarnos cuántas cosas nos quedan por hacer. A condenarnos en vida para que entre nuestras penas estén la de dedicar totos los esfuerzos posibles a  vencer un año más. Y si llegan los premios, genial. Pero la victoria es la de un pulso donde batallan el esfuerzo humano y colectivo contra la suerte y el fario. Unidos, con fuerza, ambas manos para convertir la fiesta más amable en otro sueño cumplido.

Yo a menudo sueño despierto. Y cuando llega marzo, ni abro los ojos, esperando que la ilusión del niño se teja de sedas y se planten bajo mis pies los recuerdos en cartón piedra de aquel pasado que nunca volverá, de aquellas ilusiones absolutas que explotaban entre nuestras manos produciendo un cosquilleo que sabía a gloria.

Vino marzo, con su fuego y con sus ilusiones, con su emoción, con su emotividad profunda, con su alegría acompañada, con su color acalorado... Vino marzo y volvera a huir, pero mientras se pasee por nuestras calles, disfruten del cielo más hermoso que nunca se conoció. Allá, arriba, donde explotan nuestras ilusiones y se mecen nuestros sueños.

martes, 6 de febrero de 2018

AQUELLOS DÍAS DE VERANO


La lluvia tiene una melancolía absoluta para regar la ciudad. Las nubes oscuras, los cielos apagados, los tejados mojados nada tienen que ver con el brillo y el esplendor de esta tierra. Valencia es barroca, exagerada, exacerbada, excesiva. Y el gris manto que todo lo cubre nos aplaca y nos destruye sin misericordia.

 Estamos acostumbrados a los cielos abiertos, las nubes blancas o lejanas, las temperaturas siempre de un verano que nunca acaba y que nos mantiene felices. Porque aprendimos desde pequeños que el estío era el recogimiento de los buenos recuerdos y los tiempos felices compartidos año tras año. Así la vida, nos enseñó luego que existen las tormentas del otoño y los fríos gélidos, helados, que desangelan al corazón cada invierno. Y una primavera, de vez en cuando, un resurgir. Porque la vida es eternamente inteligente, perspicaz, sencilla… y bella.

Nunca un invierno duró los mismos días como nunca una rosa vivió dos primaveras, ni una juventud dos veranos iguales… Y así, con esta lluvia fina que todo lo azota, nos condenamos a mirar al suelo. A caminar deprisa. A encoger los hombros, como si no viéramos más verano por delante. Como si todas las estaciones se hubieran cerrado para nuestro tren.

Miremos hacia arriba. Miremos al cielo. Dejemos que la lluvia repique contra nuestro rostro como gotas de rocío cada mañana y sintamos esa libertad que lo envuelve todo de un azul prodigioso al otro lado de los nubarrones que solo hoy somos capaces de ver… Porque todo, y también en los días de lluvia, esconde un verano detrás.

Como aquellos años de infancia donde paseábamos las vías del tren y creíamos que íbamos a amar para siempre…

lunes, 5 de febrero de 2018

PAZ ABSOLUTA


Ha sido un segundo. O menos. Una milesíma de tiempo incontable que me ha recorrido. De repente, como si me hubiera despertado, me he encontrado a mí mismo, entre las manos frías y el corazón calmado, con la vista nublada, pensando qué había sido eso. Eso casi imperceptible, ese nervio disparado que ahora deja medio nublada mi mirada en uno de sus ojos y una resaca muscular cogida al hombro. Ha sido un espacio de paz. De calma absoluta. Una especie de nirvana minúscula, que me ha dejado en paz absoluta. Y no sé calcularlo. Solo sé contarte que, con los pies helados y un sol batallador al otro lado de la ventana, que grita para atravesar el cielo nublado, sentí algo, en muy poco tiempo, tan poco que casi no era ni tiempo. Paz. Paz absoluta. Calma en remanso. Y enseguida la música de nuevo que suena en el ordenador y el frío agarrado a las manos. Y el silencio fuera. Y la sensación, eterna, de que en un espacio que no sé concretar de tiempo, todo se detuvo y una descarga me recorrió la espalda para decirme que aquello es la tranquilidad. La absoluta sensación de paz, de calma, de bienestar... y ahora, una sensación resacosa, una esperanza de quedarme agarrado a ese instante, un sentimiento de que cualquier cosa que haga a partir de ahora romperá aquello que, por mucho menos de un segundo, me dejó en paz...

lunes, 29 de enero de 2018

YO SUELO


Yo suelo ponerme el teléfono en la oreja izquierda, despertarme cada día más pronto y pedir cinco minutos más. Yo suelo mirar de cara y soñar despierto, echar en falta volar y sentir que todo pasa con demasiado peso. Yo suelo enjabonarme solo la cara, las manos y el alma cada mañana en la ducha y buscar un trozo de chocolate cuando acabo de comer. Y de cenar. Yo suelo estar siempre, hasta cuando no te lo piden, porque pedir es la última vocación de la amistad. Yo suelo dar las gracias por todo y por cada pequeña cosa. Yo suelo no rendirme en la vida. Yo suelo defender lo indefendible y ponerme bravo por los míos. Yo suelo mirar al cielo y ¡cielos! si miro a los suelos... o a los infiernos. Yo suelo escribir menos palabras de las que siento. Yo suelo decir más de lo que presiento. Yo suelo sentir los daños ajenos y los dolores de otros. Yo suelo vivir sin hacer daño a nadie. Yo suelo no mentir ni testimonio en falso. Y suelo sonreír cuando llega un mensaje inesperado, un guiño del destino o una indirecta feliz. Desconfío de los que desconfían y aprendo de los que enseñan. Yo suelo imaginar castillos en el aire que nunca se caen y tejer ilusiones para mí y para otros, hacer que la vida sea más bonita. ¡Tan bonita!

martes, 23 de enero de 2018

MIS TEATROS


Aquello de que lo tuyo y lo mío es puro teatro es una obviedad reescrita mil veces. Que estamos siempre en una obra de teatro, o que hay que vivimos en un escenario sobre la platea más inmensa, que es el mundo, no son letras nuevas ni algo que no hayamos dicho tantas o más veces de las que lo hemos pensado. Pero es real. En esta vida que sube y baja, que emociona y sorprende, que decepciona y compensa, solo nos queda el camino de ir haciendo, de ir diciendo, de ir sumando... De actuar, a veces como esperan de nosotros, casi siempre, y otra, cuando nos ponemos estupendos y nos dejamos arrastrar por el egoísmo de ese yo cansado y batible, asegurando que ya no habrá más actores en nuestro teatro que nosotros mismos...

Pero el teatro nace para que otros lo vean. El arte de la escena tiene sentido cuando frente a quien actúa hay un público, numeroso o no, pero preparado para que les llevemos otro drama, otra comedia... Otro acto.

A menudo y casi siempre me paro en mitad del camino, entre dos actos, a pensar si ese público que está silencioso en las butacas se habrá dormido, si se habrá ido, si ya no estará... Los focos queman con una voluntad tendenciosa y cargada de avaricias con la única meta de cegarnos. Y allí, solos, sobre las tablas, clamamos, proclamamos y callamos.

Hay días que la vida quiere que todo sean comedias. Otras, nos lastra violenta con dramas. Y entonces, el teatro pierde luz, pierde brillo. Y vuelve la angustia absoluta de saber si habrá público, si aún habrá allí manos, más para ayudar que para aplaudir. Si aún quedará alguien para vernos sobre el escenario... o será toda la soledad de uno, el escenario y la nada. El vacío absoluto. El silencio.

Aquello de que lo tuyo y lo mío es puro teatro será algo repetido mil veces. Pero no deja de ser una realidad absoluta. Una evocación de lo cotidiano. Un suspiro con el que cerrar los ojos cuando la vida nos da dramas, respirar fuerte y volver a abrir la mirada en mitad del escenario... 

lunes, 22 de enero de 2018

LA HABITACIÓN MENGUANTE


Hay palabras que yo no sé escribir. Porque no las he dicho nunca.

El lunes se alarga con una mañana intensa, una tarde que parece no pasar y una noche por delante que se abrió hace ya un rato, con esta absoluta oscuridad. El poniente barre el invierno de las calles y lo deja en verano tardío. Da la sensación de que se hubiera volado la tierra, enlairada, y hubiera ido a chocar contra dientes y ojos. La oscuridad de la noche es todo penumbra, como una metáfora infantil que me deja entre el desasosiego de los últimos días y una serenidad completa. Ando en ese equilibrio desquiciado, sin saber si hay paz absoluta o una inercia que sacude como lodo, denso, arrastrándose y llevando también a mí. Dicen en estos casos que lo que hay que hacer es parar, tomar distancia y volver. Pero yo no tengo tiempo ni geografía para alejarme.

Me alejé de cosas hace ya tiempo y algunas aún hoy las hecho en falta. Como adolescente dormido, sintiendo que el paso del reloj avanza. Alguien me grita desde dentro que despierte, como sin rumbo, y comience a andar. Hay momentos que la que camina sonámbula es el alma. Por dejadez, por cansancio, por agotamiento, por arrastre, por silencios, por calmas, por tranquilidad, por inercia... se caen las hojas del calendario con un otoño duro y bravo. Y yo, yo camino, empujado por la costumbre sin saber si este desapego hoy es el cansancio hasta ayer o la calma total de hoy en adelante.

Hay palabras que no sé escribir, porque no las he sentido nunca. Y haría un listado que romperían al más enemigo y harían conmoverse al amigo absoluto. La vida va pasando. Lo veo en los cuerpos que caminan hacia la vejez con paso acompasado, despacio. Y cada día, cada una de esas hojas caídas, marca como un diapasón fanático el total de nuestras últimas horas.

¿Y qué busco para este camino?

Paz, para conmigo. Y con los demás, amistad y camino. Tranquilidad para enfrentarme al futuro, sensatez para combatir el presente y salud para no olvidar el pasado. Calma cada noche y serenidad para cada despertar. Energía y sanas alegrías. Felicidad en pequeñas pizcas y alguna ilusión que me desborde. Ser más yo y querer menos de fuera, esperar sin desesperar, y no asustarme... sordo ante las amenazas que se quedan fuera. Y una puerta, que se abra y se cierre. Y al lado, una ventana. Para ver el cielo si no salgo de la habitación menguante.

Y un atardecer, como un tesoro. Que rememorar... que recordar siempre.

domingo, 21 de enero de 2018

SIERTE



A veces la vida rueda hacia un sitio, otras hacia otro. A veces todo fluye y otras, todo explota. A veces me mata el pesimismo y otras vuelo de lo más optimista... llevo días convencido de que todo apunta hacia arriba. Pero exploto en un hielo y le repaso a mi amigo la sensación de que todo explota... Y tiempo al tiempo. Salgo a la calle. Y sonrío: mi número de la suerte, mi favorito, es el siete. Y ahí está la respuesta. Y arriba, la noche.

jueves, 18 de enero de 2018

GRIS CLARO


Claro que me caí. Mil veces. O mil una. Y claro que me levante: mil y dos. Y habrá mil y tres. Y las que vengan... Escribo estas líneas sin mayor necesidad. Me he venido con calma al año nuevo. Como todo, hay días mejores y días peores. El de hoy no es malo. Dormí algo menos esta noche porque ayer estuve en el cine. Viendo la vida en una pantalla gigante con la que soñar... Me despisté una hora y cuarenta minutos. Lo justo para pensar solo una vez mientras Álex de la Iglesia hacía de las suyas en el trabajo. En el día a día. En el noche a noche. Porque algunos trabajamos de día y nos llevamos los cansancios, las tensiones, las dudas, las sospechas a casa como si fuera trabajo de cole que hacer el fin de semana. Por eso, me despisté. Me fui a otras cosas. A esos "Perfectos desconocidos" que me hicieron reír y aplaudir, desde la butaca y con mi dolor de espalda. Lo pasé bien.

Y hoy. Hoy también lo paso bien. Mezclo mi café con resaca de duelos y soy capaz de dirigirme todos esos mensajes que sé me pueden machacar de manera más contundente. Lo hemos sabido siempre: no hay mayor enemigo que uno mismo. Ni mayor amigo. Y en esa amistad compartida de vida he aprendido muchas cosas. En otro momento, y no mucho más lejano, yo ahora ardería. Y sin embargo, como un caramelo, paladeo cada minuto y sí, no lo niego, ahogo algunas semanas con ganas de que pasen. Algunas horas con ganas de que se descuelguen. Algunos días con ganas de que sean noches... Noches solitarias, eternas. Dormidas.

Estoy en calma. Aún con tanto ruido, con esas espadas en alto que algunos baten con intenciones personales, oscuras y perversas. Yo camino. Con el viento contra la cara sintiendo la vida. Con ese viento lleno de polvo que se alza inmisericorde y salvaje. Que se revuelve. Que no soy yo... Porque yo no me revuelvo tanto como creen. Porque yo no soy tan salvaje como querría. Porque a mí me queda aún la misericordia... ¿Sabía alguien que la misericordia une la miseria y el corazón? Se tiene compasión de las penas ajenas... Lo que no sé es que palabra une las miserias y los corazones de otros. La negritud. Y la vida pasa...

Claro que hay días oscuros. Yo creo que ayer era más gris. Hoy me revuelvo, me sacudo. Y aún así no fue un día negro: un gris claro. Un gris que me devolvió canciones de ayer hoy en forma de resaca. Y escucho por tercera vez a los Kansas... Las canciones, lo digo siempre, nos viene a la cabeza por algo. Y aquí estoy yo... Así estoy yo. Hoy... y mañana: polvo en el viento.


martes, 16 de enero de 2018

HADAS Y NINFAS


La Rusalka era la ninfa eslava que atraía a los hombres para matarlos. Como cuento sería breve, conciso. Acertado. Como anécdota de mi vida, poco menos que una moraleja más que atinada. Hoy es martes. Y no llueve. Pero yo me voy haciendo mayor. Y creo que estoy acertando al envejecer con palabras y silencios.

Aprendí qué era la rusalka al acabar el programa de radio: me vine a casa caminando por al avenida del Cid con la pena cogida al alma y el móvil en la mano. El resumen de la conversación era la muerte y los entierros. La muerte siempre amarga, pero el entierro puede ser bello. Se puede tener derecho al entierro bonito. Que es, en sí, algo como de leyenda negra. Oscuro. Como son de siniestros quienes apuntan con una mano o quienes disparan con mano ajena. Me hablé la avenida con Cristina como hace siete días con mi Mabelón. Ellas no son rusalkas, al revés. La una por casi recién llegada, la otra por inevitable en el paso de los días, las horas... los años.

Voy a cerrar el día viendo tele. Olvidándome de las aguas turbias y las ninfas eslavas. De los humos lejanos y los futuros próximos. Los futuros próximos es algo como Los tacones lejanos o Los paraísos perdidos, de esos títulos que dan que hablar... Yo, después de todo, he aprendido a whassapear las penas y las alegrías, las rabias y los sinsabores... Y luego me voy a dormir. Apoyo la cabeza sobre la almohada y me dejo llevar por las hadas...

 

lunes, 15 de enero de 2018

ENJUNDIAS Y PETULAS



Veo a Carmen Maura en la tele y me parece tan maravillosa como siempre. Cené unas tostadas con ajoaceite y otras con paté. Miré por encima facebook porque lo tengo absolutamente abandonado. O casi. Absolutamente es siempre eterno. Me desmaquillo ante el espejo y huelen las toallitas a semanas de triunfo. Es lunes. Me trae Vaello en coche y conversamos. Cerré algunas conversaciones por whatsapp. Una reunión de grupo y otra de afiliados. La noche fría. El bizcocho aún sobrevive, fresco. Cada día mejor, sabe más a canela. Me revuelvo entre leer, ver un capítulo de vampiros o volver al diario de la criada. Me iré a los mordiscos. Desayuné un café semifuerte. Trabajé a velocidad de que se me fueran las horas. Cada día se pasan antes. Comí arroz de ayer. Vamos de sobras. Y me fui a la tele. Frente a la nada, trabajo. Alguna confesión suelta, nada de enjundia. Enjundia es una palabra que casi no uso (no vayas al diccionario. Enjundia: Importancia o riqueza, especialmente de una cosa no material.)
Y cuando ya todo se cae. Una canción. Aparece de repente y la canto... No sé por qué. La noche es de Petula Clark y su Downtown. Siempre, a la cabeza, las canciones me vienen sin saber razón... En esa locura mía, que tiene banda sonoras... Y comienza la música...

Cuando estás solo y la vida te pone melancólico
siempre puedes ir al centro.
Cuando te preocupes, todo el ruido y la prisa
parecen ayudarte, lo sé, en el centro.

Simplemente escucha la música del tráfico de la ciudad.
Párate en la acera, donde los signos de neón son bonitos,
¿cómo puedes perder?
Las luces son mucho más brillantes allí,
puedes olvidar todos tus problemas y todas tus preocupaciones.

Así que ve al centro.
Las cosas estarán grande cuando estás en el centro.
De seguro no hay un mejor lugar, en el centro
todo te está esperando.

No estés holgazaneando y dejes que tus problemas te abruman,
hay espectáculos de cine, en el centro.
Quizás tú conozcas algunos lugares pequeños a donde ir,
donde nunca cierran, en el centro.

Simplemente escucha el ritmo de una bossa-nova suave.
Estarás bailando con ellos también, antes de que acabe la noche,
feliz de nuevo.
Las luces son mucho más brillantes allí,
puedes olvidar todos tus problemas y todas tus preocupaciones.

Así que ve al centro,
donde todas las luces son brillantes, el centro
te espera esta noche, en el centro
vas a estar bien ahora, el centro.

El centro
El centro

Y puedes encontrar a alguien amable para ayudarte y comprenderte,
alguien que sea igual que tú y necesita una mano suave
que lo guiará en su camino.
Así que quizás te viere allí.
Podemos olvidar todos nuestros problemas y todas nuestras preocupaciones.

Así que ve al centro.
Las cosas serán grande cuando estás allí, en el centro.
No esperes un minuto más, en el centro
todo te espera, en el centro...

Pd: Habrá que ir al centro... aunque sea de rebajas.


domingo, 14 de enero de 2018

LOS TITULOS DE LOS LIBROS




Hoy en agenda tuve un domingo con concierto flamenco por la mañana. Un arroz de marisco para hoy y para el resto de la semana. Y más coca de llanda. Claro, cuando se hace se hace. Hoy tuve tiempo para escribir algo. Y estuve más tumbado que derecho. Por no hacer no hice todo lo que quería hacer. Es un trabalenguas y una verdad, como la vida misma. La gente se ansia por decir que la vida es una mentira. Yo creo que no. Que es una verdad. Una verdad verdadera. De las que asustan...

Elegí ir haciendo camino. Me puse las pilas, de manera autorreflexiva, como aquellas oraciones que analizaba hace treinta años en las clases de lengua. Y las de literatura. Pues eso. Reflejo a mí mismo de mis pilas, mis baterías, mis intenciones y mis voluntades... En modo arcangélico sería algo así como "Toma su mano y recupera la fe, la confianza en ti y restaura el amor en tu corazón". En plan humano, camina adelante con fuerza. Cree y fortalece. Y de buen rollo, que es el camino que llevo...

Hay personas que me generan mal caldo, lo reconozco. Pero he aprendido, como un ojeador de fútbol, a mirarme desde fuera. Y a mirarlas. Y pienso: si no suman, fuera. Si restan, fuera. Si dividen, fuera... Vamos, que si no calculan, fuera. Afuera, mejor dicho. Pero ya no como antes. Había una adolescencia agarrada con fuerza que invitaba a dejar afuera a alguien haciéndoselo saber. Ya no hace falta. Pasé el ecuador, crucé la montaña, y me encontré con mucho y muy bello.

Quiero volver a leer ahora. Porque ando en un reto con Edurne que creo solo hago yo: el primer mes, un libro que tuviera y que no hubiera leído. Y me he puesto uno facilito, que me regaló José María, hace un par de años, cuando su hija andaba por las Cortes. Debería empezar a escribir sobre los títulos de los libros que leo...

Me voy a dormir. Se me congelan las puntas de los dedos. No es lo único que aprendí hoy. Aprendí que las velas de IKEA no huelen a nada. Que cuando algo se apaga, se puede volver a encender. Aunque con esfuerzos... Que las cosas que funcionan no se tocan. Todo esto con una vela.

Y luego, echando minutos a pensamientos, creí que hay que seguir caminando y que, al final, una decisión tomada por otro no es una decisión propia. Y yo he decidido no salirme del camino y seguir andando... Así que, si me echan por la borda, la decisión no será mía. A no ser que me haya echado al monte o me haya liado la manta a la cabeza, que son dos expresiones fantásticas.

Estoy acabando la primera temporada de Handmaid's Tale: tan recomendable... Lo dejo escrito por ir recordando cosas, que a fuerza de hacerme mayor las olvido. Y otras que me pirraría por olvidar están grabaditas a fuego... Qué curiosa es la vida. Los deditos, congelados... A leer algo. Buenas noches.

sábado, 13 de enero de 2018

COCA DE LLANDA



Yo sabía de la ansiedad. Y de las patologías que acaban rompiendo la salud. Se come por estrés o se te cierra el estómago. Ahora, lo de hoy, en casa, es otra cosa. El exceso de comer habrá sido los cuatro donuts de chocolate. El resto ha sido normal. Bueno, esta mañana me dio por hacer ajoaceite y patatas asadas. Y su pimentón. Le mandé foto por whatsapp a mi madre para darle envidia: Sana, siempre. Estando por la tarde, medio mareado en el sofá, la ansiedad estresante me ha llevado a querer hacer una coca de llanda. Y yo no sé estarme quieto. Así que, para evitar males mayores, he hecho un listado de ingredientes, me he bajado a comprar y he vuelto a casa para enfangarme y enharinar toda la cocina y medio comedor. Así que, me he echado la tarde, entre whatsapps, limpiezas y hornos. Ahora se está enfriando, y no me apetece la coca de llanda porque todavía tengo retenidos los donuts que me he comido a traición. Sin estrés, sin ansiedad. Calculo que cuando a la gente nos da por algo, como a mí por cocinar hoy, tendrá alguna explicación que desconozco. Y me voy a poner ante la tele, no sea que me dé por hacer unos macarrones...

jueves, 11 de enero de 2018

SERENIDAD ES UNA PALABRA INCREÍBLE


Hay días que se me juntan cien mil palabras en la cabeza. Construidas en discursos, dicen o redicen. Pensadas da tiempo a madurarlas. Calladas pueden doler. Las palabras tienen poder: los silencios también. Yo hace tiempo que no digo, hablo. Hace tiempo que no callo, silencio. Y ando mucho más ágil, con menos pesos, menos mochilas, menos arrastres... No hay lastre cuando decides qué decir y qué hacer. No hay contrapesos. No hay olvidos.

Decidí que el año nuevo, que llegaba desde los cuarenta, vendría cargado de nuevas intenciones: ya no hay propósitos. Me hizo olvidarlas la edad que, gentil, controlo como si fuera un señor muy mayor.

Hoy pensaba en comprar una libreta donde apuntar todas las ideas que me brotan de mi futuro más inmediato. Si bien es cierto que mi inmediatez puede ser la del medio y, bien jugada, la del largo plazo. Aprendí a ver cómo juegan las cartas cada cual en la partida y a aprovechar las mías para recoger algo al final de los caminos.

Estoy sereno. Y serenidad es una palabra increíble. Con su peso. Con su paso. Con su poso, sobre todo. Estoy sereno. Algo que no sentía desde hace mucho. Rezo antes de la medianoche y recuerdo algo bonito de ayer, de antes de ayer, del lejano pasado... Las doce me pillan con la noche entre sábanas. Los amaneceres con una sonrisa. Aprendí mucho al caminar por la vida... aunque siga equivocándome.

Me alegré de volver a mí. Lo estoy haciendo con una velocidad lenta solo comparable a la seguridad que marcan mis pasos. Uno y otro, sobre un tapiz de metros blancos en papel que no se rompe al caminar. No es que no vaya firme, todo lo contrario. Lo que no voy es loco. Desanimado. Solo.

Me encontré conmigo. O ando en ello... Con mis palabras y con mis silencios.

martes, 9 de enero de 2018

MIRAR ATRÁS




Me encontré estos propósitos para 2010 rebuscando, que es lo que nunca hay que hacer.

Mirando atrás.

A saber hace 8 años lo que pretendía era:

1) Voy a ser mejor persona, más amigo y de mi familia. 
Y creo que cumplí como siempre y vengo haciendo

2) Me voy a dedicar más tiempo. Especialmente al descanso... 
Aquí se me fue la pinza, pero estoy estos días más en la línea. Solo he necesitado ocho años para ponerme a hacerlo. Aquello de lento, pero seguro.

3) Voy a sonreír cada mañana cuando me levante y a cantar un poco todos los días. Voy a alegrarme el alma.
Creo que bastante adelantada la faena. Incluso entono algo mejor. A base de ver talents he cogido el ritmo, nunca el tono. Lo de sonreír sigo peleando. Cierto es que volví a la sonrisa que tenía escondida por entonces. Y cada vez que sonrío, es como si adelantara diez casillas en esta partida de la vida... Por eso llevo tanta ventaja.

4) Voy a pensar que todo será positivo para los míos y para mí. Y así tendremos una lluvia de felicidad que compartiremos.
Pues no me puedo quejar. Porque con las tormentas que hemos pasado, al final, esta lluvia fina ha calado. Y ya es. No soy nada avaricioso. Si acaso para el chocolate...

5) Voy a buscar rincones nuevos.
Los he encontrado. Y sigo. Esta costumbre no hay que perderla...

6) Voy a vivir sin temores. Y voy a procurar que todos hagáis lo mismo.
Bastante aceptable la labor alcanzada. Los que tengo son más primitivos y maduros. Me mata el temor a la muerte o la enfermedad de los míos. Y cuando me pongo más dramático que los griegos, ese temor se multiplica. Por eso vuelvo al instante. Decisivo. Y lo vivo.

7) Voy a ir más al cine. Y voy a comer más veces en casa. 
Pues un poco como lo el descanso. Empiezo a hacerlo con cierta asiduidad. Más lo de comer en casa que lo del cine: ¡pero es que está por las nubes! El cine, no mi casa...

8) Voy a seguir buscando las hojas perdidas con todos vosotros.
A ratos, a años y a días. Pero este 2018 lo he recogido con fuerza... lo reconozco. A ver cuánto nos dura.

9) Voy a vivir con la verdad cogida de mi mano. 
Esto lo hice siempre. Y sigo. De mi mano va...

10) Voy a recuperar lo perdido y a luchar por completarme totalmente. Mis propósitos, sin vosotros, no serán posibles. ¿Me prestáis un poco de ayuda?
Tengo ahora menos dependencia... lo perdido no se recupera. Me completo cada día. Mis propósitos ya no lo son. Pero los hago posibles cada día... Bueno lo intento. ¿La ayuda? Calculo que sigue haciendo falta pero la elijo con mayor calma...

Mirando atrás me encontré conmigo. Y ha sido una fortuna... Me he visto mucho mejor hoy. Y me gusta. Haber crecido así.

lunes, 8 de enero de 2018

ENGANCHADO



Si hago caso a los horóscopo, tengo por delante el 2018 más trepidante por delante y el más desastroso. El de mayor éxito y el de mayores sombras. Si hago caso a los zodíacos, me anuncian convulsiones que debo serenar. Reposar. Calmar. Lo que nunca he hecho... Y sin embargo, en este año nuevo sin propósitos ni despropósitos, era toda la hoja de ruta que tenía para mí mismo. No sé si llegué a contarlo ya, pero me había decicido pasada la frontera de los 40 a caminar con otros pasos: yo, saber decir que no, templar ánimos y salir de la zona de confort para demostrar que podemos y sabemos. No creo que sea nada distinto a lo que se hayan propuesto un escorpio o una capricornio. Pero en mi caso, lo tenía todo redondeado con una necesidad de sacudir mi vida.

Otros se han empeñado en sacudirla desde fuera. Uno desde la oscuridad, tenebrosa, moviendo hilos para hacer pagar cuentas que solo él comprenderá. Otra, para hacer valer que un no se paga. Otro, para seguir siendo el rey del mambo de su vida que no pudo serlo en la vida... "Hay muchas envidias, hijo. Y tú no has tenido suerte" me vino a decir mi madre el sábado de reyes antes de comer con Jesús y su nieto con novia, mis padres, mi cada vez menos pequeña Edurne y mi hermana Rosa. Envidias... Yo las he sufrido, alguna vez, poca, pero más que los celos. Yo soy más de pecar de soberbia. Y de gula. Lo reconozco... Pero esas palabras de la envidia, dichas por mi madre, que es más certera que un dardo en la diana, me han hecho pensar. Repensar. Porque vino a decir algo que yo, sin haber dicho en voz alta nunca, habría pensado más de una vez.

En esto me viene de maravilla mi amiga Mabel que es un saco de experiencias que me atropellan cada vez que descuelgo el teléfono con una necesidad a la espalda. "Me adelanté" le dije "una vez más". Porque yo volví a saber que me caería. Y me cayó. No me calló. (Disculpad el juego de palabras, pero no me callo ni aunque me ahoguen. Esto también me lo advirtió desde niño mi madre). Y ahí vamos. Pisando despacio, pero seguros. Intentando pasar día a día. Hora tras hora. Muchas de relax (porque así me lo recomienda también el horóscopo, y si al final le hacemos caso en lo malo, ¿por qué no habríamos de seguirlo a pies juntillas en lo fetén?). Al final del día, las lamentaciones del no hice. Y a la noche descanso, de tirón, y despierto de nuevo. No nuevo, pero casi. Renovado.

Me dijeron los astros que esta semana debería dejar de lado las redes sociales. Que me tienen muy volcado. Y es cierto. Estoy por retarme a mí mismo a no seguir subiendo cosas que no sean mi propia moral. Pero el problema es que siempre pienso, vivo, siento (presiento) algo que me invita a ir de nuevo al face, instagram... o donde quiera que ande enredado.

Me dijo el horóscopo que no lo haga. Le haré caso, como a mi madre, cuando habla de las envidias y de que no me callo. Ni aunque me ahoguen...

No ando preocupado, ni desanimado, ni desconcertado... Ando desilusionado. Tal vez. Porque sé demasiadas cosas que no querría saber. Porque he visto muchas cosas que llegaron a decepcionarme. Porque presiento muchas conversaciones en las que no he estado pero que sería capaz de escribir sin torcerme. Al final, Dios y la vida me dieron esos sextos sentidos que tanto me han ayudado,... Tan solo un temor ahora: ¿Qué pasará si desaparece esa capacidad de adelantarme al drama? No lo pensaré. Mi horóscopo me dijo que tranquilo, que el destino sigue soplando a mi favor... Lo que espero es que sople muy fuerte. Bueno, espero otras muchas cosas, ya veremos si llegan...

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...