martes, 24 de abril de 2018

CAÍMOS EN LA BATALLA


En las guerras siempre hay alguien más osado y alguien más poderoso que nos mete. Que nos obliga, que nos empuja. En toda batalla hay siempre un aprendiz de capitán que nos dice dónde colocarnos y cómo disparar. En cada lucha existe inevitablemente una voz más fuerte, que no más autorizada, para decidir por nosotros. Y yo me cansé. No me cansé de batallar, de dar la guerra, de luchar,... de eso, los que tenemos la conciencia tranquila y el alma serena no nos cansamos nunca. Me cansé de que siempre hubiera un aprendiz que intentara decidir por mí desde donde vivir la guerra. Mis batallas se escriben siempre porque están hechas a base de palabras. Mis guerras, las que yo elijo, se siguen unas a otras con letras que se cogen de las manos. Porque solo encuentro arma en la palabra y solo disparo, casi siempre en defensa propia, con diálogo y acuerdo. ¿Tanto les cuesta a ustedes? ¿Tan incapaces son de hablar? ¿Tan imposibles de llegar a acuerdos? Ustedes, los señores de la guerra, no nos sirven a nadie porque tan solo se sirven a ustedes mismos. Me cansé de trincheras, soy hombre de paz. Me cansé de que decidieran por mí, yo que callo más que hablo y hablo más que respiro, de que nadie decidiera por mí qué debo de pensar. Me cansé, de estas y de otras muchas cosas que, como mal mayor, sigo sufriendo en silencio. ¡No esperen más armas! Palabras y silencios, disparados espero con tino y acierto, para alcanzar la paz. Alguien me dijo una vez que cuando no tengas nada que decir es mejor estar callado. Yo, callo teniendo mucho de lo que hablar, pero porque a base de hacerme mayor y, para no caer constantemente en el ridículo, he decicido coserme la boca de vez en cuando y ser más feliz en la calma y en la cama.

Pese a ello, seguirán los ruidos. Las bombas y los bombardeos, porque siempre hay a quien le interesa la confusión y el descrédito. Caímos hace tiempo en esta sociedad nuestra en esos sinsabores y no hay más que pequeños poetas y perdidos amigos que se empeñen en cambiar el mundo. La calle está a otra cosa. O mejor dicho a otro caos, que es la palabra que nace de cambiarle el orden a la cosa.


Se acabó. Conmigo al menos. Lo decidí yo. Me hice objetor de convivencia para negarme a discutir contra quien no quiera. Me hice insumiso por convicción contra sus guerras estériles, contra sus batallas perdidas, contra sus luchas personales... No soy yo su soldado raso. No soy yo su vara de mando. No soy yo sus lanzas afiladas ni sus balas perdidas. Yo soy yo, con mis palabras y mis silencios, que se mecen tan tranquilas. Y con tanta paz... 

martes, 17 de abril de 2018

NO RENUNCIO A NADA


¿Te has sentido alguna vez como una corteza de árbol flotando en un estanque de aguas quietas? ¿Te has creído alguna vez una galleta en un tazón de leche? ¿Has pensado que te mantenías, brillante y silencioso, como una pompa de jabón en mitad del aire? ¿Has sentido el agua en el mar batirse contra tu nuca y tus orejas mientras el cuerpo, muerto, se dormía sobre la sal? ¡Todo eso es flotar! Mantenerse. Estático y sin aspavientos. Quieto. Tranquilo, frente al universo entero.

En este mundo de ruidos exagerados que nos condena al grito continuado, mantenerse ya es mucho. En silencio, más. Y yo es algo que con la edad estoy apreciando a hacer. Silencio frente a los gritos. Callado frente a los despropósitos. Quieto ante los ataques. Calmado frente a las mentiras. Pacífico y sosegado ante los envites de la vida... de la vida misma.

Nos han empujado a creer que hay que estar en desbordada perdida de energía siempre, de manera continuada. Que hay que estar reaccionando siempre frente a la acción de otros. Que hay que devolver la pelota, como si fuera una lucha entre dos raquetas. Que no hay que parar... Y creo, de verdad, que parte del engaño que nos regalaron con la vida, es esa batalla constante de no cesar.

Paremos. Porque no. Pero no como renuncia a nada, sino como invitación a la paz, a la tranquilidad y al sosiego. Desarmemos sin armas, o sin mayor arma que la paz. En estos tiempos de guerras constantes, en los que todo el mundo tiene la razón de todo y la culpa de nada, yo cierro los ojos, respiro profundo y dejo brazos y piernas dormidos para flotar... Para flotar como el corcho en el agua, como la galleta en la taza, como la pompa de jabón... Y sueño, que vuelo, a donde el viento quiera llevarme. No porque yo no tenga voluntad, que la tenga toda. No renuncié a nada. Simplemente, me elegí a mí. Y empezaré, así, a conquistar otros cielos, otros mares... Otras sales del Mundo. Al fin y al cabo, nos dijeron que había que hacer ruido. Pero quienes nos lo dijeron, podían estar equivocados... 

miércoles, 4 de abril de 2018

EL RATÓN Y EL VASO

[Ejercicio literario de una tarde de primavera. Hoy]

En mitad de la habitación había una mesa. Detrás dos cortinas, blancas, raídas. Un ventanal sucio a través del cual se adivinaba la calle y el tráfico. Dos libros sobre una mesita y un sofá, con una sábana que lo cubría. Había una lámpara apagada. Y una caja de cerillas. En el centro de la mesa, un vaso de agua. Medio lleno. Bien, o medio vacío. El vaso se notaba sucio al trasluz y ni siquiera sabía cuánto tiempo estaba allí. La casa, sin dudarlo, estaba abandonada, cerrada, desde hace años. Unos cuantos años. Y sin embargo, aquel vaso medio lleno, dejaba claro a todas luces que alguien había estado hace poco tiempo allí mismo, pese a que el polvo lo cubría todo y no se adivinaba ninguna huella. Escuché un ruido. Giré pronto mi cabeza y encontré sobre la estantería del fondo un ratón oscuro que se movía inquieto. Calculo que mi presencia le gustó menos que a mí la suya. Busqué algo para apartarlo de donde estaba. Un palo, un periódico... Pero no encontré nada. De repente, pensé qué estaba haciendo. Si allí al fondo, el ratón no me molestaba, porque iba a moverlo, a inquietarlo, a sacudirlo de su propio miedo. Y me giré de nuevo. Volví al vaso, medio lleno. Sobre la mesa. ¿Quién habría estado allí antes que yo? El ratón continuó su vaivén subiendo y bajando por los estantes. Tan solo se paraba cuando lo miraba fijamente, como si él intuyese que crecía el peligro cuando se movía y quedarse quieto fuera una salvación. Igual yo, frente a la mesa, frente al vaso, pensé que moverme me llevaría al peligro. Y sin embargo, al quedarme quieto me estaba salvando. Salí de la habitación pensando en aquel vaso. Y de paso, en el ratón. En un ratón que se quedaba, de nuevo, al frente de la casa.

martes, 3 de abril de 2018

ACTITUDES


Calculo que al final la vida es una cuestión de actitudes... ¿Pero cómo se cambian éstas cuando creemos que no responden a nuestra voluntad...? Imagino que como muchos, me prometo mil veces cambiar mil cosas... Pero, al final, hay una naturaleza dura y fuerte, que me acompaña desde siempre, que se niega a que yo haga aquello que tan a menudo me digo que debería hacer... Eliminar esto o a aquellos, tener más energía para lo otro, apostar por no sé qué, elegir bien una vez más... ¿Se pueden cambiar las cosas? ¿Se pueden eliminar las que nos hacen daño? ¿Se puede dejar de suspirar por las que nos acompañan en la vida sin remedio como meros sueños o deseos imposibles...? Debe de poderse, supongo. Será una cuestión de actitud. Pero, ¿cuándo, de verdad, nos lanzaremos a cambiar aquellas cosas que siguen frenándonos de manera inconsciente cada día? Y, sobre todo, ¿seremos capaces?

AHORA TOCA VOLVER

Ahora que se pasaron la Pascua, la Semana Santa, los fines de semanas y el adiós al fuego, ahora que ya andamos casi todos purificados de alma y, sobre todo, de pies cansados y horas de sueño, llegó el momento de volver a empezar. Las fallas son poco más que el nuevo año fallero igual que tienen los chinos sus años animalados o tenían los aztecas su propio calendario. De igual manera, con el fuego, se va y resurge todo de nuevo. No hace falta caer en el topicazo del ave Fénix y su capacidad de reemprender los vuelos, de acariciar de nuevo el cielo, de emprender todo una vez más. No hace falta, es cierto. Porque es una realidad que solo quienes vivimos con intensidad esta fiesta comprendemos.

El cansancio se quema entre las llamas, que dejan una sensación de orfandad absolutas, de desasosiego increíble. Cuando todo arde, se queda uno con la sensación de no sentir, de no saber qué hacer con todas aquellas horas muertas que antes tenía tan ocupadas... Y eso que para muchos tan solo es una fiesta. Pero como es cierto que muchos hicimos de ellas un modo de vida, las fallas se aman y odian, te unen y enfadan, te dan vida y te la quitan como si fuera un amor adolescente que nunca se apaga...

Ahora toca volver. Después del fuego. A tomar decisiones y llevarlas a la práctica. A listar todos los buenos propósitos que queremos para el año nuevo: como la dieta antes de verano o apuntarnos a un gimnasio, pero en modo fallero. Ahora toca decidir, si seguimos embarcados en esta locura que nos regala sangre y nos desangra a partes iguales y que nos hace, unos días tocar el cielo, y otros, descender a los infiernos...

Ahora toca regresar... Volver a crear, que es creer de nuevo. Sujetar de nuevo esta fe ciega en algo que aún no existe y que irá viniendo. Se abrieron las horas de todo lo nuevo, que es un poco más de lo que ya conocemos mezclado con algo de vida... Con toda la vida. Y caminar otra vez. Los unos con lo suyo, los otros, con aquello... Ir haciendo. Ir construyendo...

Esta fiesta que nació para que todo desaparezca solo sabe construir, porque al final, quienes con ella pretenden otras cosas caen en las mismas llamas donde los falleros quemamos todo lo malo y engendramos todo lo bueno...

Ahora toca regresar...

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...