martes, 26 de junio de 2018

ME SENTÍ LIBRE MIRANDO AL CIELO

He paseado con las piernas cansadas y los brazos caídos, atados a la tierra con un peso que nos condena a agachar la cabeza y, con ella, la mirada. Que nos obliga a caminar, otro día, otro paso y siempre el mismo camino... Y he sentido que daba igual qué cielo cubriera todo porque yo ni tan siquiera tuve tiempo de mirar allá arriba, donde se descuelgan los sueños y se encanan los suspiros... Claro que viví épocas en que mi mirada fue amante del suelo y la fuerza de mis ojos eran solo cansancio y hastío. Pero llegó un momento en mi camino que decidí parar. Miré mis pies y ví los zapatos sucios y pensé: ¿de qué habrá servido tanto caminar perdido? Porque anduve yo tan perdido en mis pasos, en mi caminar caduco, que nunca presentí si había por delante más camino. Miré mis piernas temblar, bajo mi ombligo, cansadas como dos troncos grises condenados al final de mí mismo. Pero no vi fuerza en ellas, ni combate en mis brazos, ni alegrías en mi pecho, ni brillos en mi mirada, ni esperanzas en mis labios... Solo noté que estaba parado, así, sin ganas en mitad del camino.

Y entonces pensé cuántas nubes no me habría perdido, cuántos soles dejaron de cegarme, cuántas brisas no frenaron mi sonrisa y mi mirada alegre. Y fui consciente de todo aquello que, sin haber desaparecido, deje perderse por falta de atención, por ausencia de ánimo o por contagio de alguna tristeza. Me paré en el camino. Firme. Decidido. Dije de levantar la frente y que el cielo fuera mío. Y noté el cuello quebrarse, romperse, hacerse añicos, como si fuera un cristal helado y extremadamente fino.

Pero no sentí dolor. Sentí una liberación absoluta, sabiendo que era un acierto, aquello que antes me pasaba tan desapercibido. Sentí el sudor recorrer el rostro como una hormiga que regresa a casa, el sol dejarme completamente aturdido y una sensación de libertad absoluta al ver como aquel viento de verano hacía de mi rostro las rocas donde batir sus alas. Me sentí libre mirando al cielo. De noche estrellado, de día cargado de estrellas escondidas, de nubes vaporosas, de sueños perdidos como globos, que, desatados, se escapan a conquistarlo todo...

Me sentí abierto a la vida y, ésta me devolvió en besos mis ganas de sentirme vivo. Sentí el cielo como principio igual que el suelo era antes un fin. Y vi que la luz que todo lo riega se convertía en mi compañera de viaje. Me sentí libre...

Y desde entonces sigo en el camino... Camino más despacio, con menos peso, con más silencios, con menos cargas, con más pasión, con menos miedos y muchas más esperanzas. Muchísimas más esperanzas...

martes, 19 de junio de 2018

CAMINAR SERENO



A lo sumo, he venido viviendo hasta aquí sin grandes pretensiones. A lo resto, he dejado de decir verdades como puños que se clavaron en el estómago, pero que tampoco nos hubieran llevado mucho más lejos, a lo mejor, sí, más descargados, más tranquilos... A base de verdades perdidas se construyen caminos, casi siempre más tortuosos que aquellos que engañan o mienten con descaro, sin vergüenza ni vergüenzas, por el simple aprovechamiento de hacer de su camino un atajo y del atajo su manera de caminar... Pero los que vinimos a ir paseando, y nos quedamos, nos encontramos casi siempre con sendas largas, prolongadas, de pendientes infinitas que, a menudo y por desgracia, nos desmontan y nos desaniman desazonando el corazón. Frente a esos vericuetos de la vida, nuestros pasos suelen hacerse más firmes, aunque zozobren en la velocidad, y hasta en la misma contundencia la huella deja improntas menos fuertes que cuando caminamos con fuerza. Con vehemencia. Con convencimiento...

Yo hace tiempo que paseo más comedido. Que ando, como se dice, sin pausa pero sin prisa porque, aunque no renuncié a nada, admití que para volar hacen falta alas y viento a favor. Y aunque yo no puedo quejarme, porque siempre tuve aunque fuera una disimulada brisa, he entendido con los años que vivir solo es eso, vivir.

Nos han dicho muchas veces y muchos sobrecillos de azúcar que hay que vivir la vida. Pero se equivocaron. Con la vida, lo que hay que hacer, es aprovecharla. Y disfrutarla de pequeños detalles que construyen mil espacios distintos donde se relaja nuestra alma, nuestros pasos se hacen más cómodos y nuestros oídos pierden el miedo al grito y al ruido, a ese constante ruido que siempre hay alguien con algún interés que viene a ensordecernos.

La vida, lo digo, hay que aprovecharla. Rayar en blanco sus colores y disfrutar, con pequeños sorbos, porque el trago grande, cuando no te atraganta, te deja enseguida con sed. Sed de vida, que ya es bastante.

Yo, lo digo, hace tiempo que aprendí a dar los tragos con paciencia y una pizca más de serenidad. Que aprendí a morder despacio y masticar. Que supe, como sabemos todos los que queremos aprender cada día, que el temple y la tolerancia hacen más aguantada la digestión. ¡Y no hablo de resignarse! Que nadie caiga en esa trampa que algunos días nos ponen bajo los pies para que acabemos chafando... Hablo de no mecerse intranquilo entre el desasosiego y la cólera. Digo no a impacientarse entre aprietos y ansiedades. Prometo no temer, ni zozobrar, preocuparse o esconderses entre remordimientos... Cuanto de digo que seas libre, solo lo digo para que el valor gane al miedo y desconfies solo de las sospechas... Así se camina más sereno, se ve más claro...

martes, 12 de junio de 2018

CAMINOS


Vivir es como caminar. Para cambiar el rumbo solo necesitas dar pequeños pasos y tomar algunas cuantas decisiones. Pero lo que de verdad es importante, siempre, es seguir caminando. Ir decidiendo poco a poco, sin prisas. Y cuando te canse el camino, para, descansa y lánzate de nuevo con pasos más decididos. De momento, desde hoy, ya reemprendimos el camino dispuestos a disfrutar del paseo...

BARNIZ


Todos tenemos derecho a apuntarnos un triunfo en la vida. Lo digo porque a menudo, como todos, calculo, me pongo de un pesimista rancio absoluto y me tiro calles abajo rodando con el ánimo clamando al cielo si la suerte de otros nunca me protegerá a mí. Sin embargo, cuando la trascendencia deja espacio a la pausa y a la calma de asimilar las cosas, me pregunto lleno de coraje y de satisfacción, honda satisfacción, qué hecho en falta para lamentar tanto como lamento. Hace poco leí que si encaras la vida con una sonrisa, la vida te devuelve sonrisas. Y yo, que cabalgo entre la edad de entrar en crisis y la de que todo me empiece a dar más o menos igual, me confirmo ante mi espejo que soy yo y rotundo me respondo: sonríe, sonríe porque la vida te tratará igual... Y en ello me encuentro. Sin soltar carcajadas, pero dejando que el rostro tenga menos rigidez y más salud. Sobre todo mental.

Decía que todos tenemos derecho a triunfar en la vida. El problema es que nunca nos enseñaron que ese éxito es el de vivir, el de apreciar lo que tenemos, el de no necesitar nada más que pequeños golpes de suerte para ir resistiendo... Hay que ser activos frente a la pereza, hay que ser conquistadores y no conquistados, hay que ser soñadores y no vivir siempre dormidos... Hay que querer. Y queriendo se lanza uno a triunfar donde sea, empezando por la propia vida de cada uno de nosotros, que, lamentablemente, parece siempre importar menos que la vida de los demás...

Yo he triunfado. Tengo esa sensación. Porque tengo una familia que acoge, unos amigos que recogen, un trabajo que uno escoge y un futuro por delante, que no sé de qué color vendrá pintado, pero que le he comprado yo un barniz para que me brille más...

Nadie me creerá, ni yo mismo, si dijera que en cada uno de nosotros está la elección de que nos vaya bien. ¡Claro que hay quien desde fuera puede truncar nuestros deseos! ¡Desde luego que la vida nos va empujando a veces a bofetadas! Pero otras muchas, sin ser conscientes, nosotros, nos cogemos al carro negro y nos tiramos por el camino abajo...

No digo yo de andar sobre nubes. No quiero volar ni surcar cielos. No hacen falta mares de verdades sin inquietudes ni zozobras. Pero sí, que reconozco y creo, que hay barnices para hacer brillar nuestros días de otras maneras... Y yo me he decicido a pintar algo más cada día...

martes, 5 de junio de 2018

VINIMOS



A la vida vinimos para ir caminando, con mayor tino o peor desatino por este destino no escrito que es vivir. A la vida vinimos unos días a reír y otros a ir llorando, verdad en mano, a caminar y a hacer camino que dijo Machado, que es un camino lo que se cruza al caminar… A la vida vinimos a triunfar y a perder, tiempos muertos y vivos recuerdos; a conseguir y a dejar de lado y ponernos de frente, a que nos dejaran y a ser dejados… Vinimos a emprender caminos en solitario, a soñar despiertos y a decidir por nosotros mismos y a veces por los demás. A enfadarnos cuando nos prohibieron, a rebelarnos cuando nos señalaron y a gritar cuando nos pidieron silencio. A la vida vinimos a cantar las cuarenta y a bailar pegados, a beber despacio, a viajar lejos, a hablar solos y a decir mentiras, a escuchar, tan solo, solos de vez en cuando… A la vida llegamos para abrir puertas, acabar rendidos, acercar propuestas, aconsejar sin que nos los pidieran, acordar principios, amar y andar, apoyar medidas y aprender leyendo. A la vida vinimos a desarmar a los asesinos de razones y a atacar a quienes pudiendo ayudar se fueron a bailar sin hacer ruido… Vinimos a bajar los ánimos, a decir basta cuando ya era suficiente, a bañarnos en oro y a buscar tesoros, a caer y levantarnos mil veces, a callar delante de los mayores, a calmar al enfermo, a cambiar las cosas y a campar a nuestras anchas aún cuando pasábamos estrecheces… Vinimos a cantar las cuarenta, a cazar para cenar, a centrarnos de vez en cuando y a coger aires nuevos para descentrarnos de nuevo. Soplamos vientos. Y recogimos tempestades. Volvimos para comenzar, una y mil veces, a comparar para comprar, a conducir sin conocer adónde íbamos. A aparcar y a aparcarnos. A conseguir, eso, tan difícil siempre. A perder casi todos los días. A no conseguir, ni consentir ni sentir siquiera... A contar lo que otros no contaron. A continuar lo que otros dejaron, a seguir viviendo, que es correr sin cortarse un pelo. Vinimos para coser y callar, para crear y creer, para cuidar nuestros principios, que nos llevaron al fin. Vinimos para dar y para dañar, para cumplir con el deber y para decidir qué decir sin dejar tiempo para descansar ni noches para no desear. Vinimos para destruir a veces y disculparnos después, para buscar un mundo donde divertirnos, para no volver a sentir que duele, para dormir, que es cuando deja de doler… Vinimos para durar y para elegir, para empezar una vez más y para empujar cuando alguien quiere entrar. Vinimos para encontrar, para enseñar, para entender que se puede entrar y no se tiene porque salir. Vinimos para esconder, yo a días para escribir y cada segundo para escuchar: para esperar, para estar y para estudiar cómo podemos existir. Y por explicar si aún nos puede extrañar todo lo que echamos a faltar. Vinimos para forzar, para ganar, para gritar, para gustar y que nos guste, para hablar, para hacer, para importar... Porque quisimos importar… Vinimos a la vida para tantas cosas que casi olvidamos lo más sencillo: vinimos para vivir. Para ir viviendo.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...