martes, 17 de enero de 2012

LA HABANA, COMO ENTONCES

Yo no quiero saber por qué lo hiciste
yo no quiero contigo ni sin ti
lo que yo quiero muchacho de ojos tristes
es que mueras por mí...
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren...


Gracias al pasado fin de semana he redescubierto la poesía imposible de Sabina y con ella he buceado entre versiones y canciones empujado por el terrible triunfo que tuvo sobre mí el musical compartido con Angelita y Mamen... Los versos de Sabina son un escándalo que cambian de versión en versión... Ahora me deleito con un disco, La Habana le canta a Sabina, en que el calor cubano protagoniza cada tema con una intensidad absolutamente distinta... Y es que los días me van por casualidades que se ensamblan unas contra las otras, como un tetris imposible.

Teresa me cuenta esta mañana vía teléfono que se va con Jorge a La Habana. A Cuba, aquélla isla caprichosa y delirante que descubrí creo que por abril de 1999... Dije, junto al Malecón, que volvería, imaginando los tiburones hambrientos bordear el camino de cemento que serpea habanera contra el mar. La ciudad de los edificios que se cayeron y se reconstruyen mientras caen de nuevo, la Copelia de fresas y chocolate, colas interminables y resignación ante el bus. Silencio y calma, roto por el bullicio musical en la puerta de la Bodeguita de el Medio, adivinado entre los humos de un puro por una tarotista vieja que se calza un turbante rojo y blanco que anuncia el resto de la tarde... Me vienen muchos recuerdos a ritmo de son colonizador, de salsa y ron negro, de madrugadas húmedas y ascensores que se elevan al infinito... Me vienen a golpe de memoria los carteles de una revolución muerta, los caminos verdes por Matanzas, el autobús a la puerta del hotel, lujo para los turistas. Y aquel niño que me ofrecía sus dibujos y que hoy será un chico. Y aquél chico que nos ofreció amor para cualquier española que le sacara de allí... Y recordarán Toni, Alejandro, Noe y Nuria con Eva y Paz, los paladares de arroces y frijoles, carne de hígado y la jarra de agua sobre el tapete raído. Y el barco de langostas, ron y salvavidas. Los cayos de colores imposibles con peces fosforescentes donde algún hierro oxidado rompe la arena blanca. El ritmo vuelta y el sol, el baño en aguas transparentes con una camisa que no nos quemara más la piel, los cigarros a pie de colchón en el balcón del hotel... La gasolinera donde comprar cervezas, el ascensor que se pierde Capri arriba, el sueño de dormir en el Nacional, el amanecer desde el Amanecer, el club donde la trova nos cantaba Valencia... El Capitolio rodeado de coches cadillacs a punto de morir para siempre... El teatro de la Ópera donde aún retumbaba Rigoletto. El paseo del Prado y el sol naranja que caía sobre el malecón... Aquél malecón imposible al que le prometí regresar...

Hoy me trajo el recuerdo estos caminos que fueron míos y que, quien sabe, igual hace que vuelvan a serlo... Y una sorpresa, una suerte compartida, un pasado con miras al futuro. Y, cómo dije, en esta vida mía, los días me ensamblan casualidades y quizá, ésta, haya tenido que nacer para volver a juntarnos algunas personas alrededor de una mesa,... Como entonces. Como casi siempre...

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