martes, 23 de enero de 2018
MIS TEATROS
Aquello de que lo tuyo y lo mío es puro teatro es una obviedad reescrita mil veces. Que estamos siempre en una obra de teatro, o que hay que vivimos en un escenario sobre la platea más inmensa, que es el mundo, no son letras nuevas ni algo que no hayamos dicho tantas o más veces de las que lo hemos pensado. Pero es real. En esta vida que sube y baja, que emociona y sorprende, que decepciona y compensa, solo nos queda el camino de ir haciendo, de ir diciendo, de ir sumando... De actuar, a veces como esperan de nosotros, casi siempre, y otra, cuando nos ponemos estupendos y nos dejamos arrastrar por el egoísmo de ese yo cansado y batible, asegurando que ya no habrá más actores en nuestro teatro que nosotros mismos...
Pero el teatro nace para que otros lo vean. El arte de la escena tiene sentido cuando frente a quien actúa hay un público, numeroso o no, pero preparado para que les llevemos otro drama, otra comedia... Otro acto.
A menudo y casi siempre me paro en mitad del camino, entre dos actos, a pensar si ese público que está silencioso en las butacas se habrá dormido, si se habrá ido, si ya no estará... Los focos queman con una voluntad tendenciosa y cargada de avaricias con la única meta de cegarnos. Y allí, solos, sobre las tablas, clamamos, proclamamos y callamos.
Hay días que la vida quiere que todo sean comedias. Otras, nos lastra violenta con dramas. Y entonces, el teatro pierde luz, pierde brillo. Y vuelve la angustia absoluta de saber si habrá público, si aún habrá allí manos, más para ayudar que para aplaudir. Si aún quedará alguien para vernos sobre el escenario... o será toda la soledad de uno, el escenario y la nada. El vacío absoluto. El silencio.
Aquello de que lo tuyo y lo mío es puro teatro será algo repetido mil veces. Pero no deja de ser una realidad absoluta. Una evocación de lo cotidiano. Un suspiro con el que cerrar los ojos cuando la vida nos da dramas, respirar fuerte y volver a abrir la mirada en mitad del escenario...
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