Ayer cogí la vida y
me puse a caminar. Ayer, al salir de mis días, me encontré en un
cruce de caminos, como un sol y montaña, sin señales, para elegir.
Para elegir si llevaba mis pasos al metro, al cansancio de la calle,
a la estación, a los trenes tristes y a las paradas silenciosas o
si, sin medir kilómetros hasta casa, dejaba que la inercia me
empujara a pasear por la columna vertebral de esta ciudad dormida. Y
elegí en plena ebullición de mi inconsciencia finita el caminar…
Bajé a las orillas
secas que se llenan de vida. Me paré a contemplar un árbol
deliciosamente iluminado por el atardecer brindándome sus ramas,
como brazos abiertos, cargados de unas flores de morado intenso. Y un
camino, sin fin, infinito, lleno de polvo con que ensuciar mis
zapatos.
Me puse los cascos
para escuchar música, una manera de no escuchar todo lo que de
verdad había en el camino. Y me puse andar. Anduve, primero, persona
y singular. Anduve, pretérito e indicativo. Imperfecto, como soy. Y
como me siento.
Sentí flaquear las
piernas, que no las fuerzas, porque tengo unas agujetas perennes
cogidas al alma. Y se resienten de vez en cuando. Pero hasta de ese
fingido cansancio me olvidé mientras miraba el suelo, o el cielo, o
las nubes pasar… Luego volvía a mi realidad. Y a mi realidad
inventada, que es la más dura y cruel de todas. Como me hice mayor,
decidí teñir de nostalgia y de pereza mis sueños de cuando ando
despierto. Antes todo eran colores mágicos y vuelos incesantes. Y
ahora, como desnortado, cuando pienso, pienso en no pensar…
Seguí caminando por
un ejercicio de responsabilidad: si yo elegí emprender el camino, yo
debía acatar lo decidido. Y como fueron sucediéndose pasos y
kilómetros, así fui sucediendo pensamientos reales, reales
inventados, reales deseados, deseos irreales y ausencias de mí.
Hubo un momento que
paré el camino, que me miré desde dentro a los ojos, fijamente, y
con la contundencia absoluta de mi voz callada me dije: haz lo que
quieras, sueña lo que apetezca, decide por ti… pero hazlo. Hazlo.
Haz.
Porque tengo una
sensación de arrastre por inercia absoluto, de dejarme de hacer sin
parar nunca de hacer y de querer saber algo más de lo que hoy tengo,
como si no fuera suficiente todo lo que sé y lo que me pertenece.
Probablemente nos
han engañado a empujones para que seamos felices constantemente,
pero nos han robado lo más basico: el ser, que seamos. Imperfectos,
indicativos, singulares… como ayer, que yo decidí, y por eso
anduve...
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