martes, 8 de mayo de 2018

LEJOS DE LA CORDURA

Vivimos unos días en lo que poco importa lo que se quiera decir, lo que se quiera explicar. Las razones de algo. Vivimos impuestos a golpe de tuit para decir, sí, pero no para explicar, no para encontrar lógica, no para hallar aclaración a nada. Lo que importa es disparar. Decir. Importa la bala y no la muerte o la causa del disparo. Importa el dardo y no la diana o la mano. Importa el ruido y no el juicio. La cordura hace tiempo que se fue a pasear, sola, cansada de tanto ataque y de tanta burla. Dejó su hueco libre para todas aquellas voces que se mueven como pulsos, sirviéndose del ataque y de la fuerza de aquel que más tiene contra aquel que se siente más débil. O que lo presentimos de menor capacidad.

Y desde entonces, el juicio, la cordura o la prudencia caminan solitarias sin nadie que les haga caso ni nadie que las recuerde. Yo creo que caminan felices en su soledad absoluta, descansadas por lo menos. Porque después de tantos años de civilización dramática, cualquiera se harta de poder dar luz a la oscuridad que siempre otros promovieron. Así, como en una isla desierta donde siempre nos preguntaron qué llevar, la cordura se fue sola, sin maleta ni billete de vuelta. Solo una ida que nos dejo idos a los demás.

 Hoy no se es nadie si no disparas. No se alcanza nada si para brillar no matas. Si para triunfar no chafas. Si para crecer, no sometes. Ese mundo de ruidos absurdos es vil, triste y real. Y el silencio, en frente, desde lejos piensa si irse a caminar con la cordura, la solitaria cordura. Hace tiempo que manejo mis tiempos. Hace días que me empeño en callar, en rescatar mi parte cuerda con esos callados silencios que dicen tanto.

Hace unos meses ya que renegué de la bala y del disparo. Y sigo viviendo, y paseando, como la cordura, con una extraña sensación de soledad que, también, no lo niego, me mantienen pausado y en calma. Alejado y distante, por vocación personal. No me iré con la cordura, porque hace tiempo que ella renunció a mí. Y la última vez que le escribí, me respondió sin palabras y en absoluto silencio: aquí estoy, sola, felizmente sola. Y entendí que me quería lejos.

Y me fui. A caminar yo solo, por mis caminos y con mis andanzas. Y con mis silencios. Porque el silencio sí que me ha dejado acompañarle, dice que le da miedo la soledad. Y caminamos los dos, callados, pero sin temer nada… ni a nadie. Lejos de la cordura.

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