jueves, 11 de enero de 2018

SERENIDAD ES UNA PALABRA INCREÍBLE


Hay días que se me juntan cien mil palabras en la cabeza. Construidas en discursos, dicen o redicen. Pensadas da tiempo a madurarlas. Calladas pueden doler. Las palabras tienen poder: los silencios también. Yo hace tiempo que no digo, hablo. Hace tiempo que no callo, silencio. Y ando mucho más ágil, con menos pesos, menos mochilas, menos arrastres... No hay lastre cuando decides qué decir y qué hacer. No hay contrapesos. No hay olvidos.

Decidí que el año nuevo, que llegaba desde los cuarenta, vendría cargado de nuevas intenciones: ya no hay propósitos. Me hizo olvidarlas la edad que, gentil, controlo como si fuera un señor muy mayor.

Hoy pensaba en comprar una libreta donde apuntar todas las ideas que me brotan de mi futuro más inmediato. Si bien es cierto que mi inmediatez puede ser la del medio y, bien jugada, la del largo plazo. Aprendí a ver cómo juegan las cartas cada cual en la partida y a aprovechar las mías para recoger algo al final de los caminos.

Estoy sereno. Y serenidad es una palabra increíble. Con su peso. Con su paso. Con su poso, sobre todo. Estoy sereno. Algo que no sentía desde hace mucho. Rezo antes de la medianoche y recuerdo algo bonito de ayer, de antes de ayer, del lejano pasado... Las doce me pillan con la noche entre sábanas. Los amaneceres con una sonrisa. Aprendí mucho al caminar por la vida... aunque siga equivocándome.

Me alegré de volver a mí. Lo estoy haciendo con una velocidad lenta solo comparable a la seguridad que marcan mis pasos. Uno y otro, sobre un tapiz de metros blancos en papel que no se rompe al caminar. No es que no vaya firme, todo lo contrario. Lo que no voy es loco. Desanimado. Solo.

Me encontré conmigo. O ando en ello... Con mis palabras y con mis silencios.

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