miércoles, 4 de abril de 2018

EL RATÓN Y EL VASO

[Ejercicio literario de una tarde de primavera. Hoy]

En mitad de la habitación había una mesa. Detrás dos cortinas, blancas, raídas. Un ventanal sucio a través del cual se adivinaba la calle y el tráfico. Dos libros sobre una mesita y un sofá, con una sábana que lo cubría. Había una lámpara apagada. Y una caja de cerillas. En el centro de la mesa, un vaso de agua. Medio lleno. Bien, o medio vacío. El vaso se notaba sucio al trasluz y ni siquiera sabía cuánto tiempo estaba allí. La casa, sin dudarlo, estaba abandonada, cerrada, desde hace años. Unos cuantos años. Y sin embargo, aquel vaso medio lleno, dejaba claro a todas luces que alguien había estado hace poco tiempo allí mismo, pese a que el polvo lo cubría todo y no se adivinaba ninguna huella. Escuché un ruido. Giré pronto mi cabeza y encontré sobre la estantería del fondo un ratón oscuro que se movía inquieto. Calculo que mi presencia le gustó menos que a mí la suya. Busqué algo para apartarlo de donde estaba. Un palo, un periódico... Pero no encontré nada. De repente, pensé qué estaba haciendo. Si allí al fondo, el ratón no me molestaba, porque iba a moverlo, a inquietarlo, a sacudirlo de su propio miedo. Y me giré de nuevo. Volví al vaso, medio lleno. Sobre la mesa. ¿Quién habría estado allí antes que yo? El ratón continuó su vaivén subiendo y bajando por los estantes. Tan solo se paraba cuando lo miraba fijamente, como si él intuyese que crecía el peligro cuando se movía y quedarse quieto fuera una salvación. Igual yo, frente a la mesa, frente al vaso, pensé que moverme me llevaría al peligro. Y sin embargo, al quedarme quieto me estaba salvando. Salí de la habitación pensando en aquel vaso. Y de paso, en el ratón. En un ratón que se quedaba, de nuevo, al frente de la casa.

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