martes, 29 de mayo de 2018
VOLVÍ A CAMINAR
Hubo unos días lejanos en que aprendimos a caminar, en que de una manera inconsciente nos enseñaron a andar. La vida y nuestra familia, que nos cogían de la mano con el temor de que pudiéramos caer en cualquier momento... Calculo que como todos caería mil veces, pero no lo recuerdo. Y anduve. Aprendí a caminar, a dar pasos, uno tras otro, tan distinto a aquellos animales que nada más nacer se ponen de pie y se lanzan a galopar... Con una libertad absoluta. Anduve por la vida, fui dando pasos pequeños, sin intentar pisar nunca a nadie, y cuando intenté darlos de manera más ágil y rápida, algo, la vida misma, me frenó.
Me enseñaron la vida y la familia a conquistar caminos despacio, a no tener prisa, a ir andando, a caminar sin ser perfecto pero sin crear desperfectos. Y anduve, todo lo que hasta hoy me trajo, lo anduve. A veces solo, a veces con la vida y el viento a mi favor, otros con la familia de sangre y aquella otra que yo busque de manera instintiva, y a veces cuando creía que nadie más me vigilaba, creí batirme contra la vida, de una forma oscura y triste, perdido. Caído en depresión.
Así que, seguí andando solo, siempre bien rodeado, pero con mis manos libres. Dando un paso tras otro, sin que perdiera nunca un pie: ni para una zancadilla ni para un pisotón con que chafar a nadie; si acaso algún involuntario resbalón con el que me estrellé, de bruces y cruces, contra el suelo.
Pero me volví a levantar. Me quité el polvo de ropa y cara y aún temiendo echarme a llorar volví a dar pasos. Volví a caminar. Regresé a las andadas, que son mi manera de recorrer la vida... Claro que regresé, como se vuelve siempre, decía el tango, al primer amor. Y al último despecho.
Quise en mi camino deshacerme de la bilis que se asió al estómago como de las pesadas piedras que otros cargaron en mi mochila, a lomos de mi peregrinar. Y seguí andando, cuando el viento más fuerte soplaba en contra y cuando la brisa le recordaba a mi cara que estábamos vivos...
Caminar nunca es fácil. Caerse y levantarse una vez más, se antoja cada vez más difícil. Porque de joven se tiene un instinto de rebeldía y de mayor, ser rebelde es sobrevivir.
Caminé. Claro que caminé. Gracias a los que dedicaron su tiempo en cogerme de la mano. Y a la vida misma, que me enseñó a limpiar las heridas y volver a caminar. A la vida, que me enseñó a seguir andando hasta cuando el viento sopla fuerte en contra. A la vida, que me dio la oportunidad, de alzarme libre y echarme a galopar...
Entre pesos y pasos, entre silencios y palabras...
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