lunes, 18 de mayo de 2009
PRIMAVERA CON UNA ESQUINA ROTA
Hoy me he levantado para descubrir que Benedetti había muerto. Él era una de las muchas cosas que le debo a Angelita. Mario Benedetti. Siempre he admirado a quienes mueren en silencio, porque de ellos es la última palabra. Su muerte me ha provocado tristeza y la necesidad de llamar a Ángeles para darle el pésame. Pero la vi a mitad mañana y se lo dije en persona. Ella, desde el otro lado de la pecera me dio las gracias con una sonrisa en la cara.
Benedetti era el aura de la bondad, de la humildad, de la paz. Del sosiego. Benedetti lo he tomado en sorbos pequeños y paladeados. Disfrutado con calma, con mucha calma. Con calma uruguaya.
El día que murió Benedetti a mí me han pasado algunas cosas, que revivo ahora cuando acaba el día, delante de estas líneas, como cada día, sabiendo que nunca despertaré las sensaciones que disparaba el maestro cada vez que escribía... De todas formas, escribiré otro día sobre ellas porque sin el genio de Benedetti, mis palabras necesitan ir saliendo para coger aire. Como yo, que me iré hoy a dormir, preveyendo el insomnio que el calor me trajo en bandeja y buscando el aire que hoy necesito. El día que murió Benedetti, murieron en mí algunas otras cosas y nacieron otras.
Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.
Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.
A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.
Estados de ánimo, palabra de Benedetti. Descanse por siempre en nuestras lecturas, así como en nuestros recuerdos...
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