jueves, 21 de mayo de 2009
CUATRO VASOS Y MEDIO
Acabé el programa y me perdí por las calles de Ruzafa buscando el camino de vuelta a la vida. Y me la encontré en casa de Mabel, en un plato de tortilla de cocinera de primera y unas risas sobre la noche, que siempre alivian.
Me vino de perlas cerrar el día bajo el calor de esta primavera que no cesa. Me vino fantásticamente bien contarte mis penas y escuchar las tuyas. Hablar, como hacía días que no podía. Contarte cómo me va y que me sigue yendo, sin saber hacia adónde se van los pasos que no dejo de dar. Y explicarte las vueltas que le doy a todo, quedándome quieto. Las horas del reloj fueron cayéndose despacio al ritmo de nuestras palabras y nos pusimos al día de ayer y hoy, dejándonos para otro día el mañana que nos ha de llegar. Una vez más, Mabel me escuchó con los ojos abiertos y me fue diciendo, pero sobre todo, me fue escuchando que, anoche, era lo que más me apetecía.
Y nos dejamos los labios en un tubo con hielo y limón preparado. Con un golpe de ron y una mano de coca cola. Y una calada tras otra, dejando que el humo que fue, lo fuera todo. Anoche me apoyé con las manos sobre la madera de la mesa de su cocina, apartando los tapetes de bambú que nunca fue mambú. Anoche pude hablar por los codos y los labios, con los ojos, más pequeños y estáticos que los ojazos de Mabel. Y sentí por un momento que todo se frenaba un poco y yo volaba por fuera de mi vida.
Anoche fueron las cuatro y media de la mañana, con cuatro vasos y medio. Y cuatrocientas palabras, casi sin silencios. Me vino bien sentarme en tu mesa y sentirme al lado tuyo, junto a tu silla y poder decirte cuáles son las cosas que me pasan. Porque necesitaba hablar, como a todos nos sucede, de las cosas que me ocurren y se me ocurren. Y las que ya no se me ocurren... Fue una noche que mereció la pena. Y volví a casa, en taxi, surcando la Gran Vía, solitaria y callada. La próxima vez, nos la traeremos a nuestras cenas, para que nos cuente ella, avenida en la noche, qué cosas son las que le pasan...
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