lunes, 4 de mayo de 2009
LA GÁRGOLA
La gárgola estaba sola en mitad de lo más alto. Con su triste existencia. La gárgola, con su vida imaginaria. De piedra, dura y sin sentimientos. Grotesca vida la de aquella solitaria gárgola en mitad del cielo, tormento de su infierno, que vio pasar la vida por delante de ella sin sentir el más mínimo movimiento.
Dispuesto bajo ella, miré al cielo, el sol me cegaba, de soslayo. La gente pasaba por alrededor mía mientras una brisa barría la calle. Escuchaba el tráfico, los pájaros, las voces de la gente, la música dentro de una taberna... Allí, frente a la gárgola, descubrí la fortuna de estar a pie de tierra. Sentí la suerte de no sentirme lejano y solo como aquella gárgola para la que la vida había ido desfilando sin que fuera capaz de sentir ni lo más mínimo.
Me fui. Y me iré. Y cuando me vaya la gárgola seguirá atada al tejado de aquel edificio esperando que alguien, en algún siglo, vuelva a trepar por su fachada y piense en ella. Quizá, entonces, cuando la gárgola se sienta más sola que nunca volverá a llorar, como cada día que llueve. Soledad absoluta, la de aquella gárgola que vio pasar el mundo sin cerrar ni tan siquiera los ojos de piedra...
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