jueves, 4 de julio de 2013

SOL RADIANTE

 

Imaginé un camino largo, entre la vereda, entre las ramas verdes azotadas por una brisa con aliento de poniente y el paseo sosegado del caminante. Adiviné el calor del día desde la primera hora de la mañana, cuando el sol, más radiante que el sol radiante, se coló furtivo por la ventana y me dio de lleno en la sesera. Me descubrí a mí mismo, girado totalmente sobre la cama, como los pies en el cabezal, dandole la vuelta a mi vida y al mundo, como si tal. Como si cualquier cosa. Como si ésta fuera en particular, la más importante de todas, que lo puede ser: la de sonreírle al nuevo día cuando nacen él y nuestras esperanzas.

Me despertó la mañana creyendo que era viernes y mi primer pensamiento del día fue recuperar el jueves. Enseguida maldije tener un día más, como si el fin de semana me cerrara algo, me regalase nada, me dejase cualquier cosa. Y, de repente, cuando me descubrí a mí mismo queriéndole quitar días a mi semana, horas a mi vida, me reprendí con vehemencia pensando qué clase de bobada me hacía desear perder un día. El de hoy. Más radiante que el propio sol. Y así me lo dije: bendito jueves que nace para que caminemos juntos, para que nos regalemos la palabra, para que nos demos la mano y nos contemos las confidencias, para que tú y yo salgamos de nuevo a las veredas, entre ramas azotadas por una brisa con aliento de poniente. Bendito jueves, creí al final, que fue en un rato. Bendito el día nuevo que nos da futuro, y mañanas. Bendito el jueves que nos lleva al viernes y vino del anoche. Bendita la suerte de quienes alzamos la voz cada día para ser batalla. Benditos quienes hacen de su sonrisa la trasparencia del agua que alivia nuestros calores. Bendito el día que vino para compartirse. Y bendita la fortuna de tener con quien hacerlo...

Siempre he sido una persona agradecida. Creo que tú también deberías de serlo. Que soy consciente de que muchos días se cargan con diabluras y desesperos, pero lo cierto es que en tus manos está la llave que abre las ventanas por las que entran aires frescos. A ratos de poniente, otros de levante. Otros serán cierzos. Pero siempre, brisas y vendavales, para movernos con mayor holgura entre los entresijos que nos trae la vida.

A veces dejamos que se nos vuelen los días sin transitar por ellos. Otros deseamos que se pasen de repente, como si al final hubiera una meta mejor. Cuando éramos niños, contábamos con gana los años que tenían que pasar para ser mayores y para llegar al año dos mil. Y ahora, desde el dos mil y pico, querríamos regresar a la infancia que muchos han olvidado o dejar de remar, contracorriente. No hace falta. Se puede mirar hacia mañana haciendo que el hoy ya se cubra de vientos, y dejar que golpeen contra nuestros rostros, como el capitán desde la proa, sintiendo que la libertad nos embiste con toda la suerte de que hoy vuelve a ser hoy, y nació con un sol radiante para nosotros...

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