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Querida
Concha,
Te
fuiste. Ayer, en silencio. Como hiciste tu periodismo de una manera
magistral, sin ruidos, sin aspavientos, sin necesidad de hundir al de
frente para permanecer a flote. Hoy, en estos días, de gritos y de
rabias, eso es mucho. Te fuiste y me dejaste una honda sensación de
tristeza, un dolor baldío, una esperanza rota... Se te llevó por
delante la gran ilusión una leucemia contra la que batallaste,
dejando claro que la valentía, la fuerza, el coraje y el tesón son
necesarios en nuestro día a día. Te fuiste sin que ninguna
enfermedad te ganara la guerra, en contra de lo que dicen. Las
personas, como tú, que pasáis por esta batalla descabellada, lo
hacéis con tal coraje que nunca sois perdedores en nada, ni tan
siquiera, cuando la parca negra nos empuja dentro de su barca fría,
mar adentro. Y nos mostraste, con una humildad dulce, que hay que
luchar. Que la lucha siempre merece la pena.
Nunca
hablé contigo, aunque te escuché mil veces. Nunca me conmovió
tanto la serenidad de tu sonrisa como ayer cuando volví a buscarla.
Nunca entendí porque sentimos con esta fiereza el adiós de personas
a las que no conocemos pero que la tele y la radio han colado cada
día en nuestra casa, hasta idealizarlas, quererlas, sentirlas parte
de nuestra vida... Querida Concha García Campoy, en esta resaca de
dolor que te convierte ya en ángel, somos muchos los que nos
sentimos tristes por un adiós que no esperabas. Los que nos sentimos
impotentes ante la pena que nos remueve las entrañas y nos hace
pensar en otros seres queridos que emprendieron el camino antes que
tú y que hoy vuelven, como cada día, a nosotros. Pero regresan
también la alegría de saber quienes conquistaron la cima de su
salud, venciendo una enfermedad terrible que les cambió la vida.
Querida Concha, es injusto. Tan injusta como es la muerte que nos
devuelve a todos por igual, tan democrática y tan negra, confiando
que sea la puerta a otros sitios donde tu voz volverá a sonar con
dulzura y un elegante e irremediable encanto.
Hoy,
como ayer, me quedo mirando tu sonrisa, de serenidad contagiosa, y
sigo pensando que gente como tú nos hace más falta aquí que en el
cielo... Tu voz es ya historia de nuestro tiempo y sus ecos nos
traen demasiados buenos recuerdos recuerdos que hoy caminan de la
mano con la tristeza. Descansa en paz, Concha. Un beso al cielo.
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