miércoles, 17 de julio de 2013

LA SERENIDAD


La serenidad es el estado perfecto del alma. La tranquilidad equilibra nuestras vidas y por eso, cuando algo nos distrae, nos perturba, varíamos ese equilibrio disparando nuestros níveles de ocupación y de preocupación. Estar serenos es algo que nos pasa desapercibido, como se nos puede escapar la luz cambiante de un sol que rebasa un cielo nublado o el trino de un pájaro al que nos acostumbramos en las tardes de verano. Desde que dejamos de dedicarle un tiempo a todos los pequeños detalles que nos rodean, que es como quitarnos de encima el cariño por nosotros mismos, hemos dejado de lado la satisfacción por encontrarnos bien.

Somos capaces de desear con anhelo que lleguen unas vacaciones para no hacer nada, de desear que esto o aquello pase rápido, que se acabe este dolor de cabeza o de alma y ansiar que se acaben nuestros desvelos. Sin embargo, cuando los desvelos se disuelven como azúcar en un café; cuando nuestras vacaciones están en marcha o se acaba aquello que nos roba el sueño y nos cubre de insomnios, somos incapaces de pararnos a aprovechar la felicidad más básica que podemos alcanzar y que es, en definitiva, la que sigue latente en nuestra naturaleza primitiva.

Podemos desear cuanto queramos, es más, yo recomiendo que anhelemos hasta lo que no nos apetezca, para nosotros, sin egoísmo ninguno y para los demás, que es una generosidad positiva que siempre nos mejora el karma y el día a día. Pero sobre todo, reivindico, y lo hago con mi vida, el disfrutar en silencio las bondades absolutas que nos regala la vida y que se nos pierden tan a menudo. Ayer fui capaz de seguir el vuelo de una abeja y su paseo por las hojas de unas plantas que volvían a tener sed. Comprobé de que manera buscaba su sustento y cómo cambiaba de hoja en hoja, de rama en rama, para conseguir su preciado tesoro. Me pregunté como aparecía la miel, quién la descubriría para nuestra alimentación, si el cielo está lleno de abejas sin que lo sepamos o sólo anidan en mi balcón y aproximadamente cuántas pueden surcar entre nubes la azotea de esta ciudad de cemento... Con un detalle, el más tonto, empezó mi cabeza a rodar y a preguntarse, a querer buscar para saber más, a percibir con otro sentido nuevo... Así, tontamente, me mecí entre la serenidad y el disfrute de los pequeños detalles que pasan tan desapercibidos. He perdido la cuenta de saber cuántas veces te pedí que dejes ahora todo, lo que estés haciendo, y que por un segundo sonrías. Podrías hacerlo. Y así comprobar la de cosas distintas que, como ayer mi abeja, te vendrán volando. Seguramente recordarás cuando sonreíste por última vez, quién te hizo feliz, descubrirás el sabor de tu sonrisa y querrás sonreír de nuevo. Ahora, así, tontamente. Como una abeja que vuela, zumbando sus alas serenamente.

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