martes, 16 de julio de 2013
LA PIEL AJADA
Me producían una ternura inmensa sus manos ajadas, arrugadas, extremas. El trabajo de la vida cansada pasada por las arrugas de su piel y los ojos caídos, como perdidos de tanta batalla. Ante mí, pasaban sus días, increíbles, relajados, con un pasado de superhéroe a las espaldas, y un mañana incierto y cada día más corto. Le llegó la tranquilidad al final de la vida, cuando su corazón caminaba hacia el final del camino y su paso, más sosegado, le hacia caminar por los atajos del cansancio. Imaginé al tiempo mi mano infantil acariciando el pulso, que cada vez latía más lento, más acompasado. Imaginé mi voz débil y aguda, de niño perdido, resuelto y testarudo, dirigirse hacia él y pedirle que no se perdiera el resto de la vida. Y así, imaginé, como todos lo hemos sido, al niño pequeño y sin preocupaciones, que no sabe del hoy ni del mañana... Ni se acuerda del ayer.
He escrito unas palabras mojadas en agua de nostalgia. Recuerdos que no pasaron, probablemente, pero que a veces, al encontrarme por la calle con personas mayores, que deambulan tan sosegadas, lo hacen sin mirar al cielo ni sonrisa que les acompañe. Siempre he temido más a la vejez que a la muerte, porque la segunda me parece tan poco comprensible como infranqueable. Pero así es. Nos hacemos mayores y nos arrugamos a base de vivencias, dejando que caduquen nuestras emociones y la ilusión de cada nuevo sol. A menudo me encuentro con personas mayores que me recuerdan a los míos que se fueron, a mis abuelos, con los que compartí toda mi tímida infancia. Y a menudo, también, les deseo que el camino que hagan les llene de felicidad, porque es lo que nos merecemos al fin y al cabo.
Cuando veo a una persona mayor en su soledad caminar con tristeza, me produce una melancolía completa que me pellizca el corazón. Deberíamos de ser capaces de comprender hacia adónde llevamos nuestras vidas y llegar al final del camino, con la energía de aquellos niños que buscaban entre las arrugas de las manos del abuelo, los surcos que la historia les dejó en el alma. Mis palabras van hoy para las personas mayores, para los que hicieron del silencio su compañía, para los que batallaron sin reclamar nada, para los que no durmieron por tantas horas de trabajo, para los que hicieron mil veces las cuentas a fin de que por lo menos por casa pasara uno de los tres reyes magos... A los mayores, que tanto nos enseñan y a los que tan poco escuchamos, deberíamos de rendirles un tributo especial, un aplauso merecido, un homenaje a sus personas... Lo han hecho todo, han caminado con mejor o peor tino por las sendas de este destino a veces cruel, otras simpático, que se cuela entre sabores dulces con olor a tierra. Hoy, mi recuerdo, para las personas que nos llevaron la delantera en la vida y nunca agacharon la cabeza, más que cuando un niño, como yo mismo en mi recuerdo, les acariciábamos los surco de las manos, de piel ajada y plegada en mil arrugas de un pasado incierto.
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