sábado, 18 de abril de 2009

VOLVÍ A VER EL ÁRBOL



Sus ramas yermas desafiaban al sol, oculto tras nubarrones negras. Con una fuerza impagable, condenado, nacido desde la muerte, desataba a la llegada de la primavera sus brazos abarcándolo todo, de uno a otro extremos, dejando un aspecto sombrío a su alrededor como único testigo de su presencia. En silencio, paseaban por el camino contiguo algunas de sus voces amigas, y él, mirando al cielo, se perdía contando las ramas y las otras más pequeñas que brotaban de cada una de las anteriores, y al tiempo, otras más pequeñas que, recién nacidas se confundían en una maraña de alambre negro.

Aquel árbol había ido viendo morir el terreno, resabalarse la arcilla roja por los costales de las laderas, perderse las piedras, camino abajo, en cada una de las tormentas... Había superado las noches de helor y el sol castigador que tantas veces le había amenazado. Pero pese a todo, pese a las tristezas y las inclemencias, aquel árbol se erguía fuerte sobre la tierra y retaba al viento, al cielo, a la oscuridad y al tiempo mismo...

Volví a ver el árbol hace poco. Como siempre levantado sobre su tronco, copándolo todo. Y en silencio, como quien admira o recela, disfruté de cada una de sus ramas, y de las más pequeñas que salían de éstas y de las minúsculas que nacían en el último momento. Pese a los embistes, a todos y a cualquiera, el viento seguía meciendo aquel árbol fuerte que se dobló en algún momento.

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