martes, 7 de abril de 2009

MONSIEUR NORIEGA



Tormenta de verano en el mes de abril. Mayo será florido y hermoso. Truenos y relámpagos. Goteras del alma que cicatrizan...

Me llaman por teléfono y hablamos. Al tiempo una noticia: Monsieur Noriega ha muerto...

Hace tiempo. Siete, ocho, nueve años... Igual menos, no lo recuerdo, partí a Burdeos en una aventura de descubrimiento. De lugares y espacios. De voces que ahora son amigas. De momentos. En el sur de Francia descubrí la felicidad en sorbos de vino tinto, en copas de cristal. En almuerzos interminables y paseos de Chateaux. Fue increíble.

En la aventura me acompañaba Monsieur Noriega, o mejor dicho, yo le acompañaba a él, como anfitrión (magnífico anfitrión) que lo fue en nuestra expedición por la baja Galia. Era un hombre corpulento, de marcado acento asturiano (nadie se atrevió nunca a quitárselo), rudo en el aspecto, en sus gestos y en la voz. Padre firme de familia y esposo silencioso. Monsieur Noriega nos conquistó desde el momento en que abrió las puertas de su casa de tres pisos, y escalera. De amplio comedor con ventanas al parque y a la parroquia. Burdeos, en casa de los Noriega. Una aventura, una vivencia más...

Monsieur Noriega nos ofreció durante días todo lo suyo. Lo mejor, todo cuanto tenía. De la manera más altruísta y amable que se puede dar algo. Con su talante sereno, su profunda risa, su estar pendiente de todos y en todo momento. Monsieur Noriega preparaba los mejores desayunos de la Francia, cargado en su bicicleta trayendo los bollos recién hechos a primera hora de la mañana. Luego un almuerzo. Y un aperitive con que dar la bienvenida a la comida. Un vino blanco de Chateaux. Un moscatel. Unas chocolatinas. El jamón y sus quinientas variedades de queso. Cada día, reparaba en todo lo que más nos gustaba a cada uno y, al día siguiente, lo multiplicaba por diez... A las cinco de la mañana, Monsieur Noriega se convertía en un despertador: ale, alé.... Y todos para arriba. Y a desayunar. Y a almorzar. Aperitive, y luego digestive. Siesta a la española. Paseo vespertino y cena a última hora de la tarde... Fue siempre discreto, amable, sincero... Su cariño me lo traje para España embotellado en vino de Bourdeaux.

Hoy me han llamado: Monsieur Noriega ha muerto. ¡Qué felices estarán en el cielo con sus aperitives y sus bromas! ¡Con su voz ronca y su semblante serio, escapado fugazmente en brillos de su mirada...!

Llueve fuera. Cae a raudales. El cielo llora. Y a mí me ahoga el recuerdo... Gracias por todo, Monsieur Noriega.

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