sábado, 4 de abril de 2009

CINCUENTA Y TRES



Desde que entraron en el autobús, se le oía perfectamente. Morena, pelo lacio, estropeado, con alguna mecha canosa, gafas, desdentada. Maquillada de sábado por la tarde y traje chaqueta de pantalón en azul oscuro. Un abrigo raído, sucio, gris oscuro. La camisa blanca, de tablas. Y un collar fino de oro con una medalla estampada por la cara de una virgen. Se sentaron detrás de mí:

- ¡Qué alegría, chica, qué alegría! - le dijo - Y, ¿cómo te llamas?
- Carmen
- (Silencio) ¿Cómo?
- Carmen - dijo un poco más alto -.

Mientras se produjo un silencio más largo, rebuscó algo en el bolsillo de su gabán.

- No te he entendido... - dijo con cierta amargura -.
- Car-men... - lo entonó más alto que las veces anteriores reconociendo que no le quedaba más remedio -.
- ¡Ah, Carmen! Carmen, que alegría le dará saber que me he encontrado contigo... A mi hermana le gusta mucho que me encuentre con gente del pueblo. Además ella tiene que ser de tu edad.
- ¿Tu hermana? Sí, yo creo que sí - mientras miraba por la ventana -.
- Sí, claro.
- ¿Cuántos tiene tu hermana?
- Mi hermana, mi hermana... - dudaba demasiado - Mi hermana tiene ocho menos que yo. Cincuenta y tres.
- Entonces es más joven.
- Yo tengo sesenta y cinco... Sí, sesenta y cinco. Y ella, mi hermana, ocho menos. Ocho menos, cincuenta y tres. ¿Cuántos tienes tú?
- Cincuenta y siete.
- Claro. Mi hermana cincuenta y tres... No. Cincuenta y... Yo tengo sesenta y cinco. Mi hermana, ocho menos. Ocho menos son... Cincuenta y cuatro... No. Cincuenta y tres. No...

Carmen miraba por la ventana mientras seguía la mujer del abrigo oscuro con sus cuentas, desmemoriada.

- A ver... Sesenta y cinco, y cuatro, tres... Sesenta y dos. Cincuenta y cinco. Cincuenta y cuatro... Sí, sí... ¡Ocho menos! - pero la cuenta se le resentía - ¿Vas al pueblo? ¡Qué alegría! ¿Cuándo vas?
- La semana que viene...
- Mi hermana también va. Ya verás que alegría cuando se lo cuente...

Se bajo del autobús con una sonrisa.

- ¡Qué alegría!

Carmen se quedó en el autobús. Seguimos por la avenida abajo... El paso del tiempo nos obliga a olvidarnos hasta de las cosas más elementales. La hermana de la mujer del abrigo oscuro tenía cincuenta y siete años.

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