lunes, 27 de abril de 2009
LOS OJOS DE LA VERDAD
Fotografía de la exposición, de Hein Rich
Acabamos de inaugurar las jornadas de integración e interculturalidad, Mislata en Obert. Ahora ya ha empezado todo. Hasta el momento muchos días de trabajo en equipo para sacar adelante uno de los proyectos de los que más me motivan, que más alegrías me aportan y mayor satisfacción. Y eso gracias a un equipo de gente que es capaz de trabajar sin mirar el reloj y con muchas ganas de que las cosas salgan bien. Ya les he dado las gracias en persona, pero me siento obligado a reconocerles el mérito de hacer que me lleve estas alegrías y me vuelva a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho.
La campaña consta de muchas actividades (estáis invitados, lo sabéis) y hemos comenzado con tres exposiciones de las que te rascan el corazón, aunque no quieras.
A mí, la primera me ha raspado el alma viendo la realidad india de Anantapur. He recordado escenarios de la India, colores, olores, la mirada de los niños... De repente mi conciencia vomitaba todo lo vivido el verano pasado... Ha sido una experiencia incomparable que me ha tocado por dentro, una vez más.
La segunda era un espacio de testimos comprometidos, de gente que abandonó sus países para empezar de nuevo. Yo, que tantas veces he pensado empezar de nuevo con muchas cosas, me he sentido especialmente sensibilizado con aquellos que no lo han hecho por voluntad, si no por necesidad. A veces somos tan mediocres que creemos que nuestros problemas son visceralmente importantes... Somos unos cretinos: hay gente que de verdad sufre.
Y la tercera exposición es una mirada solidaria a Marruecos. Una mirada especial y fotográficamente bella con la que recorrer el país. De entre todas las fotos, vuelvo a quedarme con la del pequeño vendedor ambulante sordomudo. Cuando vi la foto por primera vez, me sorprendió el azul de sus ojos. Es la mirada más bella y silenciosa que he visto en mi vida. La más impactante y espectacular. Aquella imagen se me quedó grabada y, desde entonces, la tengo cerca de la mesa, en el despacho. He imaginado la vida del pequeño chaval, viviendo su vida de silencios absolutos, desbordando el corazón por los ojos y llamándome no sé para qué... Tengo la sensación de querer conocer a ese muchacho. Abrazarlo. Hacer que mi voz sea la suya, la que no tiene, y que mis oídos le regalen el mundo. Si alguna vez me fuera, a empezar de nuevo, creo que empezaría por buscarle. Me quedaría ante él. Miraría sus ojos bellos, azules frente al cielo, bajo el sol, para estar los dos en silencio. Y contarle las penas de este mundo, que él nunca podría escuchar...
Los ojos más bellos que vi nunca.
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