lunes, 3 de junio de 2013

LA SERENIDAD


Hace tiempo que perdimos, tanto que ni lo recordamos, un estado del alma que se murió entre los ruidos. Hace demasiado que lo olvidamos, pero fuimos capaces una vez, de andar nuestras vidas sobre los mares quietos de la serenidad. Y ahora, ahora que el estrés nos remata entre tráficos y gritos, órdenes y desconciertos, pesadillas, problemas, ruidos, desilusiones; ahora que ahorcamos nuestras esperanzas con la soga de la intranquilidad, somos incapaces de pararnos ante la nada y contemplar que todo lo que nos va pasando, puede pasar a un ritmo distinto y que no nos es necesario buscar otros ritmos frenéticos y atropellados con que mover nuestros días...

Hoy, al sentarme al escribirte estas líneas, pensé como me hallaba. Y lo primero que creí fui que cansado, de los días pasados con sus largas noches. Pero me dí cuenta enseguida de que no, que el cansancio, este fisico que hoy me subraya que es lunes, desaparece con el descanso o con el tiempo y que no estaremos por siempre cansados. Me pregunté si andaba nervioso y enseguida supe que no, aunque empezaba a marearme la sensación de no poder explicar cuál es el estado de ánimo de mi alma de lunes. Y comprendí que era complicado de relatar porque hacia tiempo probablemente que no me hallaba así: sereno.

No sé si la serenidad es la cima de la madurez, si se nos viene a rachas o si desaparecerá de repente, pero poder ahora decir que estoy sereno y compartir esta sensación contigo es fantástico. A menudo te invito a que sueñes sentado en tu silla. A menudo te digo que disfrutes de los detalles más nimios, los más pequeños, porque serán los más significantes. A menudo te digo que te cueles en tu propia vida para llevarte de la mano las sensaciones fantásticas que pasan imperceptibles a cada momento por al lado nuestro. Y así hoy, que me descubrí frente a las letras, escribiéndote mi hoy, me descubrí junto a la serenidad, la misma que se cuela en un lago quieto o en un cielo anaranjado como el que descubrí esta madrugada cuando, de repente, me desperté en la cama.

Hay muchos pequeños detalles, muchos motivos que se nos van de las manos, que se cuelan ágiles para perderse por los rincones del olvido que no somos capaces de agradecer. Yo hoy, que descubrí mi serenidad, me quedo aquí contigo al lado, escribiéndote cada renglón con mi cansancio físico, mi cabeza que nunca deja de bullir y una sensación placentera en el alma porque al final me encontré con ella: la serenidad.

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