jueves, 27 de junio de 2013

HUBIERA SIDO


Me senté en el banco, en lo alto de la cima y respiré. Dejé que sobre mis hombros cayera la fuerza del cielo nublado, gris plomizo, y agradecí aquella chaqueta en la que me acurrucaba contra el viento que venía del futuro. No trinaban los pájaros, pero la hojarasca de los árboles golpeaba con fuerza contra mi destino y se perdían, como un llanto incesante las hojas que caían del último otoño... Eché de menos una bufanda que no me quebrara la voz. Y quise, por un momento, entre suspiros y deseos, como el loco que da de comer a las palomas acompañado de su honda soledad, ponerme a hablar en voz alta y decir mis proclamas sin ecos ni testigos.

Hubiera sido capaz de ponerme a gritar hasta que las nubes se despejaran en el horizonte. Hubiera querido que mi voz no se quebrara y lanzar mis deseos al viento, dejarlos atados en un hilo de esperanza para que el viento les hiciera ondear y se perdieran hacia todos los rincones del mundo. Hubiese deseado que el mar se detuviera, que las olas no batieran más contra el precipicio que crecía a mis pies, y que de repente, todo ese oleaje de espumas blancas, fuera la tabla rasa de un azul colonial que se perdió en mi memoria.

Hubiera sido capaz de ponerme en pie, sobre los pesos de mi cuerpo cansado, aguantado por las piernas que como dos troncos se clavaban en la tierra y se perdian dentro de la hierba. El suelo verde, el horizonte y el cielo azules, y yo, sentado en el banco, encima de la cima, respirando aquel viento helado que me golpeaba en la cara.

Me imaginé así. Hoy, esta mañana, al salir caminando, entre ruidos y atascos. Me imaginé quieto frente a la intensidad del calor que se aviene y mi paseo lento y sosegado, resaca de una noche de menos sueño. Me soñé conmigo, sentado en lo alto de aquella montaña, entre los brazos de mi soledad dedicándome un silencio. No deseé nada más. Imaginarme allí, como en aquellos caminos perdidos de Glendalough, donde perdí la sensación de vivir. Así, ahora, mi camino se detuvo entre mis deseos. Y deseé quedarme quieto, inmóvil, callado. Absorto. Dejando que mis ojos se perdieran en la raya final de aquel cielo que no se caía. Quise que la vida se detuviera, que el viento siguiera con fuerza batiéndose contra mis ojos cansados. Y soñé, de nuevo, otra vez. Volcí a imaginar, volví a la esperanza... A una esperanza, que como el mar, se batía contra el precipio donde se apoyan mis pies...

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