jueves, 13 de junio de 2013
NUBES, AL FIN Y AL CABO
Somos gente afortunada. No lo pensamos casi nunca, pero lo somos. He viajado algo por el mundo y me he encontrado ríos de miseria. He mirado al cielo desde todos esos rincones y el azul es parecido, las nubes sobrevuelan de igual manera, a distinta velocidad puede ser; pero nubes, al fin y al cabo. Pero abajo en la tierra, donde las manos curtidas aran la pobreza y los sueños caen contra el suelo por un principio de gravedad más grave que en ningún otro lugar del mundo, allí, en el suelo, en la realidad, se mueve la vida de muchas personas cuya fortuna realmente murió antes de que ellos mismos nacieran.
Nunca es un consuelo que ante nuestra tristeza habrá alguien más triste, que nuestras lágrimas son pocas al lado de los ojos secos que ya ni lloran; que nuestro dolor es inmenso, pero menor que el de aquellos que sufren sin conformarse nada. No hay consuelo ninguno, ni debe de haberlo. Pero es una realidad, trágica como la vida, que intentamos batallar con sonrisas y alegrías, que hay quien de verdad sufre con una intensidad amarga y ni tan siquiera tienen voz en la garganta para clamar contra la injusticia.
Nos acostumbraron a buscar la felicidad, a tener que sentirnos felices. Nos obligaron a vivir con todo aquello sin lo que podríamos vivir, y probablemente mejor. Nos obligaron a creer que seríamos todo aquello que tuviésemos, pero no nos dijeron que no hay quien tiene y sigue siendo. Al final, aquellos de cuyo dolor ajeno nos hemos alejado, que se mueven lentos camino de la muerte, para nosotros parecen ni existir, porque nada tienen que necesitemos ni nada les queremos ofrecer.
No es un consuelo, ya lo dije. Pero para estos hijos de un Dios mayor, que viven bajo el mismo azul y comparten nubes similares, la vida pasa de manera distinta. ¡Qué injusto es que no sepamos pues, desde este suelo fértil y arropados disfrutar de lo que disponemos y vivir con la sonrisa en la mirada! Yo aún recuerdo aquellos ojos oscuros clavados con un machete de pobreza contra mi conciencia dormida. Y bajo ellos la sonrisa de la niña que sorprendida se paró ante mí para que viese que nada había, bajo un manto de humedad, más bello que la alegría de su pobreza...
Seguimos condenándonos a diario con nuestras penas y nuestras miserias. Pero si me quieres escuchar, mi optimismo y yo te decimos que aún hay un lugar para la sonrisa. Ahora mismo, ahora que me escuchas, a ti que te hablo, te pido que sonrías. Inténtalo, aunque te duela. Házlo aunque creas que no puedas. Sonríe y piensa cuánto hace que no sonreías... Y verás como enseguida en tu memoria se agolpan momentos felices, bajo un cielo azul plagado de nubes que nos sobrevuelan...
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