viernes, 21 de junio de 2013

LA ÚLTIMA NOCHE DE LA PRIMAVERA

Me levanté con una sensación extraña. Con un hombro dolorido, por el traslado en Mislata de la virgen peregrina, que nos dejó unas cuantas horas solo para caminar, lo cual es fantástico. Me vine con resaca de pena, creo, de soledad, de tristeza, de cielo gris a trabajar. De inquietud. Así me lo dijo Pilar en el despacho discotequero de esta radio donde van pasando nuestros días de trabajo... Inquietud me dijo. Eso es inquietud.

Ayer subí las escaleras de casa dándole vueltas a la cabeza. Venía de cenar con el pasado en el Fosters del Ayuntamiento, de tomar una copa en el Casa Blanca de la calle Ruzafa, de ponernos al día, por si quedaba algo que poner... Y me encontré con la sensación alegre, del reencuentro, de la confianza perdida, que parece nacer de nuevo, de la amistad recogida... Así con todo, con ello. Hay persona que es importante en la vida de uno. Así nos lo dijimos ayer Aurora y yo, vía whatsapp, que seguimos viéndonos desde la distancia sin poder olvidarnos de la infancia que nos trajo aquí. Y de la divertida y alborotada adolescencia.

La cena de anoche la habíamos pactado desde hacía días. La fuimos cuadrando con un mimo absoluto en las palabras y nos encontramos, sin mirarnos casi, en la puerta de la noche que se abría a la palabra. Nos dijimos dos cosas de rigor, nos contamos de dónde veníamos y enseguida dejamos el tema sobre la mesa. Las cosas hay que decirlas claras. Me sorprendió muchísimo su primera respuesta, me sorprendió casi tanto como me dolió: "Va, Jaime, reconoce que te rallaste y se acabó.". Y eso me dejaba pocas puertas a nada. Así que dejé que mi carne se enfriara sobre el plato sin dejar de vomitar uno tras otro los recuerdos y los momentos que me habían confinado a la nada. Creo que se lo llegué a decir. Creo que sí. Que pocas personas me habían importado tanto en mi catálogo de amistades, que me sentí solo, arrancado en el olvido, del que a veces, con un gesto tranquilo, confirmaba con su cabeza que sabía que mi dolor, aquello que fue rabia, pues a lo mejor tuvo motivo de ser. Y fue, para mí almenos.

Se me quedó grabada una frase que dije, nunca he pensado que citarse a uno sea lo más elegante, pero me acuerdo de un "cuánto tiempo hemos perdido" que se me escapó con un suspiro entre la rama de canela  y la naranja del ron con cola servido en el fresco de la última noche de primavera.

No sé hacia adonde irá a partir de hoy esto. Me he despertado con esa inquietud, sensación extraña absoluta, de saber que ayer nos dijimos muchas cosas, pero no saber ya si valdrán de algo, si cambiarán nada, si quiero que lo cambien... Siento una sensación extraña (inquietud, dicen) que me hace pensar constantemente en ayer, porque me sentí por momentos casi como un desconocido que en mitad de la noche se encontraba con otro al que abordar con los problemas de su vida. Y solo faltaba lluvia en la calle, para hacer que fuera ficción. Llevamos más tiempo en el silencio que de la mano.

Tengo una pena absoluta de haber mirado ayer a antes de ayer con tanta distancia, porque anoche rebrotaban días pasados, intensos como comprobamos, en los que la felicidad compartida y la amistad habían hecho que el camino fuera fantástico. Y me fui a casa, me llevó en aquel coche, con la sensación de no saber dónde estoy, ni hacia adónde dirigirme, ni si hay ahí ya algo más...

Ayer, o antes de ayer, casi como una jugarreta del destino, escribía en facebook la letra de aquella canción de Sabina en voz de Ana Belén que dice: "En Macondo recordé que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver...". ¿Y si fue un error volver a antes de ayer?

Quiero pensar que no. Que pude volver a sentarme con aquel amigo enfrente. Que compartimos nuestras miradas distraídas y una muda timidez. La inquietud, se cierne, porque ayer fue fácil volver a hablar. Porque ayer se cerraron definitivamente algunas heridas, pero nuestras vidas, me parecen tan lejanas ahora mismo, que no sé si cada uno prefiere seguir con su salud recobrada... Me duele. Me inquieta (que me han dicho). Calculo que será eso... No lo sé. Pero mereció la pena compartir mesa, recordar días pasados (que fueron una pasada), revivir momentos y... ¿quién sabe? Nunca te he tenido rencor, me dijo. Ni yo a ti. Y es verdad... ¡Cuántas cosas que no nos hemos dicho todavía!


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