miércoles, 5 de junio de 2013

CORDONES DESATADOS



Cuando éramos pequeños andábamos siempre con los cordones desatados, sin riesgo nunca de caernos. Y si nos veníamos abajo un beso de mamá lo solucionaba todo. Cuando éramos pequeños, cargábamos nuestras mochilas a la espalda haciendo el mayor de los esfuerzos pero, con los ojos pegados por el sueño y el ensueño, éramos capaces de lanzarnos a correr cuando veíamos a nuestro amigo cien pasos por delante. Cuando éramos pequeños, envidiábamos como mucho el bocadillo de nuestro compañero que siempre era mejor, creíamos, que el que nos habían preparado para el recreo: pero no teníamos mayor envidia. Cuando éramos pequeños, comíamos sin problemas porque en casa siempre nos procuraban todo a tiempo y porque la felicidad ignorante de aquellos niños nos hacía pelearnos si alguien no nos dejaba jugar con su balón o si en el cole, éste o aquél, no nos habían hablado...

Cuando pienso en hoy, veo que nos caemos muchas veces aunque nuestros cordones cierren herméticamente el zapato. Cuando pienso en hoy, veo que nos hacemos poco hueco en nuestras apretadas vidas para que mamá nos dé un beso que lo cure todo. Hoy, nos cargamos la espalda y el alma con cosas que nos tachan contra el suelo, que no sólo nos impiden echar a correr sino que nos dejan mirando siempre al suelo, con un desconsuelo que ahoga. Hoy nuestras envidias son más oscuras y escondemos la felicidad en una cortina de infelicidades mientras nos maldecimos por no vivir entre las olas de la alegría.

Sin nostalgias, vivimos demasiadas veces anclados al pasado sin pensar que nuestro futuro está en mañana. Y nos sentimos obligados a revisar casi siempre el ayer, pensando que aquello que nos voló, y que no ha de volver, siempre será mejor que aquello que nos podamos procurar. Y estamos engañados. Nos hacemos mayores, maduramos dicen, a golpe de tristezas, de agobios, de penas, de desconsuelos. Pero podríamos ser capaces de hacerlo pensando en compartir, en alegrar, en suspirar, en ayudar a ser felices y en intentar pasar por la vida dejando atrás un surco de felicidad que sin nostalgia ninguna fuera el rastro del camino que emprendimos, y por el que aún caminamos con mayor fuerza aún.

Pero es difícil, lo sé. Complicado. Nos empeñamos en confrontarnos o enfrentarnos. Callamos antes que nos reivindicamos, miramos al suelo sin ver que siguen las nubes flotando sobre nuestras vidas indicando que podemos soñar, que podemos movernos con mayor libertad todavía, que podemos ser felices como nos merecemos...

Sin nostalgia ninguna, a veces recuerdo cuando era niño. Un niño soñador, de necesidades simplonas o sin necesidad alguna, cuya batalla de vida más importante podría ser mejorar nuestro bocadillo del recreo... Aquella ignorante tranquilidad está claro que no regresará, pero todavía batallo, cargado con mi mochila, por seguir el rumbo que arriba en el cielo surcan las nubes...

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