miércoles, 12 de junio de 2013

EN EL DÍA INTERNACIONAL CONTRA EL TRABAJO INFANTIL... QUE ES HOY (Y DEBERÍA DE SER SIEMPRE)



Que tenga que haber en el calendario un día internacional contra el trabajo infantil es deplorable, triste, lamentable, nauseabundo, inhumano, injustificado... Que tengamos que marcar en rojo sobre nuestro almanaque de vida un día para reclamar la mirada de manera condenatoria y denunciante, parece más inhumano aún. Pero es que, mientras tú y yo corremos para que no nos alcance la prima de riesgo o nos llevamos las manos a la cabeza cada cinco minutos por otro crimen de corrupción, por el mundo, perdidos entre las desesperanzas, se esconden niñas y niños cuyo futuro es tan oscuro o más como su presente, su pasado les huele a colilla y a opresión; y su mirada sin brillo, perdidas y hambrienta, se mueve entre escombros de desesperanza porque para ellos la felicidad ya no es ni siquiera un deseo que anhelar, algo que les pueda llegar...

Cuando era pequeño, más pequeño de alma, corazón y cabeza de lo que se pueda sentir este Peter Pan desengrasado, si dejaba algo de comida en el plato o decía aquello tan infantil de que “eso no me gustaba”, mi madre enseguida me decía que pensara en los niños que no tenían nada para comer. Y yo, que siempre he sido de pena rápida, porque el corazón me late ¡qué cojones!, me acordaba de los niños del África inundados en moscas y cuyos ojos se les salían de la cara sin mirar más que a la muerte de frente. Aún así, creo que mamá fue exquisitamente madre, que intentó apartarme del dolor y de la pena, que no me hizo ver, por ejemplo, que más de quince millones de niños trabajan forzosamente en otros hogares, por ejemplo, que para muchos no hay calle a la que bajar a jugar o que llorarían si tuvieran delante aquel bocadillo de paté del que tantas veces renegué. En el mundo, en este mundo que da tantas vueltas y que de manera egoísta a menudo no releemos, casi la mitad de esos niños que trabajan lo hacen, además, a cambio de nada. Sin sueldo, ni jornal, ni esperanza...

Hoy en el calendario tenemos una cita. Mirar al lado y avergonzarnos de lo que hay y no queremos ver. Reclamar un presente mejor para millones de niños que trabajan como adultos y a los que obligamos a vivir como animales. Hoy, podemos poner el primer cimiento para erradicar esta plaga injusta y asquerosa, que nos hace perder la sonrisa y el aliento; que nos obliga a sentirnos felices con lo poco que decimos tener, porque les estamos robando la vida a aquellos pequeños que, en verdad, no les queda nada. Que se acuestan a dormir, pero que no sueñan. Que son, sin quererlo, protagonistas de una estadística injusta pero real, asfixiante y deplorable. Hoy, como siempre, deberíamos de mirar a esos niños que sufren y ayudarles a buscar un futuro que, al menos, sea tan malo como el presente del que tanto nos quejamos. Estamos obligados.

Hoy, que me acuesto con Edurne a hacer la siesta y siento su sonrisa junto a mi, en la cama, y pienso en lo afortunados al final que fuimos... Que no es consuelo, lo sé, pero cuánto dolor se reparten los niños del mundo (qué injusto, joder).

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