miércoles, 16 de enero de 2013

ME SORPRENDÍ A MÍ MISMO


Me sorprendí a mí mismo en el autobús, por una sensación que me desvivió, de repente, sin esperarlo. Empecé la mañana yendo a Valencia, a la falla, a lijar, pintar... A esa batalla contra el reloj que marcan los últimos días antes de que lleguen las fallas y que dejan el casal al borde del infarto. El mediodía, ya en casa, cocinando unas costillas con patatas paja, me puse a darle caña al llibret, como anoche y antes de anoche. Sin parar, nada. El reloj marca una cuenta atrás para muchas cosas...

Ando por teléfono interesándome por médicos ajenos, médicos del alma y de la memoria. De la desmemoria. Esperando que se curen los olvidos que, de manera poética, dejo aquí subrayados.

Por la tarde, ejecutiva del partido en la sede, en mitad de una tarde polar. Helada. Fría. Y al salir tomo un café con algunos compañeros que se quedaron al caer la noche. Atravieso la avenida del Sur y subo a casa. Rajo el suelo con amoniaco y sangran los olvidos grabados entre olores que me desagradan. A veces desagradan hasta sus silencios. Bajo con una ensalada en la mochila y un bonobus: regreso de nuevo a la falla y repinto lo que dejé por la mañana. Taxi y a casa. Quise escribir antes, se me hizo demasiado tarde, pero entro a escribir estos renglones porque presiento que sino me descabalgaré de este año. Y los eneros son prolíficos. Escribo un discurso de mantenedor para el sábado y hago marcha. Marcha a la cama. Me quedan pendientes algunos temas, algunos flecos... Mañana por la mañana vuelvo a la falla. Luego como con Rosa en el centro y al banco. Una reunión pendiente con Paco y otro programa de televisión. Y la sensación de que se caen los días y se nos come el frío... Por las manos. Por los pies...

Me sorprendí a mí mismo en el autobús. De repente me vi con mi móvil, repasando el twitter, esperando que alguien me piara por whatsapp, actualizando el facebook con insistencia para ver si había algo nuevo. Mire al lado y el chico del libro sonreía. Pensé. Pensé: "Mira que sonrisa le provoca ese libro. Coge uno, déjate el móvil...". Pensé que el móvil me tiene atado y ver lo plácidamente que leía mi compañero de autobús, me embriago por felicidad, una felicidad leve y serena. Pero felicidad básica al fin y al cabo. Como la que hacía tiempo que no sentía... De repente, me quedé vacío, y flotando. En paz.

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