sábado, 19 de julio de 2008

EN LA INDIA, CAPITULO 12

Llegamos a Agra. Calor. Intenso. Nava acaba de colgar el telefono con Espanya y se sube al restaurante, donde le esperan Laza y Piru. Este ultimo acaba de escribir sus mails por internet y me deja el ordenador para que haga lo propio. Aprovecho para escribiros uno de los ultimos capitulos de nuestra aventura en la India y lo hago en una urna reventada por el aire acondicionado, encristalada, llena de bichos diferentes que se cuelan por el teclado, mis brazos, las piernas, la pantalla y que caen sobre mi cabeza... Asi que, escribire pronto, porque tampoco puedo descargar fotos y asi, lo de desparasitarme, lo dejaremos para otra noche... Aunque aqui ya quedan pocas.
La tarde ha estado nublada, incluso amenazo con llover. Sin embargo, llegando a Agra parece que el cielo quiso romperse. Nada me gustaria tanto como que manyana el sol luciese desde primera hora, cuando tenemos previsto estar frente al Taj Mahal. Hoy partimos de Jaipur, dejando atras sus bonanzas, y hemos emprendido un largo camino que nos dejo todo el dia en la carretera. Quiza el sol haya apretado hoy con mayor vehemencia que nunca. Con una fuerza inusitada... Hemos parado a comer. Calor. Hemos reemprendido la marcha. Mas calor. Y hemos llegado a un sitio convertido en uno de los paraisos arquitectonicos mas particulares que servidor haya visto en la vida. Se trataba del Fatehpur Sikri, una ciudad fantasma creada y vaciada por el mismo rey. Una ciudad bella, rojiza, inmensa, colosal. Distinta a cualquier otra cosa que antes nos hubiera mostrado la vida, presidida por una mezquita musulmana harto impresionante. Los ninyos se arremolinan entorno a nosotros con una complicidad mendicante absoluta. Parafrasean en castellano buscando nuestras "monitos" (monedas), posan para las fotos y participan del mercado que, a las puertas del templo, han creado sus padres, y los padres de sus padres... En el desorden de este pais, las cabras pastan por las escaleras de palacio, junto a un vendedor que corta fruta podrida... Las joyas se vuelcan sobre telas sucias cerca de las tumbas musulmanas. Huele tremendamente a orin. A sudor. Ya sabemos como huele (y como duele) la miseria mas absoluta.
Sin embargo, sentados sobre la escalinata final, la inmensa pradera lo envuelve todo. Te enloquece. Te hace olvidar la realidad que se maneja, dura, a tus espaldas... El suelo quema con mayor brio mis pies... Ando descalzo desde que entre en este recinto y noto como la piel se agarra por completo a la India. El enganche, llegando a su fin, es completo...

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