martes, 23 de abril de 2013

UN LUNES DE REENCUENTROS

El flexo camina sobre las cáscaras de pipas que quedaron sobre la mesa. El último trago de colacao se entremezcla con el dolor de mis homoplatos, que se juntan cada vez más con el sueño de los ojos. En la tele, los famosos saltan a una piscina y, si hago repaso del lunes, me encuentro con que soy capaz de encontrarle tantas horas al día que acabo por asustarme.

Me quedé tumbado en la cama, esperando que la pereza que casi nunca tengo me empujara de la cama. Papá abrió la puerta y esbozó un Jaime que me llegó a la cama. Me levanté, me duché y cuando salí, Chus obraba en la terraza, mientras me iba camino a la radio. Radio de lunes. Por el camino, con mi chupa azulona, la mejor compra de este invierno pasado, caminé hacia las ondas, lunes mañanero, con mi sonrisa a cuestas. El proyecto de la radio, que ya es realidad, me llena cada día más. Estamos complementados en equipo de una manera genial y eso se nota, cada día.

Me encontré con el madrugón de Leo que apuraba un cigarro antes de su reunión de las diez de la mañana. Y hablamos, algo o poco, sobre el viaje a Alicante por San Juan. Le dejé entrando por la puerta giratoria y me lancé a la puerta, en el borde de las diez de la mañana, encontrando en el bolsillo el móvil y revisando, antes de entrar, los mensajes. Alejandro y Pablo Urtiaga, que celebraba cumple. Cerré el móvil. Y entonces volví a mirar los mensajes, entrando ya por la puerta del Club Diario. Alejandro me escribía que me había etiquetado de su princesa y no entendí nada. Antes del café, encendí el ordenador y me dispuse a ver la foto. Y entendí por qué me lo decía. Esbocé una sonrisa, traída del pasado y me sentí genial. Vaya que sí.

Al rato, mientras seguía raspando actualidad contra el teclado, recibí una llamada: acento asturiano al otro lado de la línea. Pensé enseguida en Alejandro, del que hacía tanto que no sabía nada. De Lázaro aún hacía más. "¿Quedamos a comer?" me dijo. "¿Vienes o nos vamos por ahí?". Y aunque hubiera tenido mil motivos para no ir, por una cuestión de agendas apretadas, ni lo pensé. Este lunes de reencuentros tenía algo ilógico en su camino, en su peregrinaje, y me vi en la obligación de aceptar una invitación que nos devolvía a un pasado demasiado lejano ya en el tiempo. Hice el programa. Entrevisté a Ana Albert y hablamos de deportes. Y de moda, con Inma Aznar. Y alguna entrevista. Y con Leo nos echamos las risas y los trastos a la cabeza. Y nos reímos un rato. Salí de la radio y nos hicimos la foto de rigor, y cuando pasé por el despacho de Leo a decirle que me había reido mil, ya se había ido. Así que salí a la calle, caminé y no hubiera dejado de caminar y encontré un taxista, más majo que las pesetas, que me dijo que la gente de la calle es muy amable pero que "hay muchos del Pepé". Y con mi silencio entendió el resto de la conversación.


Llegué a casa de Lázaro. La entrada fue de película de Almodóvar. La escalera aciaga con un bolero de fondo: Perfidia, sonando a tope, cayéndose por los escalones, uno a uno, hacia la calle. Donde me la encontré. Y no supe calcular cuánto hacía que no trepaba por aquellas escaleras de la amistad...

Asomé la cabeza encontrando aquella casa tan familiar como siempre. Vi a Lasa al final del pasillo, camino de la puerta, y con su sonrisa puesta. Nos abrazamos en mitad del camino y nos invitamos a pasar, cada uno, en la vida del otro. Hacía mucho. Demasiado. Y se puso a cocinar con su vena astur mientras nos contábamos detalles de ayer y hoy. Cocinó unos fideos, que yo elegí gordos, con foié y tomate. Espectacular. Comimos raudos y seguimos con nuestras palabras y un helado, y luego un café, junto a la Plaza Redonda, donde descubrí a Chelo Bellido. Nos dejamos al final, yo camino del metro y él a su casa. Tuve la sensación de haberme reencontrado con el amigo y pensé cuánto no tardaremos en repetir. El me pidió que fuera pronto. Yo sé que tardaremos algo más de lo que querríamos. Pero fue fantástico volver.

Llegué en metro a Mislata y me enclaustré en la sede. Salí a las once y media de la noche y me vine a casa. La noche se cerraba sobre la terraza sin luz. Me preparé un colacao y noté que el frío me podía aún más. El lunes se esfumó. Un lunes de reencuentros.

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