Se me ha ido, lo reconozco. Se me ha pasado el tiempo de traeros a las hojas perdidas, éstas que masticamos juntos, el resumen de cada mes que iniciamos este año. Casi ha acabado noviembre y me veo aquí hoy, sentado, bajo mi cansancio y el frío desaparecido del cuerpo mañanero recordando cómo nos fue el octubre pasado.
El octubre pasado ha sido raro. Intenso. Largo. Difícil. Diferente. Octubre cambió el ritmo de mi vida que andaba desde hace muchos años a una velocidad larga. Y, de repente, octubre. Que fue frenar. En muchos sentidos...
El mes comenzó casi a ritmo de batucada. Las primeras noches fueron no parar. Salir hasta las tantas. Rodearme de amigas y amigos y no parar ni un solo segundo. Pasamos noches de fiesta, vísperas de sueño, horas de ajetreo y desayunamos, llegada cada mañana, en las aceras que buscan taxi. Fue, en toda regla, un inicio de mes frenético. Como si no quisiéramos que el verano que nunca acababa llegara terminando... Y Octubre fue veraniego. Y hubo sol. Y calor. Y dio la sensación, por momentos, de que el mundo se paró en el calor estival y nunca más fuéramos a salir del paraíso...
Por principios de Octubre llegaron los moros y cristianos una vez más. Que volvieron a ser la gran jornada. Nos cogimos de la mano, mano a mano, Leo y servidor, y nos dimos rondas por la ciudad y por la fiesta. Nos echamos unas risas, que es lo nuestro. Difícil de olvidar en el momento en que Leo contrató a un acordeonista... ¡Impagable! Bueno, no. Pagable. Creo que fueron 20 ó 30 euros... Pero una gran fiesta.
Fallerío por doquier. Los programas que funcionan. Y, de repente, los cambios. Primero, la llegada del hospital. Luego, el trabajo. Así, sin más. De repente, octubre se llenó de nubes y sombras vitales y de silencios, en algunos momentos insoportables... Todo cambió entonces. Mi ritmo vital, mis salidas, mis encuentros, mis palabras, mis silencios,... Y fui dolor. Dolor y rabia. Pero dolor, sobre todas las cosas...
Si repaso mis hojas de entonces, ahora que me parecen más perdidas y lejanas que nunca, me sorprende ver la cantidad de espacios que fueron esos días. De fotos de lugares, con imaginación onírica que busca, olfateando como un perro de caza, paraísos extraviados de nuestra cotidianeidad... Y canciones. Volví a ser de la música. Y de los sentimientos que arranqué de mí como jirones finos y destejidos de mi propia piel. Canciones tristes que se convirtieron en la banda sonora de nuestras vidas... Y, hubo momentos de alegría. Pero las canciones siempre sonaron raspando el alma. Si alguien sabe lo que es sentir así, sabrá, al fin y al cabo, que esto es bueno, que es positivo, que es optimista,... Que notar la melodía rasgarte por dentro es, aunque pudiera parecer algo triste, una de las mayores bellezas que alcanzará el ser humano...
Y recuerdo el sol a través de los cristales, como recordé Lisboa y otras tantas cosas. Y te prometí el paseo más largo de nuestras vidas... A ti, que eres grande.
Y maldije las necedades que se volcaron sobre mí, y en mi día a día, y en mi despacho, porque algunas ya no las entiendo... Y fui preso de los silencios con los que me castigaron más y más, sin entender ya nada, sin tener espacio para comprender un por qué,... Pero con dolor, al fin y al cabo. Dolor absoluto que se unió a otro mayor, y más grande. Y a otro. Y a otro. Como si mi yo y todo lo que me rodea tuvieran que vivir una experiencia de supervivencia. Y una pena, personal. Y sobreviví. Y fui más fuerte. Y feliz en algunos momentos...
Octubre fueron mensajes diarios de Rakel desde Barcelona. Te hice un regalo especial para mí: aquella foto... Y desde la distancia, sentí los abrazos amigos y los cariños regalados. Fue una pausa entre tanto octubre. Una distancia que se acortó con el paso de los días...
Fui con Aurora a comer al mar. Y al mar me hice. Izando las velas de mi propia existencia. Desparramamos una paella sobre la mesa y enseñamos las cartas con que la vida nos invitó a jugar. Y echamos aquella partida y un paseo a la orilla del mar cuyo sonido volvió a mí y a mis penas... Cuando uno está triste, sólo la melodía del mar le invita a convertir su nostalgia en un abrigo de cariño y protección. Nostalgia... Palabra de tango.
Octubre fueron las estrellas y el cielo. El calor. El frío del corazón, que se heló hasta tal punto que un suspiro podría quebrarlo. El sol. La luna. La noche. Las noches. El mar. Las conversaciones de pasillo. Los domingos de Foster. La sonrisa de Edurne, cuando cené con mi familia. Los mensajes del móvil. Mi adolescencia recobrada. Mis recuerdos. Y un fado en la Alfama. Un tango en el camino y una cena thailandesa. Una conversación por teléfono. Los silencios que me regalan. Un libro de Boccia. Un accidente en moto, que me asustó. El Mimed, extenuado. La madrugada en el Cyrano. Los planes del pasado... Las fiestas hasta la mañana. Los moros. Y los cristianos. Saber que la vida es bella. Y volver a la India. Volver... Con la frente marchita. Las dificultades al levantarse, las complicaciones durante el día, el sueño que no llega por las noches... Y todo, con una banda sonora triste. Y otra que fue mía: My way... A mi manera...
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