viernes, 20 de noviembre de 2009

EL CLAVEL



Tengo un clavel en la mesa del despacho. Un clavel rojo, rojo clavel que cantaba la Jurado. Lo tengo en una botella de cristal. Sobre una mesa de madera... El clavel es la flor del amor. Me lo regalaron ayer, sin amores de por medio, y me lo dejé instalado en la mesa de trabajo, junto al ordenador y sus malas vibraciones. Hoy, sorprendentemente, había olvidado la belleza simple de una de las flores más bellas y menos complejas. El clavel, el rojo clavel, un clavel... Y al llegar al despacho, lo he visto y he pensado: "¡Qué bonito!". Sé que es un pensamiento estúpido, sencillo, básico... Pero decir "¡Qué bonito!", pensarlo al menos, al llegar al despacho, ha sido suficiente. Ni siquiera me he fijado ya desde entonces en que el cielo está nublado o yo mismo. Desde entonces ya no ha hecho falta nada más. Desde entonces ya he cerrado un capítulo nuevo ahora que apuro el libro que ya se acaba... Ha sido una sensación incomprensible y de difícil explicación. Pero entre tranta grisor, el tallo erguido y las hojas rojas, admiración absoluta, han sido un golpe de aliento que ahora necesito más que nunca...

La botella, sorprendentemente, la botella de cristal, contenía un más agua que ayer. Alguien (presupongo que Leo, la señora de la limpieza, que me cuida tanto en el despacho) se ha encargado de darle supervivencia al clavel, que es un poco como hacer sobrevivir a mi ánimo y darle aire para que siga en ascenso. Me duele la piel. Tengo la piel reseca y cortada. Me escuece. ¿Y sabéis por qué lo he notado? Porque tras regresar al despacho con Mariam en el taxi, hablando de las pequeñas cosas que nos duelen en la vida, he visto el clavel erguido en su tallo y su talle y he sonreído. Y al sonreír, levemente, me dolió el rostro. Y con mi dolor, recordé, y recordé de dónde vino ayer el clavel, y de dónde llegaba yo, y de dónde fueron naciendo las ganas de sonreír, de hacer crecer mi ánimo, de seguir cuidando al clavel, que me ha hecho feliz por un instante, aunque fuera una felicidad perecedera...

El clavel. ¡Qué bonito!

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