jueves, 24 de marzo de 2011

MADRUGADA


Ya no me caben más horas de sueño. 5:47 de la madrugada; 38,5 grados. Ha bajado la fiebre: vengo de cuarenta y un grados, y me mezo entre la hipotermia de los 35 y el calor extremo. Son ya varios días: desde el domingo. De ahí que no haya podido pasarme por aquí, porque el cuerpo, la cabeza y la palabra no se seguían... Tengo un virus. Mi ordenador otro. Ayer vinieron los médicos a casa porque la fiebre ya no bajaba. A las doce analítica y a esperar que los antibióticos, los ibuprofenos y los paracetamoles hagan su efecto. Si es que aún queda efecto qué hacer... 5:49: el cuerpo me pide escribir, ando despejado, me levanto, enciendo el ordenador y escribo. Sudo.

Ayer fue el cumpleaños de David. Felicidades.

Ayer murió Liz Taylor, la última gran estrella de Hollywood con permiso de Kirk Douglas. La mirada violeta del cine. La mujer que hacía que los hombres fueran más guapos: Paul Newman, Montgomery Clift, James Dean, Richard Burton... Se fue Liz Taylor, una de esas personas que te apena que se vayan porque los que somos mitómanos del Hollywood dorado, nos quedamos huérfanos de unos ojos inusuales y una elegancia sobrenatural. Descanse en Paz.

Sigo sudando. Voy a parar de escribir y a ver si consigo dormir algo, aunque lo veo complicado. Estoy demasiado agotado. Y sigo, cuatro días después, con este virus descomunal: proceso vírico.

El médico me ha recomendado relax. En ello estoy: estoy tan quieto que hasta me asusto. Porque no es mi modus de estar. En breve, actividad acelarada. Mientras tanto, a controlar el reloj que marca una pastilla cada cuatro horas y el vaivén exorbitado de un termómetro que me baila. Regresé de madrugada a mi blog. Me lo pedía el cuerpo... El que me queda.

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