Un fin de semana de infarto, realmente. El viernes noche comenzamos con la Gala de la Cultura, os lo conté que nos íbamos con cuatro nominaciones y nos volvimos con tres premios. Se cumplieron las mejores previsiones: nos trajimos un segundo premio en apropòsit que celebramos. Alcanzamos el saragüell, de la mano de Angelita. Nena, tú es que vales mucho... Me regaló la mitad. Me quedo de cintura para arriba... Y el primer premio de Obra. Fiesta. Fiesta absoluta. Algarabía. Locura. Fiesta. Ilusión. Alegría... La noche se nos fue hacia arriba. Nos fuimos al casal. Vinieron Paco, Diana y su hermano. Siguió la fiesta. Y más. Y continúamos. Y más allá. Y aún más. Y en la acera, a la espera del libro, bajo el frío, nos despedimos. ¡Qué festival!
Si apenas duermo tres horas. Me levanto, reviso la noche anterior. Lo que fue una gran fiesta. Una celebración en toda regla. Una gran emoción compartida y un brindis. Y otro. Y una esperanza, y un brillo en la mirada. Y otra victoria compartida. La felicidad. La felicidad de Angelita, exultante. La mirada brillante de Rosario. Las risas en la noche. La conversación que no cesa y las ganas de irse a casa que no llegan. Y hoy: sábado.
Celebramos el cumple de Álvaro, que crece entre sus dientecillos blancos con una sonrisa pícara. Guapo, a rabiar. Simpático, como el que más. Rodeado de cienmil niños, doscientos mil padres y mucho futuro.
Estuve un buen rato jugando con él, observándole. Pensando y comprobando desde lejos lo que aún le queda por delante... Seguro que será un hombre feliz, eso espero. Es el mejor deseo que puedo tener para el, que se hace mayor por momentos...
En resumen, esta es la vida: pequeñas y grandes penas, pero pequeñas y grandes glorias también...
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