martes, 15 de diciembre de 2009

LOS CARTONES DEL ALBA



Me desperté antes de lo que pretendía, sin ni siquiera que hubieran sonado los teléfonos. El cielo, anoche, de madrugada, era un manto de nieve colgado del techo, una esponja absolutamente grande y acolchada que ocultaba las estrellas aunque sus lágrimas cayesen en forma de gotas de lluvia... Hacía un frío similar al de esta mañana, quizá un poco más por la oscuridad. Y al abrir los ojos, ante mí, con la persiana levantada que olvidé ayer a medio marco de la ventana, un cielo azul incansable cargado de pequeñas y frágiles nubes blancas como las de las películas... El cielo está azul, intensamente azul, bello, increíblemente bello, después de las tormentas, llegan las calmas...

Yo me hallo relativamente calmado. Por momentos me pierdo y me nublo como el tiempo, pero me paso la mayor parte de mis minutos en un estado relajado. Calmo. Busco entre la agenda momentos vacíos para seguir rellenándolos de nada. Calma absoluta. En estos momentos de mi vida es lo que más me apetece: nada. Y poco a poco, voy consiguiendo la nada absoluta, si bien es cierto que todo me parece calculado y entonces, estar en casa, tumbado, leyendo, escribiendo algo, estas notas, contando las cosas, pensando en otras, ... me parece aburrido y una labor más, cuando lo que busco es la tranquilidad absoluta del que no tiene nada...

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Antes de ayer pasé junto a la caja de nevera que cobija al pobre que vive entre las calles Cádiz y Gran Vía. Vive allí, siempre. Su domicilio es una esquina poco resguardada, en una de las zonas bien de la ciudad. A menudo, cuando paso por allí, y le veo, pienso en que gastará sus pensamientos y cómo administrará sus sentimientos. Yo, que no puedo quejarme de lo que tengo, los administro por rachas. Por eso, cuando paso por la calle, y le veo, siento un temor insensato pero justo que me ciega y me hace pensar qué bueno es todo lo que tengo, aunque tan a menudo no lo sepa disfrutar... Yo creo que nos pasa a todos. Que no sabemos echar de menos lo que ya tenemos porque creemos que perdurará siempre. Pero no. No es así. Por eso, nosotros que podemos administrar nuestros sentimientos con una comodidad extenuante deberíamos de ejercitarnos en gastar nuestros pensamientos de otra manera... Hoy me he acordado de él, de aquel vagabundo al que sólo reconozco sus piernas, cubierto por un cartón. Hoy he pensado en el frío de la mañana, en el rocío del invierno, y he sentido dolor por su frío y curiosidad por su alma. ¿Qué pensará aquel hombre que habita bajo los cartones del alba?

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Me gusta imaginarme con una sonrisa en la boca y sin rencores en el alma. Me gusta recordar los momentos bellos que fui viviendo y pensar en los que compartiré con muchos de vosotros en un futuro próximo, espero que no muy lejano. Me gusta imaginar que la belleza de nuestros pensamientos redunda en la fe de nuestros sentimientos, en la esperanza de nuestro mañana, como un ejercicio de caridad absoluta entre la gente que viaja conmigo y a mi alrededor. Me gusta pensar que la sonrisa que me queda la gastaré contigo. Me gusta creer que habrá silencios que inviten a hablar. Que habrá canciones que no terminen, músicas que nos inviten a bailar... Me gusta pensar que hoy, como ayer y mañana, los cartones no cubrirán más penas en la calle ni en mi casa. Y ser feliz. Feliz absoluto. Y ser feliz con vosotros... ¿Quién se apunta?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me apunto!! Me gusta la foto!! Que razón tienes, cuantas veces nos quejamos al cabo del dia, sin pensar en todo lo que tenemos y sin saber valorarlo....
Un saludo.MANU

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