viernes, 4 de diciembre de 2009

EN LA ORILLA



Llevo dentro de mí mi propio caballo de Troya, mi corcel negro desatado, mi caballo que galopa sobre la arena donde se mueren las olas del mar... Llevo a cuestas mi camino de lágrimas y alegrías. Y voy, sentado y tranquilo, trotando con mi caballo...

La vida siempre es bella. Siempre. Con sus caminos curvos y todo. Siempre fui antes de una curva que de una línea recta. Siempre me gustó más el número dos que el uno. Siempre preferí el impar al par. Siempre, en la vida...

Y ahora, con mi edad, con mi vida, con mi pasado, con este presente, con el futuro que va creciendo y se acerca, voy a los lomos de mi alazán surcando las derrotas, que son pocas, pero duras, mis penas, estos silencios que me condenan, mis tristezas de los últimos tiempos, mis alegrías de cada momento... Despacito. Por la vida. Subido a los lomos de una caballería que regala por montura cada segundo de vida que me llega... Y soy yo. Y es mi caballo. Y cabalgamos los dos, el uno junto al otro, manteniendo vivo el trote de nuestro paso por la tierra, húmeda y marrón, de la arena en otoño cuando la riega el mar y se lleva, entre espumas blancas, mis mitos, mis utopías, mis sueños, mis fantasías, mis ilusiones,...

¡Soy un tipo afortunado! Lo soy. Porque a la espera de que regrese con mi caballito estáis una tropa de amigas y amigos. Y cuando vuelva, os contaré cómo suenan las trompetas graves que acompañan a los pianos que tintinean como una lluvia incesante y otoñal. Esa melodía que sólo rompen las voces flamencas. Cuando vuelva, en mis alforjas, os llevaré por regalo mis anhelos y esperanzas, mis deseos. Y os cantaré un tango arrastrado que es la mejor manera de respirar... Bajaré de los lomos blancos del corcel de mi futuro y os traeré alientos y cariños, os daré lo que siempre os dí y os doy, y con un abrazo de por medio, acercaré mi boca a vuestros oídos y os susurraré el gracias que os debía y os debo.

Mientras, hasta que llegue ese momento, sigo a los lomos de mi caballo, sobre el corcel blanco, paseando a la orilla de la playa... Y oteo el horizonte azul marino que casi oscurece el cielo y convierte a la noche en un tiempo inmenso... Y en la línea final de ese horizonte lejano y oscuro, en el borde mismo, apoyados están mis deseos y vosotros, que me esperáis, con los brazos abiertos, en la orilla... Descalzos.

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