viernes, 21 de noviembre de 2008

ACUCHILLANDO PARQUET



Llueve en París. El cielo lo tiñe todo de un gris absoluto, menos la piedra blanca del Sacre Coeur que irradia en lo más alto de Montmatre. Apuro un cigarrillo desde una de las terrazas del Musee d'Orsay, y apretó mi bufanda en el cuello mientras el humo se disuelve a la orilla del Sena. Cabalgo, ausente y emocionado, por las mil salas del museo. Y de repente, al girar una de las esquinas, me topó con un cuadro de Caillebotte. Les raboteurs du parquet.

Los acuchilladores sudan sobre un suelo de madera, envueltos por burumballa y serrín. La botella de vino junto a las herramientas se posan sobre el parquet mientras la calle se cuela a través de una ventana dentro del noble salón. Me detengo ante la pintura, de pie. Mi vida para cinco minutos, luego diez, al rato, quince... Distingo cada detalle impresionista sobre el lienzo y me siento sorprendido por una belleza atronadora de una estampa pacífica. Luce el sol en París, mientras en la habitación sólo los cepillos raspan el suelo de una madera oscurecida por el barniz. El suelo sale a flote. La madera rejuvenece y soporta el peso de los tres trabajadores. Es verano. Hace calor. Un calor nada sofocante. Cierro la puerta y les dejo dentro del salón. Acuchillando la tarde...

Enciendo otro cigarro. Los retratistas se cuelan en mi mirada a la orilla del río. El frío es ahora más intenso, más humedo. Noto ahora la temperatura en las manos, casi congeladas, los labios cortados, la nariz intentando cazar más oxígeno... El vaho se escapa bajo la bufanda y huye hacia el cielo gris. Yo me encamino hacia Notre Dame. Con mis zapatos sucios por el serrín...

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