sábado, 25 de agosto de 2012

LOS DÍAS QUE SE PASAN


Me he cogido estas vacaciones de blog y lápiz sin habérmelas ganado, porque venía del paraíso y no hay excusa para haber abandonado las líneas de las hojas que se nos cayeron (y se nos caerán). Así que como siempre, yo que soy más de verdades que de excusas, os digo que dejé de escribir porque de todo tiene que parar uno (de todo se cansa uno, decía la tía Ofelia) y volver siempre es mejor que seguir por seguir... Agosto me ayuda a desconectar que da horror y aunque ya estoy de nuevo arrollado por la vorágine de las fiestas de Mislata, lo cierto es que me crucé el Mediterráneo y llegué a puertas de la gloria.

De lo que nos fue pasando os fui contando, así que tampoco urge que venga a deletrear más momentos de los que tuvimos. El fin de travesía lo recuerdo con Raúl tomando la última light de Ibiza en el aeropuerto remodernizado de mi isla blanca y volando regresé al calor y las maletas. Me quedé la noche dormido al borde de mi cama, ya desconocida, y me levanté para cerrar la maleta y emprender viaje a Sarrión.

Me para ahora lejano cuando no hace ni dos semanas: coche con Juanín, llegada a la casa familiar, siestas por obligación y paseos de madrugada alrededor de las mesas cuadradas del Aravogue. Las fiestas vinieron a ser lo de siempre, pero con menos gente de la pandilla. Tato, Gemma y yo hicimos piña, una vez más, ante el exilio de festeros en la cuadrilla que se fueron sumando luego, como Gacho y Manolo con Belén, Aurora a ratos, con Martín y Ana, María cuando pudo y José cuando se dejó... En fin, que tuvimos unas fiestas una vez más en las que me quedan grandes recuerdos, como la noche con Juanillo, grandes sustos como la cornada a mi primo Manolo y grandes esperanzas, como la cena de la Fragua cuando volvimos a ser casi todos los que éramos y hasta daba la sensación de que nos repetíamos el ayer...

Nuestra adolescencia se fue. Se fue además con el golpe más certero, que es el de la vida, y los niños vinieron a ocupar nuestra madurez, la de algunos más real y triste que las de otros, pero vida adulta al fin y al cabo. Otros, como Peterpanes de la madrugada, nos empeñamos en no dejar que nos despertaran del sueño, aunque fuera por unos días... pero los días, como las canciones de moda, se pasan.

Celebré mi cumpleaños con mensajes por doquier. Eché en falta alguno, no lo negaré. Y siempre acaba preocupándonos más lo que no tenemos que lo que nos sirven en bandeja... Pero tiempo al tiempo, y pasos al camino. Las fiestas se acabaron una noche después de que me hubiera regresado: me volví antes de que acabara porque yo ya lo daba por finiquitado. Y me instalé en la Mislata de aires acondicionados e internets, que tan lejos me quedaba en Sarrión. Calor absoluto: olas de calor que se engarzan las unas contra las otras en el agosto más doloroso que yo recuerde. Dormir por las noches es un suplicio que nos saltamos a base de fiestas patronales y cenas, como anoche, en el Perelló. Nos regresamos Leo, Laura y yo a las tres de la mañana y nos obligaron a llegar más tarde...

He cocinado algo estos días, he pasado por el supermercado, fui a Carrefour y hasta me descolgué en bus dos días por la Malvarrosa. He intentado alargar las vacaciones para que tuvieran más sentido que nunca. Y aquí seguimos, escuchando las voces que aventuran futuros y rescatando fotos para que no se nos borre el pasado. El resto, los días... Que se pasan.

Pd: al revisar las fotos de Ibiza de este año, he comprobado que me apasionan los colores de este atardecer. Por eso os los traigo. Mi vida, ahora, es más de amaneceres...

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