viernes, 10 de agosto de 2012

BITÁCORA IBICENCA: VIENTOS CONTRA LA CITRONELA



Son las 0:36 de la madrugada del jueves al viernes, hace una semana nos íbamos al Umbracle y despedíamos la noche valenciana enfrentando nuestro reloj a una travesía hasta Ibiza. Escribo con un velero de fondo con acento francés, con una tripulación envuelta en sus sueños de sábanas blancas, con un motor a lo lejos que no cesa y que si recién llega al puerto de Sant Antoni y un cielo cuajado de estrellas que tintinean sobre el mar de luces que es la Bahía. El mar es una balsa de aceite. Acabamos de cenar, longanizas y morcillas, patatas y ajoaceite que empezamos a cocinar poco después de ver caer el atardecer. Lo pasé con el libro de Terenci entre las manos y el móvil, whatsappeando a la vez con varias personas. Ricardo, por sorpresa, Aurora que está en la isla y Amparo, con quien vamos repasando Ibiza. Anoche, precisamente estuve con ellos.

Hemos pasado el día en las Platges del Comte: el azul intenso y verdoso, el más caribeño que tiene la isla blanca, competía con la presencia de alguna minúscula medusa. El calor bochornoso de una ola de calor nos sacudía a un lado y otro de la mar. Luis y Gueguel se fueron a primera hora de la mañana, mientras el resto de la tripulación dormíamos con nuestros camarotes cambiados. Yo dormí en la cama de Leo, sobre la litera de Raúl. Leo se quedó con mi sofá. Y así. Paseamos junto al Botafoc a las siete de la mañana buscando un taxi más rápido que los ingleses. Eran las ocho de la mañana. La vela de Citronela lucha contra la brisa de madrugadas por no ahogarse. Siguen los franceses su fiesta en el velero a golpe de alcohol y charanga. El resto, increíblemente, es un desierto en mitad de la mar.

Estuvimos en Pachá hasta que Pablo organizó un almuerzo en el borde de la mañana. Fiesta por todo lo alto entre Leo y Ali, Laura, Raquel, Pablo, Raúl, Richard, Amparo y servidor. Mucha pachanga y algún extraño encuentro: Borja al borde de la escalera. Habíamos cenado en el restaurante de la discoteca, servidos por Pierre. Los franceses se han callado. Se apagó la luz del velero de repente. Sólo me invitan a la madrugada las luces de los hoteles a lo lejos y alguna música repetida, machacona, que suena casi a lo lejos. Tengo un cansancio considerable. El sol mata y el sueño acumulado empieza a ser molesto. Aún así, ayer fue un día genial. Nos acercó Mar, la taxista canaria, a la puerta de la discoteca para comenzar la cena. Allí habíamos quedado con Amparo y Richard que casualmente estaban en la isla. Al despedirse Richard me dijo que se alegraba mucho de habernos visto. Yo también. La cena fue una risa entre vinos blancos, entrecots y cafés solos y la fiesta nuestra parranda que se repartió como una especie de fortuna. La vela se resiste a apagarse: sube la intensidad del viento y Nolan bornea aquí y allá.

La tarde la dedicamos a arreglarnos, seguíamos en el Naútico como desde la desaparición de la Zodíac. Ahora todo parece lejano: bienvenidos los mosquitos, la citronela acabade apagarse. Sube el viento, sopla al fondo, como si viniera de casa. Hoy hablé por teléfono con papá y con Edurne: adoro a esa niña.

Me va entrando el sueño, con el café cargado a los ojos. Algo se ha caído en el comedor del Nolan, ahora lo miraré. Si apenas recordaba cómo pasamos ayer el día, y fue a lomos del barco, en Cala Gració, casi frente al Café del Mar, después de intentar fondear en Cala Salada, Punta Peralada y cualquier otro rincón que luchaba contra el mar del este. Sueño, ahora si.

Me voy a dormir. Ibiza empieza a sonarme a adiós. Por cierto, como anécdota, anoche sonó el temazo de Tom Novy que hace diez años me enamoró de esta isla. Your body... My body is so tired now!

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