domingo, 5 de agosto de 2012

BITÁCORA IBICENCA: EL BAÑO DE SANT MIQUEL


Si Dios me dejara elegir algo, eligiría dos cosas: que no se llevara a quien no quise nunca que se fuera y que me dejara elegir parar el tiempo cuando me plazca. Ahora probablemente le diría que se quedara quieto, que se parase. Tengo a mis amigos alrededor de una fiesta y toda mi alegría concentrada al borde del paraíso. Nunca nos paramos a dar las gracias por las cosas que tenemos, porque pensamos que son parte de aquello que nos corresponde, y sin embargo, las cosas suceden de una manera improvista y no somos capaces de aprovechar la fortuna que se quedó de nuestro lado.

Cala de Sant Miquel, atardecer tardío, la noche cegada sobre nosotros, Ali mi capitana de risas por compañía y una fiesta, la del cumpleaños de Leo, que hace este principio más feliz que ninguno. He decidido, decide por mí, que éste sea el principio de lo que venga y me hallo tan feliz ahora mismo con ellos alrededor que todo lo demás, el cielo que se apaga, el mar que se quieta, el grito de la noche, me dan igual… Tengo una fortuna que muy poca gente tiene: tengo siempre alrededor gente que me hace feliz. Por un puñetero egoísmo nunca soy capaz de dar las gracias, y sin embargo, como la canción de Sabina, así que se me perdonen mis pecados, soy capaz de descubrirme en esta cala de Sant Miquel, la que la noche cubrió de oscuridad,sintiendo que vengo hoy a redimirme y a pedir perdón: perdón por tantas veces como no me sentí alegre, perdón por las lunas que me cubrieron sin que sintiera la felicidad de no estar solo nunca, perdón por las veces que maldije mi suerte sin saber que mi suerte era la mayor de todas...

Luis, Gueguel, Laura, Pablo, Raquel, Alicia, Leo, Raúl y yo nos mecemos bajo la brisa que no cesa. El horizonte es el de los hoteles sobre el mar. El móvil lo olvidé hace rato con los mensajes que llegan del pasado o de la complicidad y me siento, bajo la noche, al borde del abismo de la noche, sin hielo en la copa y escuchando los gritos que nos quedan…. Hoy dedicamos el día a Benirrás,salimos echado el desayuno, llegamos a Sant Miquel y dejamos atrás la propia memoria de aquello. Cubrimos la mañana en la playa, a la orilla. Gueguel y yo nos regresamos nadando al Nolan, y bajo el agua que todo lo cubre y sobre lo que todo flota, me dejé el pensamiento soñando de una manera lejana que el paraíso no nos andaba lejos… Me siento feliz. Estoy con Laura al lado, sin Osa Mayor que nos guíe, con la música sonando casi a lo lejos y la sensación de que la vida empieza y acaba ahora. Así que: gracias. Porque al fin y al cabo ni hay flores, ni hay tumbas. Porque sólo me queda la sensación de que se enciende el fuego a mi lado y de repente todo es oscuridad, porque recupero el olor de la nicotina que perdí cuando quise y porque me siento rodeado de mi propia felicidad… Es de noche. Ni más, ni menos. La noche, de lunas llenas y nubes perdidas, me vuelve a conquistar… Y alrededor lo que fue ruido y conquista se convierte en silencio y quietud… Vino blanco y ron con cola, unos espaghetti carbonara y un suspiro. El sol que arde y la noche que lo cubre todo. Si no hubiera escrito ahora, sería incapaz de deciros que, entre los recodos de las calas de mi memoria, he encontrado la felicidad. Cuatro de agosto de dos mil doce. Soy feliz.

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