Estoy de espaldas al atardecer, se ha caído el sol por el final del cielo, en la raya que surca el final del paraíso. Estoy en Benirràs, de lejos suenan los timbales que se apoyan sobre el monte, mitad verde mitad quemado. El año pasado el fuego devoró parte de este rincón del mundo que siempre ha sido una de mis calas favoritas... Benirrás fue hace diez año un rally de coche, el Volskwagen negro de Vicente, con el que surcamos más kilómetros de los que les caben a doce Ibizas... Es inevitable mirar atrás, cuando llegábamos esta mañana a la isla se lo decía a Laura: “diez años seguidos viniendo a la isla”. Al final, como suele pasar con todos los amores, nos acomodamos a lo que conocemos y lo tomamos como parte de nuestra vida. Benirrás, que hace diez años se perfilaba como el escondite de los piratas que surcaban este Mediterráneo al anochecer, pasa hoy a ser un lugar desde el que escribo (¿quién me lo iba a decir?) a lomos del Nolan, barco pirata, que lleva por amistad una bandera y unos cuantos calaveras.
Anoche al final, llegamos al Naútico y decidimos pasar por el Umbracle, uniformados con nuestros polos color coral, que es el rojo de los pobres, y nuestras ganas de que pasara la noche. El planning pasaba por emprender rumbo a los mares a las siete de la mañana, al final la luna llena nos la jugó y nos dejó el Mediterráneo en armas. Caí por el sueño, pasaban las cinco o casi las seis de la mañana, nos acercó un taxista a puerto porque Mauri se llevó el coche lleno de escaparates y nos hicimos al sueño. No he olvidado nunca como nos despertamos en el Nolan, vivir en el centro neurálgico es lo que tiene, pero me encanta despertarme de buen humor y estar viendo cómo empiezan a despertarse todos los habitantes de la casa... Alicia entró haciendo ruido y nos fuimos despertando, risas, motores, empieza a amanecer, amanece de repente sin darnos cuenta y nos hacemos a la mar movida. Al rato noto un mareo inusual. Cuando escribes después del dolor, nada duele. En mitad de la travesía, la angustia se convierte en el todo, y casi ni notas el invite de las olas del mar que batallan con fiereza. Me duermo. Cuando despierto noto que el dolor ya no duele, que el cuerpo se resiente, aún a estas horas lo noto, pero no duele. Y eso es suficiente. Llegamos a San Miquel, el embiste sigue junto a la costa. Y decidimos llegar a Benirrás. Nos instalamos pegados a la pared natural, frente a la orilla, y nos quedamos a mitad camino entre la tierra y el peñasco que hace diez años se convirtió en un reclamo para mi vida posterior.
Acaban de regresar Luis y Pablo nadando, Raúl, Leo y Laura en la zodiac mientras escribo. El sol ya es mínimo, el rebote de la luz sobre el cielo. Apuro para escribir sin las gafas mientras hacemos un reparto de Aután. Esta tarde echamos la siesta Laura y yo, con nuestros libros y un poco de chill out en la proa. He elegido “El sueño de Alejandría” de Terenci Moix y he ojeado las primeras veinte páginas.
Cae la noche sobre Benirràs y sobre nosotros. La música sube y la noche sigue...
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