jueves, 29 de abril de 2010

EL ABUELO BALTASAR



El abuelo Baltasar se ha ido esta tarde.

Recuerdo de pequeño los muchos veranos, las semanas santas, los fines de semana,... La calle Molino, la casa del número cuatro, la que no volvió a ser la misma desde que se fue la Lina. El abuelo Baltasar era un hombre con un carácter bárbaro, suministrado entre largos silencios y su mirada posada fija siempre sobre la televisión, bajo la boina y unas pobladas y canosas cejas que tenían mucha historia. El abuelo Baltasar me contaba, cuando la abuela no nos cortaba, las crudezas de su guerra, que fue la de España. Y me enseñaba como nadie, agricultor con historia, a adivinar, calendario zaragozano en su memoria, o calculando calendas y recalendas, cuando iba a llover. Mi vida, siempre unida a la lluvia... Y el poniente. Y el sol.

El abuelo Baltasar anduvo hasta ya muy mayor calculando sudokus y rellenando autodefinidos y ayudándose de las soluciones para completarlas. Apretaba los morros y se sorprendía de lo que significaban algunas palabras que desconocía... "Cómo se nota que tenemos al nieto" apuntaba cada vez que la abuela ponía patatas asadas sobre la mesa o arroces con lentejas... "Ha venido el de Valencia", les decía a los demás. El abuelo fue testigo mudo de mi vida, nunca cuestionó nada, pero seguía de cerca y en silencio todo lo que hacía... Le recuerdo tosiendo, el pitido de su audífono, sus camisas de cuadros, escuchando RNE por la mañana bien temprano, junto a la ventana por la que entraba la luz del comedor... Lo recuerdo junto a la máquina de pelar almendras, y paseando con su garrote por la calle Molino, dándole al guiñote con los tíos y la abuela sobre un tapete desgastado, en misa, en su banco de siempre, en el de los hombres,...

Yo esta tarde tenía pleno. Media hora antes de empezar, él se ha ido... Lo he supuesto. Estaba en casa y me ha entrado una angustia inusual, sin motivo. Me he tomado una valeriana y he llamado a mi madre. Lo intuía, pero me lo ha confirmado. "Se acaba de morir", ha dicho. Y ha llorado. Y yo no he llorado aún, por fuera, pero por dentro una pena me cunde al saber que se ha ido.

Mañana iré a Sarrión a despedirle. A decirle hasta siempre. A recordarle de nuevo. Ahora ya está con la abuela, discutiendo seguro, y con sus compañeros de guiñote (nadie era tan bueno como él cuando jugábamos juntos)... Y con toda la gente que quise y se fueron. Donde quiera que estés, te quiero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y hoy... hablando de que el viento habia vuelto a ser de Levante, el que se lleva la tormenta del Moruno, y del Tortosano... tambien me he acordado.
Un beso
M.

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