lunes, 18 de enero de 2010

¡OH! ¡CIELOS!



La naturaleza, la divinidad, el destino, de vez en cuando nos regala un cielo surcado de sueños profundos bajo una melodía de violines y piano. El viernes salí a la calle. Miré al cielo para descubrir el tono anaranjado de la calle, con aspecto de película romántica de los años cincuenta, y descubrí un mundo de colores impresionante... ¡Oh, cielos! Era una estampa singular, bella, melancólica,... Como un paraíso, algo así. Di gracias a la naturaleza, a la divinidad y al destino por haber cruzado aquella paleta de nubes ante mi mirada y me sentí conquistando el más absoluto de los tesoros.

Hoy me he sentado en la montaña rusa de los sentimientos y de las sensaciones. He pasado de la alegría a la decepción, la inquietud, la esperanza, la ilusión, la apatía, el silencio, la risa... Hoy mi día ha sido un muestrario de temblores dentro de mí de tanta diversidad como el cielo del pasado viernes. Pero ha sido un gran día, un día al fin y al cabo, un lunes sin esencia de lunes, con las pilas cargadas y con sensaciones bien despiertas y diferentes... Al final, ahora, cuando estoy a punto de marchar a ensayar la presentación, si hago balance, me encuentro con una jornada en la que han pasado muchas cosas y al mismo tiempo tengo la sensación de que no haya pasado ninguna...

Por eso, capturar el cielo del otro día y dejarlo en la memoria hasta que resetee el baúl de los recuerdos que cargo a mi espalda, es una satisfacción y un disfrute personal de valor incalculable. Os digo a menudo que miréis al cielo. Que disfrutéis de lo que se mueve allí arriba. Hoy ha sido un lunes nublado, resaca de aquella maravilla. Pero siempre tenemos la oportunidad, cuando el cielo se presenta gris, de recorda el último atardecer que consiguió conmovernos... Yo, el viernes, miré arriba una vez más y exclamé: "¡Oh!¡Cielos!". Y me olvidé de lo gris que haya podido venir luego...

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