sábado, 25 de agosto de 2012
LOS DÍAS QUE SE PASAN
Me he cogido estas vacaciones de blog y lápiz sin habérmelas ganado, porque venía del paraíso y no hay excusa para haber abandonado las líneas de las hojas que se nos cayeron (y se nos caerán). Así que como siempre, yo que soy más de verdades que de excusas, os digo que dejé de escribir porque de todo tiene que parar uno (de todo se cansa uno, decía la tía Ofelia) y volver siempre es mejor que seguir por seguir... Agosto me ayuda a desconectar que da horror y aunque ya estoy de nuevo arrollado por la vorágine de las fiestas de Mislata, lo cierto es que me crucé el Mediterráneo y llegué a puertas de la gloria.
De lo que nos fue pasando os fui contando, así que tampoco urge que venga a deletrear más momentos de los que tuvimos. El fin de travesía lo recuerdo con Raúl tomando la última light de Ibiza en el aeropuerto remodernizado de mi isla blanca y volando regresé al calor y las maletas. Me quedé la noche dormido al borde de mi cama, ya desconocida, y me levanté para cerrar la maleta y emprender viaje a Sarrión.
Me para ahora lejano cuando no hace ni dos semanas: coche con Juanín, llegada a la casa familiar, siestas por obligación y paseos de madrugada alrededor de las mesas cuadradas del Aravogue. Las fiestas vinieron a ser lo de siempre, pero con menos gente de la pandilla. Tato, Gemma y yo hicimos piña, una vez más, ante el exilio de festeros en la cuadrilla que se fueron sumando luego, como Gacho y Manolo con Belén, Aurora a ratos, con Martín y Ana, María cuando pudo y José cuando se dejó... En fin, que tuvimos unas fiestas una vez más en las que me quedan grandes recuerdos, como la noche con Juanillo, grandes sustos como la cornada a mi primo Manolo y grandes esperanzas, como la cena de la Fragua cuando volvimos a ser casi todos los que éramos y hasta daba la sensación de que nos repetíamos el ayer...
Nuestra adolescencia se fue. Se fue además con el golpe más certero, que es el de la vida, y los niños vinieron a ocupar nuestra madurez, la de algunos más real y triste que las de otros, pero vida adulta al fin y al cabo. Otros, como Peterpanes de la madrugada, nos empeñamos en no dejar que nos despertaran del sueño, aunque fuera por unos días... pero los días, como las canciones de moda, se pasan.
Celebré mi cumpleaños con mensajes por doquier. Eché en falta alguno, no lo negaré. Y siempre acaba preocupándonos más lo que no tenemos que lo que nos sirven en bandeja... Pero tiempo al tiempo, y pasos al camino. Las fiestas se acabaron una noche después de que me hubiera regresado: me volví antes de que acabara porque yo ya lo daba por finiquitado. Y me instalé en la Mislata de aires acondicionados e internets, que tan lejos me quedaba en Sarrión. Calor absoluto: olas de calor que se engarzan las unas contra las otras en el agosto más doloroso que yo recuerde. Dormir por las noches es un suplicio que nos saltamos a base de fiestas patronales y cenas, como anoche, en el Perelló. Nos regresamos Leo, Laura y yo a las tres de la mañana y nos obligaron a llegar más tarde...
He cocinado algo estos días, he pasado por el supermercado, fui a Carrefour y hasta me descolgué en bus dos días por la Malvarrosa. He intentado alargar las vacaciones para que tuvieran más sentido que nunca. Y aquí seguimos, escuchando las voces que aventuran futuros y rescatando fotos para que no se nos borre el pasado. El resto, los días... Que se pasan.
Pd: al revisar las fotos de Ibiza de este año, he comprobado que me apasionan los colores de este atardecer. Por eso os los traigo. Mi vida, ahora, es más de amaneceres...
lunes, 13 de agosto de 2012
IBIZÁCORA IBICENCA: BORNEOS ENTRE ESTRELLAS FUGACES
Las nubes se quedan a la izquierda de la tierra en Porroig. Titanium rompe la tranquilidad de este último atardecer y me preocupo sólo de escribir las líneas de esta última entrada: Ibiza llega a su fin, la Ibiza de este 2012 en el que han ido sucediéndose cosas y momentos, importantes y destacados que me han hecho pensar en cuestiones mayores fuera de tiempo y lugar. La brisa ha dejado atrás el fuego incendiado, escribo con olor al mojito que apañan con fruición Pablo y Raúl, en nuestras últimas horas. La nube que era de un pastel anaranjado se ha hecho gris, de repente, y condena al perfil de las montañas a ser negras absolutas. Hay una bruma que lo contagia todo, hasta mi vida: con el mecer de las olas se acaba la travesía...
No he dejado de pensar en muchos momentos del viaje este décimo aniversario que ha supuesto mi romance con la isla blanca. Acabo en Porroig donde haremos la noche que ya empieza, pero si echo la vista atrás, me veo adolescente recordando Cala Tarida con amistades del pasado y sueños de futuro. Veo tantas y tantas experiencias. Recuerdo las bonitas y las menos bellas, porque todas me hicieron vivir. Pero las menos bellas son insignificantes, a fuerza de exceso las convertimos en anécdota, cuando ni eso podrían ser.Y de una manera sorprendente veo cómo se acaba este viaje a Ibiza sabiendo que se mueve Angelita con JP por las costas de la Tarida, después de haber pachangueado con Richard y Amparo, después de no poder haber quedado con Aurorita y Raquel (hermanas que no se lleva el tiempo) y de tantas y tantas cosas...
Llegamos a Porroig desde Sa Savina. A las seis nos caemos en una siesta nublada por proa, después de comer un arroz a la cubana contrarreloj. Veníamos zarpando desde Formentera, donde aprovechamos la mañana para hacer la compra, en nuestra línea, y reflotar el hielo. Tomamos una cocacola en el puerto de Formentera, mientras le escribía una postal a Edurne y veíamos los tenderetes de la isla. Poco más, un calor que achicharraba. Formentera, un secarral de arenas blancas y paredes azules tomada por los italianos. Un paraíso.
La noche anterior se nos cayeron encima las estrellas fugaces del cielo agostino. Brisa de tormenta, tapados por mantas y riéndonos, copa en mano, por el futuro que se divisaba en un cielo que empezó a deshacerse. Improvisamos una fiesta de disfraces de la nada, después de una cena servida entre conversaciones caladas de ayer y hoy. Cenamos tortilla de patatas cuando se había derretido la medianoche y seguimos en la proa viendo cómo nos pasaba la vida.
La tarde la dedicamos a la siesta que las nubes cubrieron de paz. El sol en proa era castigador, por eso cuando desde las seis de la tarde el cielo se vino a gris oscuro, el aire se convirtió en una fuga de deseos y me golpeaba con mayor virulencia. Siesta. Habíamos comido una fideuà sobre el vaivén de un mar transparente. Se cocían los fideos y nosotros mismos con un sol que arañaba y sin bornear cuanto apenas a orillas de S'Espalmador. Los motores habían sonado a las siete y media de la mañana. En unas dos horas llegamos al paraíso de orillas blancas: os lo contaba en la última entrada.
Ahora llega la despedida. Con sabor a mojito de madrugada en una cazuela, con las risas de Raquel y Pablo en la colchoneta de proa, con las canciones llenas de letra que pincha Raúl, con los silencios de Alicia, con el pelo despeinado de Laura, recién levantada, con Leo de un lado a otro sin parar... Ahora, que dejé la maleta ya medio preparada, toca romper la magia y regresar a la vida.
Me desperté antes de las ocho de la mañana y vi el sol amanecer frente a mí. Con la lluvia de estrellas de anoche, me quedé dormido en la proa, junto a Leo, sintiendo la humedad absoluta que todo lo llena y a todos los sitios llega, mirando caerse el cielo. Se incendiaba de vez en cuando alguna estrella fugaz e intentaba cazar un deseo al vuelo de sus estelas. Repetía uno de manera incesante, para que se encontrara en mitad del camino con la estrella que no llegó a arder. Recordé Casiopea el año pasado, fondeados en Cala Llonga, la noche de la tempestad e inevitablemente me fui al desierto de Nubra, la noche que toqué con las manos el cielo. Me dormí. Caí rendido por los ojos que me ganaron la batalla y no dije nada más.A mitad madrugada me desperté inquieto, sin saber qué hacía durmiendo al cielo raso: era el paraíso. Las luces de los barcos nos sirven de vigías y la mar es una balsa quieta y negra que apenas si suena al chocar contra la quilla del Nolan. Volví a dormirme enseguida. Tengo que organizar las maletas. El bajón que no apetece. Preparo planes para mañana y mi futuro se mece en las mismas aguas sobre las que escribo estas líneas. Volví a despertarme no serían las ocho de la mañana, el sol amenazaba con venirse arriba y bajo la manta holgazaneé un poco más para sentir la sensación de que el agua, mañana, no mecerá mi lecho.
Me voy de Ibiza. Esta tarde parte mi vuelo a las 19 horas camino de la vida. Y espero ver de aquí a un tiempo, si mis días han navegado con viento de Levante... Feliz mañana.
sábado, 11 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: ORILLA DE MAR.
- "¡Raúl, ¿qué canción es ésta?
- D'Angelico, "Big Area" de D'Angelico".
La tarde pasa de números rojos a enteros en cuestión de segundos. La música resiste la fuerza del generador que rompe la tranquilidad en S'Espalmador. Todo el cielo está nublado. Los veleros nos señalan mientras Pablo reparte hielos en la popa del Nolan. Elijo una de las fotos del atardecer y pienso qué cerca está el final de la travesía. Sube la música. Y baja de nuevo: casi hay que acertar ahora qué es lo que hay puesto.
Eran las siete y media de la mañana cuando Leo salió al comedor, Ali bajó del puente de mandos y en un abrir y cerrar de ojos real, apareció Pablo dispuesto para emprender la marcha. Sobre un mar quieto, absolutamente apagado, surcamos el mar que separa Ibiza de Formentera. Casi nos costó dos horas llegar y el cielo cubierto, no dejó de acompañarnos ni un solo segundo.
Desayuné algunas gominolas que compramos ayer en el Lidl. La cobertura es mala, así que si apenas consigo algún whatsapp. Llegamos a la playa y fondeamos.Con la pequeña zodíac van haciendo viajes a la orilla. Ali y yo decidimos acercarnos nadando: se adivina a lo lejos que la distancia es demasiado larga, pero pese a ello el incipiente calor de la mañana y las ganas de ponerse en movimiento hacen que nos lancemos a bracear. Cuesta, el agua no se mueve, de vez en cuando se mueve algo, pero hay mucha distancia.Así que todo lo salvamos finalmente sujentándonos a un cabo que nos ata a la zodíac. Y surcamos el mar, con nuestro cuerpo como guías de la travesía.
En nada nos encontramos con la orilla blanca, la arena limpia que sujeta por los pies a Pablo y Raúl jugando a las palas. La sombrilla ya está clavada en la playa y empezamos a conquistar tierra clavados por un sol de injusticia. En la playa me subo a la colchoneta mientras Raúl, Leo, Pablo y Raquel se van con Laura a tomar unos baños de barro. De fango, podrido y maloliente. Regresan enseguida, mientras sigo mecido a merced de los rayos, que lo queman todo. Juego algo a las palas, con Raquel primero y luego con Pablo. Orilla de mar. Y me tumbo bajo la sombrilla compartida hasta que llegan Alejandro Monzonís y Carmen, con toda la trouppe de niñas y niños que les siguen en la travesía. Pasamos la mañana hablando de todo un poco y regresamos ya a las tres de la tarde. Comemos cerca de las cinco y media: gambas al ajillo, langostinos y una fideuà de rape. Exquisito. Hay que ser felices con lo que hay, y con esto además nos da para sentirnos muy afortunados. Después de comer, un flash de cerezas y a la proa. El sol machaca intensamente pese a estar cayendo, Formentera el socarral se cuece, las nubes envuelven mágicamente el sol y me quedo meciéndome en la proa. Despierto del breve letargo, el barco de al lado es una fiesta. Pablo, Raúl y Leo regresan de la playa, Raquel lee el blog, Laura toma un Actimel y Ali fuma un cigarrillo apurando el atardecer. La música disco envuelve una noche que sabe a lluvia de estrellas y sal. Dejo aquí las últimas horas, con los párpados hinchados y un ron con coca cola que deshace apurado sus hielos. Feliz noche.
viernes, 10 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: CIELOS DEL PARAÍSO
Fuera en la bañera del Nolan cocinan pollo a la brasa y se doran las patatas dentro del horno, aquí la Citronela invade todo, Pablo reparte vinos y Alicia va de un sitio para otro tirando spray contra los mosquitos, Laurita escribe al móvil, Raquel sonríe a carcajadas. Leo y Raúl se encargan de la carne. Como no. Suena Miguel Bosé: los chicos no lloran, sólo pueden soñar... Y en eso estamos, en mitad del sueño. Me invade la nostalgia de arrastrar las últimas horas en la isla, antes de partir mañana hacia Formentera. Me quedan tres lunas y dos suspiros. Cada uno que los reparta como quiera.
Nos despertamos esta mañana, de verdad que me habría dado una vuelta más. Y me despierto y me desoxido con un zumo de uvas y me oxígeno con otra brisa de mar. Pasamos juntos todos la mañana en la proa del barco y compartimos una jarra de vino y menta y un capazo de risas. Música de Shakira y cielos de paraíso. El sol castiga embistiéndonos salvajemente contra las cremas y el colchón. Nos vamos turnando en las idas y venidas; hablamos de casi todo y seguimos con la risa.
Cocinamos un arroz al horno y un guacamole que entra bendito. Comemos a una hora prudente y nos siesteamos, una tarde más en la proa: Pablo, Raquel y yo. Contamos las horas bajo el sol para que llegue la nueva zodiac y comprobamos cómo atardece a las seis y nada de la tarde porque todo el cielo está nublado. Laura me hace un medio masaje porque tengo que irme a comprar con la nueva zodíac que ya nos han alquilado. Más pequeña que grande, la nave no ofrece ninguna seguridad y aún así o pese a ello, nos embarcamos Leo, Pablo y servidor camino de la Bahía de Sant Antoni para comprar algo en el supermercado. Cuando salimos a la fauna que dominan ingleses y alemanes, todo es distinto. El ruido copa todo y los gritos de alcohol de los jóvenes que se atrincheran en los balcones de los hoteles. Compramos, nos ventea la calor al salir del super y roba Pablo algo de romero de la calle, antes de comprar tabaco. Volvemos a la zodíac, más pequeña que grande.
Surcamos la mar con las olas de los otros barcos jugando a nuestra contra y llegamos al Nolan. Tuiteamos la llegada con la compra y nos ponemos a preparar brasas para el pollo y patatas para acompañar.Ya lo dije: están afuera, gritando cada canción, mientras tecleo entre la Cintronela y el vino blanco que cubre la copa...
BITÁCORA IBICENCA: VIENTOS CONTRA LA CITRONELA
Son las 0:36 de la madrugada del jueves al viernes, hace una semana nos íbamos al Umbracle y despedíamos la noche valenciana enfrentando nuestro reloj a una travesía hasta Ibiza. Escribo con un velero de fondo con acento francés, con una tripulación envuelta en sus sueños de sábanas blancas, con un motor a lo lejos que no cesa y que si recién llega al puerto de Sant Antoni y un cielo cuajado de estrellas que tintinean sobre el mar de luces que es la Bahía. El mar es una balsa de aceite. Acabamos de cenar, longanizas y morcillas, patatas y ajoaceite que empezamos a cocinar poco después de ver caer el atardecer. Lo pasé con el libro de Terenci entre las manos y el móvil, whatsappeando a la vez con varias personas. Ricardo, por sorpresa, Aurora que está en la isla y Amparo, con quien vamos repasando Ibiza. Anoche, precisamente estuve con ellos.
Hemos pasado el día en las Platges del Comte: el azul intenso y verdoso, el más caribeño que tiene la isla blanca, competía con la presencia de alguna minúscula medusa. El calor bochornoso de una ola de calor nos sacudía a un lado y otro de la mar. Luis y Gueguel se fueron a primera hora de la mañana, mientras el resto de la tripulación dormíamos con nuestros camarotes cambiados. Yo dormí en la cama de Leo, sobre la litera de Raúl. Leo se quedó con mi sofá. Y así. Paseamos junto al Botafoc a las siete de la mañana buscando un taxi más rápido que los ingleses. Eran las ocho de la mañana. La vela de Citronela lucha contra la brisa de madrugadas por no ahogarse. Siguen los franceses su fiesta en el velero a golpe de alcohol y charanga. El resto, increíblemente, es un desierto en mitad de la mar.
Estuvimos en Pachá hasta que Pablo organizó un almuerzo en el borde de la mañana. Fiesta por todo lo alto entre Leo y Ali, Laura, Raquel, Pablo, Raúl, Richard, Amparo y servidor. Mucha pachanga y algún extraño encuentro: Borja al borde de la escalera. Habíamos cenado en el restaurante de la discoteca, servidos por Pierre. Los franceses se han callado. Se apagó la luz del velero de repente. Sólo me invitan a la madrugada las luces de los hoteles a lo lejos y alguna música repetida, machacona, que suena casi a lo lejos. Tengo un cansancio considerable. El sol mata y el sueño acumulado empieza a ser molesto. Aún así, ayer fue un día genial. Nos acercó Mar, la taxista canaria, a la puerta de la discoteca para comenzar la cena. Allí habíamos quedado con Amparo y Richard que casualmente estaban en la isla. Al despedirse Richard me dijo que se alegraba mucho de habernos visto. Yo también. La cena fue una risa entre vinos blancos, entrecots y cafés solos y la fiesta nuestra parranda que se repartió como una especie de fortuna. La vela se resiste a apagarse: sube la intensidad del viento y Nolan bornea aquí y allá.
La tarde la dedicamos a arreglarnos, seguíamos en el Naútico como desde la desaparición de la Zodíac. Ahora todo parece lejano: bienvenidos los mosquitos, la citronela acabade apagarse. Sube el viento, sopla al fondo, como si viniera de casa. Hoy hablé por teléfono con papá y con Edurne: adoro a esa niña.
Me va entrando el sueño, con el café cargado a los ojos. Algo se ha caído en el comedor del Nolan, ahora lo miraré. Si apenas recordaba cómo pasamos ayer el día, y fue a lomos del barco, en Cala Gració, casi frente al Café del Mar, después de intentar fondear en Cala Salada, Punta Peralada y cualquier otro rincón que luchaba contra el mar del este. Sueño, ahora si.
Me voy a dormir. Ibiza empieza a sonarme a adiós. Por cierto, como anécdota, anoche sonó el temazo de Tom Novy que hace diez años me enamoró de esta isla. Your body... My body is so tired now!
miércoles, 8 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: LA NOCHE DEL INSOMNIO QUE SABÍA A SAL
Nos perdimos la mañana en el Nolan, que sigue atracado, como medio país, en Es Nàutic de Sant Antoni. De lejos los enjambres de fincas si apenas parecen el hervidero anglosajón y germano de alcoholes y sexos ímplícitos que es la localidad. El Café del Mar le da la espalda a la ciudad justo donde los paracaídas sobrevuelan los atardeceres y nosotros, a merced de la mar, nos mecemos por momentos sobre balsas de aceites con olor a sal y por otros, cuando descargan los buques de Balearia, batidos contra nuestro propio suelo. Estuvimos preparando la comida, a base de latas y panes, atunes y olivas, papas, galletas y pistachos. Los escarpines que sobrevivieron al robo, las paletas sin pelotas, los libros que se abren poco y la nevera que se despobla de manera vertiginosa. Nos cogimos unos taxis y nos fuimos a Cala Salada. Ocupamos un hueco, el hueco, que quedaba libre entre los bronceadores, las tangas, los músculos y los acentos. Un auténtico enjambre (y van dos) de hervidero playero, entre sombrillas de pago y pinos que empiezan ya su otoño.
Se me ocurrió en esta cala, donde la Casa Rosada lo controla todo, el comenzar a escribir una historia que pinta bien. Pensé, con las piernas metidas en remojo, agua fría y sal de mar, fotografiar mentalmente todo para ir contando los detalles en un futuro libro. Y así, me quedé con la abuelita catalana que cuidaba de sus dos nietas, Laura y Julia, mientras la madre descansaba a la orilla. Reocrdé las gaviotas surcando a ras de mar mientras los pececillos, casi invisibles, mimetizados con el color arena de la arena, mordían heridas y pielecillas con que alimentarse parasitariamente. Los techados donde se guardan las barcas, cubiertos por una capa arcillosa de lodo que se cayó desde la montaña. El mar al fondo, la mar, cubierta por castigo de barcos y de barcas. El bar repartiendo hielo a discrección. Y el calor, absoluto, que remarcaba aquellas partes del cuerpo que no cubría la sombrilla...
Ali y yo nos dimos a la fuga antes de caer abrasados. Llamamos desde el bar a la caza de un taxi. Subimos la empinada escalinada surcada de cementos y maderas sobre la ladera y alcanzamos el aparcamiento donde nos recogió el 106. Llegamos al Naútico, la Marina, y al entrar Ali decidió que tomásemos algo antes de la siesta. Se tomó tres tequilas: uno por las seis de la tarde, otro por el sueño y otro por las esperanzas. Yo, mientras, paladeé un ron con cola servido sobre las copas que el mar deshiela a golpe de humedad. Nos fuimos al Nolan y me atardeció en proa.
Sigo escuchando a Sabina, que es como un trobador de este siglo XXI, problemático y febril que nos ha tocado vivir, que diría Cambalache. Luis y Gueguel se fueron al Café del Mar. Nosotros nos quedamos instalados en el colchón de proa con una improvisada mesa de aperitivos y hielos. Vino Quique Ginés con la familia y yo salí a la terraza del naútico a tomar un vino blanco y unas olivas con Luis y Gueguel. Cuando regresamos, Pablo apuraba una copa mientras finiquitaba la paella. Nos la comimos alrededor de la calma y nos fuimos a dormir, absolutamente reventados. Me dormí bajo el ataque de los mosquitos y el insomnio me despertó a las 4.44. Anduve una hora por twitter leyendo algo y escribí que "cuando el insomnio te golpea de madrugada sin que lo provoque nada ni nadie es que realmente estás de vacaciones". Y me dormí.
Se me ocurrió en esta cala, donde la Casa Rosada lo controla todo, el comenzar a escribir una historia que pinta bien. Pensé, con las piernas metidas en remojo, agua fría y sal de mar, fotografiar mentalmente todo para ir contando los detalles en un futuro libro. Y así, me quedé con la abuelita catalana que cuidaba de sus dos nietas, Laura y Julia, mientras la madre descansaba a la orilla. Reocrdé las gaviotas surcando a ras de mar mientras los pececillos, casi invisibles, mimetizados con el color arena de la arena, mordían heridas y pielecillas con que alimentarse parasitariamente. Los techados donde se guardan las barcas, cubiertos por una capa arcillosa de lodo que se cayó desde la montaña. El mar al fondo, la mar, cubierta por castigo de barcos y de barcas. El bar repartiendo hielo a discrección. Y el calor, absoluto, que remarcaba aquellas partes del cuerpo que no cubría la sombrilla...
Ali y yo nos dimos a la fuga antes de caer abrasados. Llamamos desde el bar a la caza de un taxi. Subimos la empinada escalinada surcada de cementos y maderas sobre la ladera y alcanzamos el aparcamiento donde nos recogió el 106. Llegamos al Naútico, la Marina, y al entrar Ali decidió que tomásemos algo antes de la siesta. Se tomó tres tequilas: uno por las seis de la tarde, otro por el sueño y otro por las esperanzas. Yo, mientras, paladeé un ron con cola servido sobre las copas que el mar deshiela a golpe de humedad. Nos fuimos al Nolan y me atardeció en proa.
Sigo escuchando a Sabina, que es como un trobador de este siglo XXI, problemático y febril que nos ha tocado vivir, que diría Cambalache. Luis y Gueguel se fueron al Café del Mar. Nosotros nos quedamos instalados en el colchón de proa con una improvisada mesa de aperitivos y hielos. Vino Quique Ginés con la familia y yo salí a la terraza del naútico a tomar un vino blanco y unas olivas con Luis y Gueguel. Cuando regresamos, Pablo apuraba una copa mientras finiquitaba la paella. Nos la comimos alrededor de la calma y nos fuimos a dormir, absolutamente reventados. Me dormí bajo el ataque de los mosquitos y el insomnio me despertó a las 4.44. Anduve una hora por twitter leyendo algo y escribí que "cuando el insomnio te golpea de madrugada sin que lo provoque nada ni nadie es que realmente estás de vacaciones". Y me dormí.
martes, 7 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: DELTA 47
Se cayó el sol contra un colchón de nubes naranjas y un manto de espumas bravas. Atardeció, por completo. Y seguíamos pegados a la baranda haciendo fotos, con el recuerdo de Sabina en las retinas, aún vivo, y la noticia de que había muerto Chavela Vargas. Se hizo tan rápido de noche como fuerte llegó el viento y nos quedamos condenados en mitad de la bahía sintiendo el vaivén que no cesa nunca del mar. Me gusta más decir la mar que el mar (apunte que no viene a cuento).
Como nos quedamos sin zodiac, recordaréis, no llegamos a tierra si no es a través de la firmeza de los fingers, de los pantalanes: alcanzamos primero la gasolinera. Mientras Leo, Raúl, Pablo y Luis se quedaban arreglando algo más el Nolan, me fui con las chicas de la tripulación a comprar y cargar bolsas. Pasamos por el Hiper Centro, la misma tienda del año anterior, con la misma ausencia de aire acondicionado y luego nos vinimos a descargar al barco. Había llegado a tierra con Terenci Moix, a quien abandoné hasta hoy que si apenas he hablado con él. Deshicimos la compra y nos fuimos Pablo y yo a devolver el carro. A la vuelta, nos quedamos en la terracita del Naútico, con una copa de vino blanco. Llegaron primero Raquel y Laura, Leo y Raúl al rato, cuando ya se habían unido Gueguel y Luis. Nos tomamos una y volvimos al pantalán. Abrimos otras botellas de vino blanco y cocinamos unas patatas rellenas de bacon, "pà pagés amb mallorquina" y unos rollitos de queso y salmón. El sol pegaba con injusticia contra los lomos de la nave, mientras en el comedor, era una fiesta. Nos sentamos alrededor de la mesa y comimos, con más sol si cabe. Vino blanco y un chapuzón. Cuando caí a la mar salada, mi cansancio se deshizo como arcilla y se hundió en el mar. En la mar. Me fui a proa y me dormí, al lado de dos cañas de pescar. Me desperté, Laura dormía de cara al sol. Me dí media vuelta y seguimos durmiendo hasta que oímos a Ali comandar el atraque con Leo. Nos despertamos y cruzamos el naútico hasta llegar al D47. Delta 47. Atracamos, nos cambiamos, nos duchamos - una vez más con agua dulce, bendita nuestra fortuna - y nos fuimos a por un taxi que nos llevara al Bora Bora. Llegamos tarde, pasadas las diez y media: no había tanta gente como en otras ocasiones y los aviones ya no llegan a la isla, ves pasar los que se van. Bebimos alrededor de unas tumbonas, en mitad de la oscuridad y cenando unas papas y unos gusanitos. Gueguel rompió su sandalia y tuvo que comprar otras, Raúl disparaba contra nuestra ausencia de dinero, Leo aún hizo alguna compra más a base de hielos y deshielos, mientras Laura, Raquel, Pablo y yo esperábamos en las tumbonas hablando de lo más humano y de lo menos divino. La noche lo encerraba todo, menos un foco blanco que apuntaba sin temor. Y así, con una inglesa moribunda sobre la arena, los ecos lejanos de la música machacona y en un ir y venir de personas que aparecían y desaparecían se nos fue la noche. Quisimos cenar, lo hicimos en un bar de la avenida de las luces que surge paralela a En Bossa. Pizza bolognesa y una hamburguesa compartidas. Taxi de Burgos y de vuelta a casa: me hubiera dormido si no fuese por la velocidad de vértigo con que condujo hasta Sant Antoni. Camino al Nolan y me acuesto en el sofá. Fuera, en la bañera, hablan y ríen a carcajadas. Los mosquitos, dentro, hacen su agosto con mi angosto cansancio. Quiero dormirme, me pican los pies por las picaduras, me giro a un lado y otro, quisiera dormirme y no lo consigo. Afuera se deshace la junta. Y se cae la noche. Me despierta Ali cantando: "estaba aburrida", me dice. Tenemos que cambiarnos de amarre. Nos dan el D30. La mañana se pierde en el Nolan mientras unos nos duchamos y otros desayunan, finalmente nos quedaremos en tierra firme. El mar se bate afuera. La mar. Creo que el destino es Cala Salada...
domingo, 5 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: VÍSPERA NOCTURNA DE ISLA CABRERA
Se avalanzó la noche de un golpe, de repente y dejó su gasa de estrellas volando sobre nuestras aventuras de corazones rejuvenecidos por el hielo. Saltábamos desde lo más alto del Nolan cayendo sobre el mediterráneo negro absoluto Luis, Pablo y yo mientras las chicas se cambiaban, Leo preparaba algo de pollo y Alicia unas patatas mientras seguíamos rebotando contra las olas, subiendo y volviendo a bajar... Cenamos y cogimos la zodiac por última vez para llegar a la costa. [Las buenas historias no deben nunca de adelantarse: quien esté leyendo entenderá enseguida porque aquí se adelantó parte de la aventura]. Taxi y a Ibiza: me emociona la escapada porque me lleva al primer Keepers de mi memoria, cuando la isla me cautivó para toda la vida. Llegamos y está medio vacío, lo que nos da igual. Cuando nos vamos está lleno,... Totalmente lleno. A mí el sueño me empuja hasta el taxi y regresamos a la cala...
Cuando llegamos, la zodiac no está. Desaparecida. Robada... Mala leche y hacerse a la idea de cómo llegar hasta el Nolan. Cuando Luis se ha quitado los pantalones para comenzar la travesía, aparecen unos pescadores que salen a la mar y que nos acercarán al barco. Aquí Leo, Raúl, Raquel y Pablo ya han llegado. Me tumbo en la cama cuando empieza a clarear sobre Sant Miquel, fuera en la bañera echan las últimas horas unos pitillos y el viento de la madrugada.
Me despierto y salgo afuera: Pablo se acerca a la orilla con una colchoneta a ver si Nolanita aparece. Nada: llega la hora de hacerse a la idea de que no volveremos a verla. Alicia baja de su iglú y Leo apoya los pies sobre el agua. Me tiro, mi cabeza rebota contra la resaca del mar y se descuelga parte de mi agotamiento. Unas tostadas con aceite y un twitter. Salimos de Sant Miquel, bordeamos el peñasco de Benirràs y nos hacemos a la mar camino de Isla Cabrera. En el camino, tomamos el sol y leo algo. Empieza a engancharme "El sueño de Alejandría", libro que he cogido para subrayarme que estoy de vacaciones.Nos acompañan en la travesía una panda de delfines grandes que surcan junto a la quilla de proa que rompe el Mediterráneo en dos con un tajo de espumas blancas... llegamos a la isla. Baños y mangueras, papas, coca cola, internet, sol, Raúl y Pablo intentan pescar lo que consiguen los vecinos. Ensalada de pasta para comer ahora luego, de momento sólo son 15:45, demasiado pronto para comer en el barco... Lo de delante tiene pinta de tarde de domingo. Lo que veo: Ibiza desdibujada en una nieblina que apura contra el sol. Una sola nube blanca por montera. Y nada más: el faro de Isla Cabrera al frente y algunos veleron tintineando sobre la mar...
BITÁCORA IBICENCA: EL BAÑO DE SANT MIQUEL
Si Dios me dejara elegir algo, eligiría dos cosas: que no se llevara a quien no quise nunca que se fuera y que me dejara elegir parar el tiempo cuando me plazca. Ahora probablemente le diría que se quedara quieto, que se parase. Tengo a mis amigos alrededor de una fiesta y toda mi alegría concentrada al borde del paraíso. Nunca nos paramos a dar las gracias por las cosas que tenemos, porque pensamos que son parte de aquello que nos corresponde, y sin embargo, las cosas suceden de una manera improvista y no somos capaces de aprovechar la fortuna que se quedó de nuestro lado.
Cala de Sant Miquel, atardecer tardío, la noche cegada sobre nosotros, Ali mi capitana de risas por compañía y una fiesta, la del cumpleaños de Leo, que hace este principio más feliz que ninguno. He decidido, decide por mí, que éste sea el principio de lo que venga y me hallo tan feliz ahora mismo con ellos alrededor que todo lo demás, el cielo que se apaga, el mar que se quieta, el grito de la noche, me dan igual… Tengo una fortuna que muy poca gente tiene: tengo siempre alrededor gente que me hace feliz. Por un puñetero egoísmo nunca soy capaz de dar las gracias, y sin embargo, como la canción de Sabina, así que se me perdonen mis pecados, soy capaz de descubrirme en esta cala de Sant Miquel, la que la noche cubrió de oscuridad,sintiendo que vengo hoy a redimirme y a pedir perdón: perdón por tantas veces como no me sentí alegre, perdón por las lunas que me cubrieron sin que sintiera la felicidad de no estar solo nunca, perdón por las veces que maldije mi suerte sin saber que mi suerte era la mayor de todas...
Luis, Gueguel, Laura, Pablo, Raquel, Alicia, Leo, Raúl y yo nos mecemos bajo la brisa que no cesa. El horizonte es el de los hoteles sobre el mar. El móvil lo olvidé hace rato con los mensajes que llegan del pasado o de la complicidad y me siento, bajo la noche, al borde del abismo de la noche, sin hielo en la copa y escuchando los gritos que nos quedan…. Hoy dedicamos el día a Benirrás,salimos echado el desayuno, llegamos a Sant Miquel y dejamos atrás la propia memoria de aquello. Cubrimos la mañana en la playa, a la orilla. Gueguel y yo nos regresamos nadando al Nolan, y bajo el agua que todo lo cubre y sobre lo que todo flota, me dejé el pensamiento soñando de una manera lejana que el paraíso no nos andaba lejos… Me siento feliz. Estoy con Laura al lado, sin Osa Mayor que nos guíe, con la música sonando casi a lo lejos y la sensación de que la vida empieza y acaba ahora. Así que: gracias. Porque al fin y al cabo ni hay flores, ni hay tumbas. Porque sólo me queda la sensación de que se enciende el fuego a mi lado y de repente todo es oscuridad, porque recupero el olor de la nicotina que perdí cuando quise y porque me siento rodeado de mi propia felicidad… Es de noche. Ni más, ni menos. La noche, de lunas llenas y nubes perdidas, me vuelve a conquistar… Y alrededor lo que fue ruido y conquista se convierte en silencio y quietud… Vino blanco y ron con cola, unos espaghetti carbonara y un suspiro. El sol que arde y la noche que lo cubre todo. Si no hubiera escrito ahora, sería incapaz de deciros que, entre los recodos de las calas de mi memoria, he encontrado la felicidad. Cuatro de agosto de dos mil doce. Soy feliz.
viernes, 3 de agosto de 2012
BITÁCORA IBICENCA: BENIRRÁS
Estoy de espaldas al atardecer, se ha caído el sol por el final del cielo, en la raya que surca el final del paraíso. Estoy en Benirràs, de lejos suenan los timbales que se apoyan sobre el monte, mitad verde mitad quemado. El año pasado el fuego devoró parte de este rincón del mundo que siempre ha sido una de mis calas favoritas... Benirrás fue hace diez año un rally de coche, el Volskwagen negro de Vicente, con el que surcamos más kilómetros de los que les caben a doce Ibizas... Es inevitable mirar atrás, cuando llegábamos esta mañana a la isla se lo decía a Laura: “diez años seguidos viniendo a la isla”. Al final, como suele pasar con todos los amores, nos acomodamos a lo que conocemos y lo tomamos como parte de nuestra vida. Benirrás, que hace diez años se perfilaba como el escondite de los piratas que surcaban este Mediterráneo al anochecer, pasa hoy a ser un lugar desde el que escribo (¿quién me lo iba a decir?) a lomos del Nolan, barco pirata, que lleva por amistad una bandera y unos cuantos calaveras.
Anoche al final, llegamos al Naútico y decidimos pasar por el Umbracle, uniformados con nuestros polos color coral, que es el rojo de los pobres, y nuestras ganas de que pasara la noche. El planning pasaba por emprender rumbo a los mares a las siete de la mañana, al final la luna llena nos la jugó y nos dejó el Mediterráneo en armas. Caí por el sueño, pasaban las cinco o casi las seis de la mañana, nos acercó un taxista a puerto porque Mauri se llevó el coche lleno de escaparates y nos hicimos al sueño. No he olvidado nunca como nos despertamos en el Nolan, vivir en el centro neurálgico es lo que tiene, pero me encanta despertarme de buen humor y estar viendo cómo empiezan a despertarse todos los habitantes de la casa... Alicia entró haciendo ruido y nos fuimos despertando, risas, motores, empieza a amanecer, amanece de repente sin darnos cuenta y nos hacemos a la mar movida. Al rato noto un mareo inusual. Cuando escribes después del dolor, nada duele. En mitad de la travesía, la angustia se convierte en el todo, y casi ni notas el invite de las olas del mar que batallan con fiereza. Me duermo. Cuando despierto noto que el dolor ya no duele, que el cuerpo se resiente, aún a estas horas lo noto, pero no duele. Y eso es suficiente. Llegamos a San Miquel, el embiste sigue junto a la costa. Y decidimos llegar a Benirrás. Nos instalamos pegados a la pared natural, frente a la orilla, y nos quedamos a mitad camino entre la tierra y el peñasco que hace diez años se convirtió en un reclamo para mi vida posterior.
Acaban de regresar Luis y Pablo nadando, Raúl, Leo y Laura en la zodiac mientras escribo. El sol ya es mínimo, el rebote de la luz sobre el cielo. Apuro para escribir sin las gafas mientras hacemos un reparto de Aután. Esta tarde echamos la siesta Laura y yo, con nuestros libros y un poco de chill out en la proa. He elegido “El sueño de Alejandría” de Terenci Moix y he ojeado las primeras veinte páginas.
Cae la noche sobre Benirràs y sobre nosotros. La música sube y la noche sigue...
NUNCA ME HA GUSTADO DECIR ADIÓS
Nunca me ha gustado decir adiós, más que aquellas veces que he querido que alguien se fuera de mi vera, que han sido muy excasas... Por obligación me tocó despedirme alguna vez en la vida de aquellas personas a las que tanto quise y que me dejaron un capazo de recuerdos en la memoria, que volaron lejos, como esas estrellas de las que tanto hablo y que una noche, sobre las montañas del Himalaya sentí tocar con las manos, acariciar con mi piel... Vivir no es fácil, no lo ha sido nunca, y sin embargo es una experiencia única, magnífica, bella... Vivir es la mejor de las bondades que le queda a este ser humano plagado de problemas y conflictos. Y vivir con una sonrisa, con la alegría por bandera, con el optimismo cogido a la garganta una obligación que me puse hace un tiempo y que intento contagiar a quienes deciden pasear conmigo por el camino de la vida...
Nunca me ha gustado decir adiós porque implica un por siempre y un hasta nunca, y este ser humano, tan lleno de contradicciones como de oxígeno y sangre, nunca sabe en que parte del camino podrá arrepentirse de una adiós formal... Prefiero un hasta luego, un nos veremos, un te espero mañana... El mañana, ay el mañana... Ese futuro que nos pintaron negro al nacer y que yo lo veo de colores... ¿Hay algo más hermoso que pensar en que nos vendrá ese mañana cargado de la alegría que hoy no sentimos, que nos visitará el futuro para hacernos testigos de esas brisas que se fueron a buscar otros rostros?
Tenemos que batallar por el mañana, tenemos que luchar con el alma y el corazón para hacer de cada momento de nuestras vidas el más intenso o el más especial... Desde el silencio al grito, desde el saludo a la despedida, desde que llegamos hasta que nos dijimos hasta luego...
Nunca me ha gustado decir adiós. A veces sueño con momentos de la vida que me tocará decirlo y encuentro el sabor amargo siempre de la despedida y el regusto dramático que me empuja hacia atrás. No me gusta decir adiós, si acaso decirte hasta luego...
Como un poeta viejo y herido, despoblado de pelo y con sus manos temblorosas, quiero que mi mañana sea un manto de hojas secas, de aquellas hojas que se nos hayan ido perdiendo... Quiero vivir de los amores pasados vividos en secreto y del volar de un pájaro en libertad surcando los cielos de mi alma...
Nunca me ha gustado decirte adiós, por eso no lo hago. Por eso te prendo como un recuerdo de por vida y te cojo de la mano, por eso te contagio mi felicidad y espero que mi esperanza te llene, por eso te invito a que sigas la vida conmigo... por eso y por tantas cosas que aún nos merecen la pena...
Nunca me ha gustado decirte adiós. Volveremos a vernos, espero, a la vuelta de la vida, cuando tus sueños se hayan cumplido y puedas contármelos tranquilamente susurrando en mi oído.
Nunca me ha gustado decir adiós... por eso, hoy, en la despedida, te digo hasta siempre...
Nunca me ha gustado decir adiós porque implica un por siempre y un hasta nunca, y este ser humano, tan lleno de contradicciones como de oxígeno y sangre, nunca sabe en que parte del camino podrá arrepentirse de una adiós formal... Prefiero un hasta luego, un nos veremos, un te espero mañana... El mañana, ay el mañana... Ese futuro que nos pintaron negro al nacer y que yo lo veo de colores... ¿Hay algo más hermoso que pensar en que nos vendrá ese mañana cargado de la alegría que hoy no sentimos, que nos visitará el futuro para hacernos testigos de esas brisas que se fueron a buscar otros rostros?
Tenemos que batallar por el mañana, tenemos que luchar con el alma y el corazón para hacer de cada momento de nuestras vidas el más intenso o el más especial... Desde el silencio al grito, desde el saludo a la despedida, desde que llegamos hasta que nos dijimos hasta luego...
Nunca me ha gustado decir adiós. A veces sueño con momentos de la vida que me tocará decirlo y encuentro el sabor amargo siempre de la despedida y el regusto dramático que me empuja hacia atrás. No me gusta decir adiós, si acaso decirte hasta luego...
Como un poeta viejo y herido, despoblado de pelo y con sus manos temblorosas, quiero que mi mañana sea un manto de hojas secas, de aquellas hojas que se nos hayan ido perdiendo... Quiero vivir de los amores pasados vividos en secreto y del volar de un pájaro en libertad surcando los cielos de mi alma...
Nunca me ha gustado decirte adiós, por eso no lo hago. Por eso te prendo como un recuerdo de por vida y te cojo de la mano, por eso te contagio mi felicidad y espero que mi esperanza te llene, por eso te invito a que sigas la vida conmigo... por eso y por tantas cosas que aún nos merecen la pena...
Nunca me ha gustado decirte adiós. Volveremos a vernos, espero, a la vuelta de la vida, cuando tus sueños se hayan cumplido y puedas contármelos tranquilamente susurrando en mi oído.
Nunca me ha gustado decir adiós... por eso, hoy, en la despedida, te digo hasta siempre...
jueves, 2 de agosto de 2012
SIGO ESPERANDO
Apuro los segundos. Laura viene ya de l'Eliana a recogerme con la promesa de que la van a tirar del barco, por aquello de todo lo que ha decidido coger. Empezamos en nada la travesía un año más: el paraíso. Me encuentro esperando, con la maleta hecha, el MP3 cargándose en el ordenador, un brutal calor de 31,5 grados en casa, el cadáver de un escarabajo volador en la calle e Ibiza por delante. Es como si no fuera verdad que me voy: me pasa últimamente con cada viaje, no sé si es que la ciencia me pesa más que la conciencia, pero lo cierto es que aquí estoy, dejándoos las últimas letras antes de partir y sin saber bien qué va a pasar, ni cómo va a ir y, lo que es mejor, sin que me preocupe ahora mismo nada de todo eso...
Por delante, la isla blanca y un buen puñado de amigos. Os iré contando, porque Leo me dejará que use mis manos de escritor de vez en cuando, espero. Lo dicho, que voy a seguir esperando, calor brutal. Hoy que hice el último programa de radio en directo. Hoy que comí con Toñi frente a la tele. Hoy que mandé mi móvil a Madrid a ver si lo arreglan un año después de Formentera... Hoy que me vine y dejé la maleta para lo último... Hoy que escucho a Mecano y sudo que da horror... Sigo esperando.
Por delante, la isla blanca y un buen puñado de amigos. Os iré contando, porque Leo me dejará que use mis manos de escritor de vez en cuando, espero. Lo dicho, que voy a seguir esperando, calor brutal. Hoy que hice el último programa de radio en directo. Hoy que comí con Toñi frente a la tele. Hoy que mandé mi móvil a Madrid a ver si lo arreglan un año después de Formentera... Hoy que me vine y dejé la maleta para lo último... Hoy que escucho a Mecano y sudo que da horror... Sigo esperando.
CHAFAR LA FELICIDAD
Por encima de las nubes del cielo siempre está el sol. Nos puede parecer que todo se ha nublado en nuestras vidas, podemos cegarnos ante los problemas que nos embisten de manera salvaje, pero más allá de esa negror que es lo único que vemos, hay un mundo lleno de luz y de color.
Nos perdemos en batallas sin salida que nos hacen perder la guerra, una guerra que debemos de batallar contra nuestros miedos y nuestros temores, contra nosotros mismos. Perdemos demasiado tiempo en acariciar las sinrazones de las penas que nos azotan y sin embargo nos sentimos incapaces de pelearnos a duelo las guerras que nos importan, que nos deben de importar.
La felicidad no es algo que podamos conseguir. La felicidad es el camino por el que debemos de pasear hasta completar nuestros sueños. Hemos de ser optimistas por venganza y fortalecer los cabos que nos atan a la isla de nuestros deseos para no perdernos en la inmensidad del mar.
Podemos ser más siempre, podemos luchar por mejorarnos, podemos batallar por conseguir cada día un poco más, de cualquiera de los méritos que queramos que nos acompañen en nuestra vida y tenemos que hacerlo siempre paseando con garbo por los caminos de esa felicidad que muchas veces no encontramos.
La felicidad es un camino que chafas todos los días con tus pies: deberías de darte cuenta que hay un mundo por delante que está esperando a que tú lo descubras. Como un Colón del alma, me cargo mis carabelas y me lanzo a los océanos. Y descubro entre los mares de mis cariños y mi amistad, personas que me invitan a seguir navegando en el velero de mi libertad...
Caminar es difícil. Pasear por la vida con la intención de hacerlo descalzos sobre la felicidad y acompañados por esa gente a la que invitaríamos a una copa de alegría siempre, es la mejor recompensa para seguir mirando al cielo cada mañana o buscar cada noche entre las estrellas que se perdieron en la oscuridad por vergüenza de su propia belleza.
Tenemos un reto ante nosotros. Descálzate y coloca tus pies fríos sobre la baldosa de la felicidad. No vuelvas a mirar al suelo. Deslízate sobre ella con la fiereza de un animal salvaje y la destreza de una pluma que volando cae, cielo abajo. Mira sólo a los lados, para mirar a quien te acompaña e invita a que pasee junto a ti por ese camino cargado de emociones. Al final del camino, sin atajos ni precipicios está el sueño que tanto anhelas. Camina con fuerza, sin mirar atrás, cargado con las emociones que despertarán tus sueños y sigue viviendo cada mañana mirando al cielo y sigue buscando cada noche a las estrellas que se escondieron por el rubor de su belleza...
miércoles, 1 de agosto de 2012
PUESTA EN MARCHA EN PUNTO
Llego al primero de agosto con una sensación de trabajo bien hecho, de descanso, de esperanza, de mil y un sentimientos que arrastro en este tiempo de destiempos que nos ha tocado vivir. Hoy fui a la radio donde ayer tenía que haber acabado el programa y he hecho un programa más, el primero de tres que nos servirán para acabar la semana, para llegar al cierre... Este año, el viernes, como una nochevieja, lo presiento como el final de un ciclo y el inicio de otro...
Por medio y con gran parte de culpa estarán un año más Ibiza y Formentera. Hace diez años que empecé a descubrir la isla de mis tesoros y sigo anclado allí con tantos sueños, con tantos anhelos, que me siento un niño cada vez que pienso en el patio de mis recreos... Tengo cierta sensibilidad ante el embarque, tengo ciertos temores (no sé por qué) ante el inicio de la travesía y confío que son tan sólo los nervios de algo que va a empezar. Una nueva aventura que vamos a emprender con una panda de amigos que la harán una vez más indescriptibles. Poco puedo decir ya de Leo que no haya hecho: gracias por esperarme y por desesperarme, por enseñar a rumiar las cosas y relativizar el mundo antes de que todo explote por los aires, gracias por mostrarme que hay caminos más hermosos para pasear que los que yo anduve, gracias por una amistad que me cuesta cada día de comprender, gracias por no buscar mi comprensión y por hacerme cómplice en el último momentos antes de saltar, por seguir batallando para hacer un tipo irracional de este cuerpo y medio que me regaló Dios y gracias por reírte con mi surrealismo de finca de Vallecas, gracias por hacerme reír y por hacer que me preocupe por ti... El otro día dijiste que no sabías cómo nos hicimos amigos, yo tampoco. Pero bendita la hora, benditos los insomnios y los paseos en coche, benditos los sueños compartidos y las esperanzas... Te lo dejo aquí escrito y te prometo que si algún día ya no nos hablamos, no lo borraré. Es bastante más de lo que harías tú si nos negamos el saludo. ¡Ah! Y que sepas que no eres tan golfo cómo presumes... Que lo sepa el mundo. Bendita la parte humana que adorna tu medio cuerpo.
Estoy a punto de irme a la ducha: me dice Carlos (al que siempre llamé Carles) que me paso el día en la ducha o en la dicha. Hoy prometí traerlo a pasear por estas hojas perdidas. No tenemos la amistad suficiente, pero apuntamos maneras. ¿Quién nos lo iba a decir? Qué engañado está el mundo cuando lo mueven los que engañan... ¡Qué engañanada la vida cuando sólo escuchamos a los que engañanan!
Ibizan como horizonte... Y van diez años. Vicente, Elisa, Aure, Hugo, Cris, Aida, María, José, Aurora, Dani, Kone, Mabel, Manolo, Nico, Alejandro, Nuria, Águeda, Jorge, Chus, Toni, Ana, Manu, Alfredo, Ángeles, Gloria, Chano, Toñi, Sofi, Iván, Raquel, Gloria Redón, José, Moncho, David, Carol, Laura, Sergio, Laurita, Jesús, María, Alicia, Leo, Cristina, Pablo, Raúl, Gueguel, Luis, Belén, Paloma, María... Tantos momentos, tantas personas, tantos amigos, tantas noches, tantos soles... Ibiza se convierte este año, que van diez, en un santuario de amores adolescentes nunca confesados, de atardeceres al límite del paraíso, de esperanzas en el mañana que no se llegaron a cumplir, de momentos de felicidad difíciles de alcanzar... Ibiza siempre ha sido el paraíso, mi pequeño paraíso, y este año, por diez años seguidos de viajes se convierte en una cita especial en la que todavía no he empezado a depositar todas las ilusiones que tengo confiadas...
Puesta a punto en marcha. Se acaba la radio, se acaba el año, la tele esta misma noche y toca pensar en parar. Toca pensar en no pensar, en dejar de lado la vida y ponerse a vivir... Intentaré, como me ha dicho mi hermana cuando hemos traído sus plantas a mi casa, ir contando por estas hojas perdidas la emoción del aniversario para teneros al tanto... Os seguiré contando mis anécdotas, mis sueños, mis pesadillas, mis realidades camufladas y mis esperanzas para el pasado mañana. Os iré, como siempre, contando la vida... Ya sabéis que yo no cierro por vacaciones.
¿DÓNDE HEMOS DEJADO LAS PALABRAS...?
¿Dónde hemos dejado palabras como amor, amigo, amistad, cariño, alegría? ¿Dónde empezó el mar a teñirse de negro y a embestir fieramente contra las rocas de nuestros sentimientos? ¿Cuándo se oscureció tanto el cielo, sin darnos cuenta, que has dejado de pasear ahora por los caminos de tu felicidad por miedo a perderte en mitad de esta noche aciaga?
A menudo, en la vida, sin saber muy bien por qué, nos dejamos caer en mitad del camino como si estuviéramos rendidos quién sabe por qué... No podemos quedarnos dormidos mientras la nostalgia y el desgaste nos desahucian. Dormirse para soñar es estupendo, es algo que deberíamos de hacer cada segundo de aire que se nos cuela en la vida. Pero perdernos de lo que realmente importa en la vida y dejar que se pasen las horas como se nos puede escapar las olas del mar al intentar cazarlas en nuestras manos, no nos hará volver a ser felices.
Posiblemente hace tiempo que no le dijiste te quiero a alguien a quien amas, no dejaste sentir al amigo tu cariño sincero, no batallaste por dejar que la alegría te infectara con su jeringuilla de cómplice emoción. Y hay que hacerlo. Hay que decirle al corazón que siga batiendo con fuerza, como puede romperse una roca contra otra mayor. Hay que decirle a la vida que necesitamos de su brisa para seguir sintiendo que volamos. Hay que decirle al amor que se le ama y al amigo que el camino sólo podemos completarlo si nos acompaña cada día, a cada momento, a cada segundo...
Entre nuestros recuerdos, por un capricho de la memoria, se quedan siempre sujetos los mejores momentos que vivimos, aquellas esperanzas que nos regalaron un manto de alegría, aquellos anhelos que se convirtieron en nuestros sueños de hoy... Por eso, si nos empeñamos en apostar por la paz y la concordia, si nos dejamos empujar por la bondad y la voluntad, si caminamos de la mano con nuestra amistad y nuestro cariño
estamos condenados a ser felices de por vida...
Intenta ser un poco más feliz desde hoy. Comparte un poco más tu sonrisa y acaricia el viento que remueve tus penas. Siéntete un invitado a la fiesta de tu felicidad y regalános la mitad de tus sonrisas... nunca pienses que es demasiado tarde. Al revés, hoy es el principio del camino de toda tu alegría. Si quieres podemos andarlo juntos, si te apetece podemos compartirlo con el mundo entero, y entre los pequeños detalles y las grandes esperanzas, podemos hacer que se duerma el misterio que guarda tu felicidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...
-
Los árboles de otoño tienen la hoja caduca, pero su raíz sigue anclada al suelo, a la tierra, donde erguidos se crecen con el paso del tiemp...
-
Nunca dejo de remar, porque es lo que siempre aconsejo a tanta gente que quiero... Pero es verdad que hay días que son lunes absoluto...