domingo, 16 de octubre de 2011
CATARSIS (I)
De verdad que no sé por dónde empezar. Lo primero sería darle las gracias a Ángeles por su eterna complicidad, por creer en mí sin fronteras y empujarme al borde del abismo. Pero nuestra larga amistad ha conocido ya tantos agradecimientos que uno más quedaría manido, recurrente. Y la obra del viernes fue mucho más. Me dijo un día que quería escribir y le dije: "adelante". Ahora ya no sé si es mejor actriz que escritora, lo cual es un problema. Leí el primer papel en un avión a Galicia y pusimos sobre las mesas algunos detalles. El resto de días fueron del Ribeiro y del marisco, de las excursiones y las risas... Pero llegó el momento de ponerse manos a la obra (y nunca mejor dicho) y comenzó un calvario personal que acabó el viernes pasado en la Sala Flumen. He sufrido (mucho, mucho más de lo que os podáis pensar) ensayando la piel del egoísta Raúl, un ser maltratador y agresivo, sin sentimientos ni razones más allá del dolor y del ruido, yo que cada vez soy más del silencio.
Acabamos la obra y los aplausos traspasaron el telón del teatro y esposados salimos a saludar contra unos focos. No vi a nadie, me hubiera gustado ver qué caras había en el patio de butacas, pero estaba cegado, porque sabía que eran caras amigas. Me asfixiaba Raúl, aunque ya lo había sangrado. De repente había sangrado todo el dolor de muchos días de asfixia y salí del escenario rápido, diciendo a Ángeles un "venga, vámonos". No era por encontrarme a la gente en la calle, que fue brutalmente generosa en el cariño. Fue porque necesitaba salir de aquel escenario en el que había pasado cuarenta y cinco minutos de secuestro... No me secuestró sólo Esther, el servicial personaje de Ángeles. Me secuestré yo mismo por un momento y al acabar, al salir a la calle, al recibir el cariño y los abrazos, noté que me faltaba mucho aire para ser capaz de saber qué había pasado... Sólo me apetecía una copa, un silencio y amigos. Y es lo que tuve. A todas y todos: gracias.
Pero decía gracias a Ángeles porque ella creyó en mí mucho, desde el principio. Y me regaló un papelazo que al día siguiente despertó en mi una sensación: es la primera vez que me sentí actor. He hecho teatro otras veces, no ha sido el primer escenario, pero Raúl fue mucho más que antes. Con Raúl me sentí en otro papel, con sus gritos me alejé de mí mismo y por su agresividad no me reconocí bajo un pelo plateado en las sienes por magia del maquillaje. Ángeles me regaló a Raúl, que es un dardo envenenado, pero con tanto mimo y tanto cariño que me lo guardo ya para siempre como un tesoro. De verdad, no sé si sería capaz de volver a repetir esta obra. Me dolió mucho. Muchísimo... Pero me ha dado tanto, que es inevitable pensar en "La solució" como una antes y un después de muchas cosas...
Me halagaron (y mucho) los comentarios del numeroso público de nuestra obra. Pero me llegó al alma ver que algunos ni me dijeron lo más mínimo y sólo me abrazaron. Vicente me dio el abrazo de la noche sin decir nada y sentí cada palmada, cada abrazo, como una muestra de cariño que me quedaré para siempre... Me dijeron muchas cosas, me las dijeron además en un estado de shock que competía directamente con mi adrenalina disparada, pero sentí como los amigos que vinieron al teatro, estaban pseudogolpeados por un texto magistral que ha convertido a Ángeles Hernández en la escritora revelación de esta generación. Sigue escribiendo Ángeles, porque lo del viernes sólo fue un paso...
Alguien me escribió al día siguiente que la interpretación le había parecido "
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