DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 7.
"Veinte"
Vengo más tarde a escribir porque yo cualquier veinte de marzo habría venido más tarde a la vida... Yo no suelo dormir mucho, ni siquiera cuando trasnocho. Si mi cuerpo no se despierta es porque realmente está cansado. El veinte de marzo, como un reloj suizo, siempre lo está. Aunque hay una inercia en él que pide charanga y me empuja con cierta fuerza aún... El 21. El 21 es el día que realmente creo morir...
Me habría despertado con los ojos inyectados en ayer y recordaría el fuego, las calles vacías, la noche ahumada y las últimas palabras... Miraría el polar con ganas de lavadora y la acreditación del balcón me parecería antigua. Iría al baño, despacio, para no despertar a Audrey. Y volvería por el pasillo sintiendo el frío del mosaico en los pies cortados de tanto camino.
Hoy es veinte de marzo. Me despertó la alarma y no recordaba qué tenía que hacer. ¡Ir a comprar! Recordé... Escribí unos whatsapps, releí facebook y me metí a la ducha. Como tocaba a este veinte de marzo, la caldera no funcionaba. Me envolví en el albornoz, salí a la terraza y la reinicié. Y se arregló.
Elegí un suéter que no me quiera volver a poner en semanas. Con las mismas intenciones un pantalón. Y elegí un pañuelo para taparme la boca... Estuve a punto de coger aquél de la noche en Tsomoriri, la peor noche de mi vida, pero pensé que nada debía borrar aquél miedo ni ningún pañuelo merecía sumar una catástrofe como la de hoy... Y salí a la calle. Hay más personas que coches, más mascarillas que sonrisas... El Consum tiene una cola que dobla dos esquinas. Me mezclo en las calles buscando la verdulería y una carnicería. Guardo colas de un metro. El cielo esta espeso y el aire condensado. Amparo me devuelve la fe en el ser humano desde la puerta del ambulatorio. Y compro patatas. Los que estáis aquí no lo sabéis, algunos sí, estos seis días encerrado solo tenía ilusión por comprar patatas... Y las compro.
Cuando regreso a casa lo hago a marcha normal. Mi marcha normal siempre es andar rápido. Subo a casa. Me desnudo en la puerta y meto toda la ropa en una bolsa. Voy directo a la ducha. Salgo y limpio con cuidado mis gafas. Mis manos. Dejé el móvil cuando salí a la calle. Y vuelvo a vestirme con una camiseta que me regalo Moni y poco más... Bueno sí, le mando la foto de la camiseta a ella para que sepa que mi encierro, hoy, es con ellos. Por ser tan bonitos... Enciendo la tele y me recuerdo: "Jaime no has escrito". Y pienso si seguir haciéndolo...
Escribir los días de fallas era evocar días de todos, pero seguir con el "Diario de la Catarsis" sería tan solo contar mi cautiverio. Bueno, podría también contaros cómo me evado de él.. Y no sé qué hacer...
Hoy, veinte, escribo. Hoy sigue siendo un día de falleros. De resaca absoluta. Pero día nuestro... De echarnos de menos y esperarnos de más... Yo hoy, seguramente, habría comido en casa, la casa prestada, o en el mejor de los casos les habría convencido de ir a la playa... Echo de menos ver el mar.
Hace un año, casi un año, cuando me desesperé porque la vida no siempre es justa con uno, y mira que conmigo es generosa en las cosas buenas, me escapé unos días a Moncofa. Solo con mi soledad... Una tarde, me senté en las piedras y abrí una botella de vino blanco que había enfriado con toda la intención del mundo y la serví en un Duralex. Mi hermana me dijo que le hubiera cogido una de sus copas para bajármela, pero yo fui muy claro: "Hermana, el Duralex no se rompe". Aquella tarde aún la recuerdo, la tengo presente a menudo, solo sobre las piedras blancas sentado hasta que no las sientes, un pescador en la orilla, algunas gaviotas de un lado a otro y el fresco que trae el atardecer cuando el sol desaparece... Ese día miré al mar y me prometí ser feliz. Como esta nochevieja en Ibiza, cuando bajé las escaleras y miré de nuevo las olas. Y una vez más, mil promesas...
Miro al cielo y me consuelo... Allí donde él acaba, empieza mi mar. Mirándolo, casi escucho las olas, que me traen mis promesas al recuerdo...
Voy a dejaros ya. Ayer apagué mi móvil más horas y fue un acierto. Hoy me decido a limpiar. El ordenador de fotos, la casa de trastos, la memoria de malos recuerdos... Para eso vale este encierro. Para reiniciarse, aunque sea a collejas... Si escribo de nuevo, os contaré algunas de esas cosas que pienso limpiar...
Por lo pronto, suena Antonio Flores en casa. Me envuelvo las piernas frías con mi manta roja y pienso por dónde comenzar...
Al fin y al cabo, el día veinte, siempre es eso: pensar por dónde comenzar una vez más...
Feliz año nuevo a todos.
"Veinte"
Vengo más tarde a escribir porque yo cualquier veinte de marzo habría venido más tarde a la vida... Yo no suelo dormir mucho, ni siquiera cuando trasnocho. Si mi cuerpo no se despierta es porque realmente está cansado. El veinte de marzo, como un reloj suizo, siempre lo está. Aunque hay una inercia en él que pide charanga y me empuja con cierta fuerza aún... El 21. El 21 es el día que realmente creo morir...
Me habría despertado con los ojos inyectados en ayer y recordaría el fuego, las calles vacías, la noche ahumada y las últimas palabras... Miraría el polar con ganas de lavadora y la acreditación del balcón me parecería antigua. Iría al baño, despacio, para no despertar a Audrey. Y volvería por el pasillo sintiendo el frío del mosaico en los pies cortados de tanto camino.
Hoy es veinte de marzo. Me despertó la alarma y no recordaba qué tenía que hacer. ¡Ir a comprar! Recordé... Escribí unos whatsapps, releí facebook y me metí a la ducha. Como tocaba a este veinte de marzo, la caldera no funcionaba. Me envolví en el albornoz, salí a la terraza y la reinicié. Y se arregló.
Elegí un suéter que no me quiera volver a poner en semanas. Con las mismas intenciones un pantalón. Y elegí un pañuelo para taparme la boca... Estuve a punto de coger aquél de la noche en Tsomoriri, la peor noche de mi vida, pero pensé que nada debía borrar aquél miedo ni ningún pañuelo merecía sumar una catástrofe como la de hoy... Y salí a la calle. Hay más personas que coches, más mascarillas que sonrisas... El Consum tiene una cola que dobla dos esquinas. Me mezclo en las calles buscando la verdulería y una carnicería. Guardo colas de un metro. El cielo esta espeso y el aire condensado. Amparo me devuelve la fe en el ser humano desde la puerta del ambulatorio. Y compro patatas. Los que estáis aquí no lo sabéis, algunos sí, estos seis días encerrado solo tenía ilusión por comprar patatas... Y las compro.
Cuando regreso a casa lo hago a marcha normal. Mi marcha normal siempre es andar rápido. Subo a casa. Me desnudo en la puerta y meto toda la ropa en una bolsa. Voy directo a la ducha. Salgo y limpio con cuidado mis gafas. Mis manos. Dejé el móvil cuando salí a la calle. Y vuelvo a vestirme con una camiseta que me regalo Moni y poco más... Bueno sí, le mando la foto de la camiseta a ella para que sepa que mi encierro, hoy, es con ellos. Por ser tan bonitos... Enciendo la tele y me recuerdo: "Jaime no has escrito". Y pienso si seguir haciéndolo...
Escribir los días de fallas era evocar días de todos, pero seguir con el "Diario de la Catarsis" sería tan solo contar mi cautiverio. Bueno, podría también contaros cómo me evado de él.. Y no sé qué hacer...
Hoy, veinte, escribo. Hoy sigue siendo un día de falleros. De resaca absoluta. Pero día nuestro... De echarnos de menos y esperarnos de más... Yo hoy, seguramente, habría comido en casa, la casa prestada, o en el mejor de los casos les habría convencido de ir a la playa... Echo de menos ver el mar.
Hace un año, casi un año, cuando me desesperé porque la vida no siempre es justa con uno, y mira que conmigo es generosa en las cosas buenas, me escapé unos días a Moncofa. Solo con mi soledad... Una tarde, me senté en las piedras y abrí una botella de vino blanco que había enfriado con toda la intención del mundo y la serví en un Duralex. Mi hermana me dijo que le hubiera cogido una de sus copas para bajármela, pero yo fui muy claro: "Hermana, el Duralex no se rompe". Aquella tarde aún la recuerdo, la tengo presente a menudo, solo sobre las piedras blancas sentado hasta que no las sientes, un pescador en la orilla, algunas gaviotas de un lado a otro y el fresco que trae el atardecer cuando el sol desaparece... Ese día miré al mar y me prometí ser feliz. Como esta nochevieja en Ibiza, cuando bajé las escaleras y miré de nuevo las olas. Y una vez más, mil promesas...
Miro al cielo y me consuelo... Allí donde él acaba, empieza mi mar. Mirándolo, casi escucho las olas, que me traen mis promesas al recuerdo...
Voy a dejaros ya. Ayer apagué mi móvil más horas y fue un acierto. Hoy me decido a limpiar. El ordenador de fotos, la casa de trastos, la memoria de malos recuerdos... Para eso vale este encierro. Para reiniciarse, aunque sea a collejas... Si escribo de nuevo, os contaré algunas de esas cosas que pienso limpiar...
Por lo pronto, suena Antonio Flores en casa. Me envuelvo las piernas frías con mi manta roja y pienso por dónde comenzar...
Al fin y al cabo, el día veinte, siempre es eso: pensar por dónde comenzar una vez más...
Feliz año nuevo a todos.
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