lunes, 23 de marzo de 2020
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 10.
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 10.
"Goteras"
Los números redondos se celebran como los cumpleaños, los aniversarios, las fechas señaladas, las despedidas... Hoy el diario cumple diez capítulos; mucho más de lo que nunca pensé, porque nunca pensé por dónde andaría esto... Animan vuestros ánimos a diario y sigo. Seguimos. Suena en casa, "Bohemian Rhapsody". La agregó Alberto a la lista del Spotify. Y lo primero que pienso es que hay que ser muy generoso para regalar una canción así. Y lo segundo, en Hugo y nuestra adolescencia a golpe de Mercury... Luego en Teresa y Jorge. Pero lo primero, sin dudarlo, en Hugo y nuestra vida siempre compartida en distancias sin olvidos. Y si pienso un poco más en Acosta y dos butacas de cine... Por un momento ha dejado de llover. Lleva lloviendo desde anoche. Me gustaría decir que estuve escuchando la lluvia todas las horas o que la tormenta me quitó los sueños. Pero no ha habido tormenta. Solo un grifo abierto toda la noche que no escuché bajo mi nórdico y mis ensoñaciones. Hubo una época en que el solo sonido de la lluvia me rompía por dentro. Me condenaba. Fue una época negra donde las goteras que aparecían en mi casa eran el espejo de los agujeros que tenía mi alma. No lo pasé bien. Fueron unos días, ahora tan lejanos, que me costaba abrir una puerta o cerrar una conversación. Y la lluvia, siempre presente, se colaba en mi casa haciendo que mi dolor silenciado rasgase por entero mis días y mis noches, tan llenas de insomnio. Fue un momento muy duro de mi vida, que superé conmigo y con mi gente. Y me pongo primero no por mala educación, sino porque para salir de los hoyos, uno debe de ser el primero que tenga voluntad... Me reconcilié al tiempo con la lluvia. Incluso hace poco, pasados los años, me descubrí en casa celebrando el tintineo del agua caer. Anoche, al llover, "Patria" en mano, volví a pensar en su sonido. Yo era capaz de separar el sonido de la calle de las goteras que escondía mi talla con tal obsesión que hubiera acertado con un alfiler para que el agua cayese del todo... Fue una época muy oscura. Muy negra. Muy triste. Muy solitaria. Muy vacía... Que me empeñaré siempre en no volver a repetir. Por eso, hace poco, cuando sentí que el agua de nuevo podría venir a sacudirme por dentro, construí mi propio dique de contención y me negué a que una vez más las goteras me rasgaran de arriba abajo... Escribirlo hoy, desnudarme aquí, me reconforta. Lo conseguí. Aunque siempre exista el temor de volverlas a escuchar... [Ahora incluyo las "Habaneras de Cadiz" de Carlos Cano en la lista... para quien quiera escuchar. Y al escucharle recuerdo mis noches de La Habana, madrugando en el Malecón]. Ayer logré mantener el móvil apagado cuatro horas por la tarde y desde las diez de la noche. En su lugar, metí una siesta de dos horas (caí sobre el sofá con la intención de clavarlo en el suelo), algo de lectura y dos capítulos más de "El cuento de la criada". Ayer sentí que hice de mi domingo un domingo de los que hace muchos años que no tenía. Y por primera vez no me sentí culpable de no haber hecho gran cosa por los demás. Hay tanta actividad en mi vida, mi vida la de antes de la Pandemia, que cuando pasan las horas y no produzco me sacude una culpabilidad injusta que ayer no tuve. Catarsis... Por la mañana repetimos videoconferencia el equipo menorquín, y al vino blanco añadí unas patatas bravas que cociné por envidia a Acosta. Bajé la basura. Cambio mis zapatos. Envuelvo mi mano en una bolsa de plástico y cruzo la calle vacía, como si una bomba nuclear lo hubiera disparado todo. No hay personas a la diestra ni coches a la siniestra. Y al cruzar la calle recuerdo aquella salida de Delhi doce años atrás... "...A las tres de la madrugada nos levantamos, recogemos las maletas y nos trasladamos al aeropuerto de Delhi. La sensación es como estar huyendo de una guerra a mitad noche, como si cruzásemos Palestina a toda velocidad para evitar las bombas. El taxi arde sobre la autopista mientras esquiva los camiones. El calor es sofocante a primera hora del día. Y nosotros huimos despavoridos para coger el último avión que saldrá antes de que todo explote. Llegamos al aeropuerto, embarcamos a Leh (Laddach) y aterrizamos en un escenario dantesco de montañas interminables y ninguna vegetación. Suena Ray Charles. Georgia on my mind, mi canción. Y tomamos suelo. Al aterrizar estamos rodeados de militares que no permiten fotografiar ni grabar en vídeo. Armados te arrinconan hacia los autobuses para que llegues a la terminal, donde rellenas los impresos que te permiten como extranjero entrar en el Himalaya Occidental. No hace falta que os diga que me parece la experiencia, ¿verdad? Estamos viviendo a tope cada segundo, porque cada segundo que pierdas es un mundo. Esto es impresionante. Nos albergamos con una familia laddakhi, en su casa, una construcción típica tibetana desde la que se otea un horizonte impresionante. Todo esta aventura lo esta siendo: Impresionante. Al despertar de la siesta, hemos intentado aclimatarnos a la altura (es una condición dura, la verdad) y hemos aprovechado para visitar templos y monasterio. No puedo explicaros cómo ha sido... Por que os hagáis una idea: me enciendo un cigarro a cuatro mil metros de altura, de pie, sobre la nada, en un risco al que lleva un estrecho sendero por el que apenas caben los dos pies juntos. Atardece tras las extensas montañas del Himalaya, la luna lo cubre todo y las mezquitas de Leh llaman por los altavoces, desde abajo, a los fieles para que acudan a rezar. Es la puerta del Tibet. Un remanso de paz..." Lo releo. Y lo revivo hoy. Creo que en la India comencé a ser más yo. A superar miedos y a perder el vértigo que daban las goteras... Desde entonces me he medido cada evolución, cada sentimiento. Las he contado públicamente y he encontrado en escribir una terapia que hasta hoy siempre había sido más mía que compartida. Sin embargo, le encuentro ya el sabor a estas horas de escritura. Muchos me decís que ya venís a buscarlas. Yo, ya vengo a buscaros. A ver qué decís. Que sentís. Porque como le escribía a mi querido Rafa Martí, actor y voz, veis cosas que yo no alcanzo... En este repaso encontré ayer algo que me maravilló. El grito callado de Luz (¡Qué guapa eres jodida!) y el auxilio de Pepa, ofreciéndose a ayudarla en lo que necesitará... Me recordó a aquella infancia de patio de luces donde mi madre y Maruja se prestaban ayuda de ventana a ventana. Y pensé que esta pandemia nos está devolviendo a muchos mucha de la esencia perdida... A otros no, desde luego. A otros les condenará más aún. Pero ya lo dije antes, para salir de los hoyos, cuando suenan las goteras, los primeros que deben querer son los que han de salir... Me enterneció mucho el cruce de ayuda entre las dos. Como leer a mi padre decir que me lee cada día. "¿Qué haces?" me preguntó el bueno de Diego. "Nada, me he emocionado en casa... una chorrada". "No será una tontería cuando te ha emocionado" me corrige. "Pues tienes razón, Diego. Que hoy todavía no me había emocionado...". Y siguió el domingo. Con unas lágrimas que se fueron a la mar... bajo la lluvia. Antes, antes esas lágrimas eran goteras del alma...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14.
DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 14. "Bendita locura" En la limpieza de fotos, anoche, volvió a aparecer el bueno de Paulin...
-
Los árboles de otoño tienen la hoja caduca, pero su raíz sigue anclada al suelo, a la tierra, donde erguidos se crecen con el paso del tiemp...
-
Nunca dejo de remar, porque es lo que siempre aconsejo a tanta gente que quiero... Pero es verdad que hay días que son lunes absoluto...
No hay comentarios:
Publicar un comentario