martes, 24 de marzo de 2020

DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 11.



DIARIO DE UNA CATARSIS. Capítulo 11.
"Plomizo"

Desde que me enamoré de Ibiza dejé de lado aquel rincón y si apenas regresé dos, tres veces a lo sumo. En una de las escapadas finales regresé al lugar del primer romance, Cala Tarida, y quiso la suerte que no pudiéramos aparcar. Dimos una vuelta completa a la plaza que presenta el Club Cala Tarida, que en su día pasó a ser hotel para italianos, y buscando donde aparcar descubrimos, a mano derecha, una calle que primero bajaba y luego subía en esas montañas increíbles con que serpea la isla cuando se acerca al mar. (A mí siempre me gustó decir "la mar", como si fuera un marino absoluto. Pero lo había olvidado ya). Descubrimos en pleno ascenso la pizarra de un restaurante que ofrecía asado y siendo como era hora de comer - en vacaciones como en pandemia siempre es hora de comer - aparcamos y compartimos allí unas bebidas y unos platos. Por un momento sentí que estaba perdiendo horas de isla porque yo siempre he tenido una hiperactividad absoluta, pero soy de la generación donde los niños solo éramos "movidos" y no se nos diagnosticaba nada más. La tarde se fue haciendo gris frente a nosotros y la camarera nos dijo que la piscina que teníamos al lado estaba a nuestra disposición. Y yo, que siempre las he preferido a la arena de la playa, sentí que perderíamos la tarde... Y la perdimos. Recuerdo la piscina inmensa y de qué manera, sus azulejos oscuros reflejaban lo más tenebroso del cielo plomo. Decir plomizo era demasiado obvio. La piscina era profunda y negra, tan distinta a todo, que aquella tarde no iba a ser igual... Salté desde el fondo, por donde cruzaban los pasillos de la urbanización, y buceé hasta que los pulmones tocaron fondo. Salté hacia afuera, y cogiendo todo el impulso que quiso mi cuerpo, agarré el aire que no tenía...

Ayer casi me quedo sin aire. Se empeñó el lunes en serlo y desde primera hora me fue sacudiendo con la intención de asfixiarme. "No sé por qué siempre me pongo en lo peor" le confieso a JJ que anda ya patrullando "siempre colapso con lo mío". "Te pones en lo peor porque siempre que te pasan las cosas, te pasan todas juntas y no de una en una" me calma. Y le digo que sí y que voy a aprovechar esta cuarentena para corregirme... Sigo en mi empeño de que estos días sirvan de verdad para rematar lo que quiero. Recibí un mensaje que me sorprendió, otro que me alertó y un tercero que me convocó a una reunión a la que acudí con guantes y mascarilla. Las calles no estaban desiertas del todo, pero cruzarse media ciudad sin nadie enfrente nunca fue lo habitual. Menos aquí. Como el cielo ya andaba en su plomada - decir plomizo era demasiado obvio - el suelo era gris. Me entretuvo un pequeño dolor de cabeza por ausencia de calles y regresé a casa manteniendo la distancia de seguridad conmigo mismo. Me sorprendió contar más carteles infantiles en los balcones que cartones de "Se vende" y crucé la cola menos inmensa del super por la acera de enfrente, con tentación de no dejar nunca de andar. Llegué a casa, me desnudé y duché de nuevo. Me puse los pantalones y la camiseta que compré el día de la Santa para echar la siesta en casa de Angelita y preparé la comida. ¡Pum! La vitro colapsó. Se llevó por delante el horno y la nevera dejando la cocina sin luz. ¡Bien! Y aparecieron las nubes sombrías de mis propios temores, que son los peores. Quise hacer un drama de mi colapso y llamé al seguro. Les lloré un poco por videoconferencia a Javier (Javi) y le conté a Angelita y Juanjo. Y pensé... "No. No te pongas en lo peor. Ahora vendrá el electricista y lo arreglará". Pero aparecieron como lanceros sin tregua los pensamientos negros: cómo voy a cocinar, qué haré con la nevera tan llena, si por lo menos mi padre pudiera llevárselo a su congelador o casa de mi hermana, pero qué le digo al policía, que se me ha estropeado la nevera... Vamos, que quise montarme un martirio de vértigos borrosos. Y no. Me frené. Todo tiene solución. Todo pasará. Y lo que no tenga solución pues no se solucionará pero la vida no se acabará ahí...

Era yo. Hablándome a mí mismo. Convenciéndome de eso que tantas veces pregono a otros. Siempre estoy al rescate y cualquier cuestión de los demás la toreo con capote y verónicas. Podría conseguir un riñón para quién lo necesite (bien lo sabe Noelia, nunca como aquella noche) pero a veces romperme una uña me para la vida... Por eso, encendí la tele, puse otro capítulo de "El cuento de la criada" y esperé a que Miguel Ángel, el electricista resolviera mis demonios en menos de veinte minutos. "Qué bueno es saber" le dije... Y sonrió. Y sonrío. Cuando cerró la puerta un demonio infantil me dibujó una sonrisa en la cara. ¡Superado! Y se lo fui contando a los que me habían ido sirviendo de paño de lágrimas minutos antes... Luego también cuando recibí el mail que lamentablemente había predicho iba a llegar...

Me dio por hacer limpieza de fotos en el ordenador. Imposible abarcarlas todas, pero aparecieron recuerdos que fui enviando por whatsapp. Y en ellos encontré muchos de los viajes, de las andanzas, de las anécdotas, de lo vivido... Tuve terapia con Arantxa y Angelita antes de ponerme a sacudir los recuerdos. Y hablamos con calma y respetando los tiempos. Les repasé mi día. Y sí, Arantxa reconoció que el lunes quiso echarme un pulso. Pero ayer se lo gané. Hoy lo pienso y me siento mejor... "Hay que aprovechar este encierro para trabajar estas cosas" me dijo Juanjo por la tarde. Y le dije que sí, que estaba convencido. Que la catarsis sería completa... "Hemos venido a jugar Mayra". Cuántas veces habré dicho esta frase...

A las ocho salí a aplaudirle.

Ángeles y yo nos conocimos cuando después de dos años de ensayar con su hermana "Los ochenta son nuestros" de Ana Diosdado fuimos a representarla por única vez al teatro de La Misericordia, nombre fetén para la representación que hicimos... Si existe en la historia un amor a primera vista fue el nuestro. Pronto, Arantxa pasó a ser la hermana de Angelita. Y desde entonces venimos caminando la vida entera... No recuerdo haber reñido nunca con ella, de dejarnos de hablar, de abandonarnos, de olvidarnos... ¡Nunca! Yo le he reñido a ella. Ella ha cambiado sus cejas a Estado de Alarma en alguna ocasión. Pero nunca nos hemos abandonado porque sabemos que, cada uno como es, ¡Y somos tan distintos!, somos perfectos para equilibrar al otro... ¡Y todo lo que hemos pasado! Por eso, cuando Ángeles me envió el "Saludo Real" del que habíamos hablado días antes solo pude reír. Y aplaudirle en soledad. Yo le convencí de una cosa, porque ella se dejó convencer. Pero veo siempre cosas que ella no y ella me enseña las que yo no veo... Y como dijo Juanjo: "Hay que aprovechar este encierro para trabajar estas cosas". Que las trabajaré. Pero se me amontona la faena...

Colgué el vídeo en mi facebook y disfruté viendo como el mundo reconocía lo que yo siempre he visto en Ángeles: ser una fuera de serie está a la altura de pocas personas... Tenerla al lado, de unos pocos privilegiados... Yo uno. Uno en mayúsculas.

Por eso, cuando salté a coger aire, desde el oscuro agua, ella estaba al otro lado del objetivo, firme pulso, para cazar la foto del instante decisivo. Cada vez que he tenido que cogerlo, ella ha estado al otro lado... ¡Y eso lo hace todo distinto! Hasta cuando el cielo, egoísta absoluto, está a sus cosas tan pendiente de lancear las mías...

Sí. Recuerdo ese salto. El cielo estaba plomizo. Ver menos

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