martes, 27 de julio de 2010

¡CARACOLES!

Reconozco que me pudo la inercia. Por un momento anduve convencido de no ir. En Almenara, los padres de Ana invitaban a los amigos a unos caracoles (unos cuatro kilos, para ser más exactos, con su picante incluído. Y su vino tinto. Y la barra de pan...). Por un momento pensé en no ir al viaje, porque me sentía que no debía ir. Pero al final, sabiendo como sabéis que soy opté por ir. Me recogieron Nacho y Bárbara, que son dos gozadas de descubrimientos y para allí que nos fuimos. Nos encontramos primero a la madre de Ana, llegando a casa. Luego al padre en la cocina. Al rato llegaron Amparo y Vicente, que son otro regalazo. Y al rato, cuando nos estábamos poniendo el bañador, Ana y Jose.

Si la vida es justa, a mí me ha premiado más que a nadie. Jose es un amigazo en proyecto, porque creo que cada día que pasa es más vital en mi vida. Ana es espectacular: no se puede ser más guapa por dentro que esta mujer. Ellos me abrieron las puertas a conocer a Vicente, que tengo la sensación es un amigo de muchos años; que no. Y él a Amparo, que es otra mujer de belleza interior espectacular. Osea, que anduve felícisimo de saber la suerte de gente que me acompaña. No sé por qué. Pero es espectacular mi fortuna. El tesoro de amigos de mi patrimonio es de un valor incalculable. De verdad... Me siento tan contento de tener a gente como vosotros a mi alrededor...



Nos hicimos un baño y se nos cayó la noche. Cayeron también kilos de caracoles y de clochinas, y de albóndigas, y de comida por doquier,... Espectacular la cena, sin duda. Y las risas. Y la tormenta que iba llegando, y sus truenos, mis relámpagos,... Las gotas cayeron entonces como una sinfonía de lágrimas sobre los brazos, estirados a golpe de cloro, y al rato, como una cascada sobre nosotros. Y nos descalzamos. Y apoyamos nuestras vidas sobre el césped fresco de una noche de tormenta de verano... Espectacular. Feliz. Con una copa de ron preparado en la mano, sintiendo el hormigueo de una vida que vivo en plenitud.

Nos fuimos al agua. Y al rato a decidir qué hacíamos con nosotros mismos. Y fue la risa. Yo que me venía, me fui. El que se iba, se quedó. El que tenía que irse, marchó. Y el resto nos reorganizamos con la intención de seguir la felicidad que nos trajo el agua de tormenta...



Al final a Moncofa nos fuimos Vicente, Amparo, Bárbara y un servidor. Nos echamos unas risas camino de los chiringuitos, las duplicamos a la vuelta de la inexistencia de los mismos y nos hicimos un "trocotró" a los pies de una orquesta de fiesta de pueblo que está en fiestas... Nos fuimos al mirador y miramos. Y caminamos al coche y llegamos a casa. Apoyados sobre la madrugada, en la terraza, nos quedamos Vicente y yo hablando hasta que me venció el sueño. Y nos rendimos unas horas, con los ojos cerrados. Hasta que se hizo de día y nos fuimos a la playa. Y a comer al chiringuito, con Carol y Rafa, también. Y comimos de cine. Y sentí, allí, entre amigos que hace nada eran extraños absolutos, la felicidad acariciarme los brazos como una brisa intermitente, seductora.

Me fui en tren a Valencia. Calor. Y por la noche, a la punxà. Con Angelita. Con Sergi y Laura. Con Bravis y Carol. Con María José. Y con un sinfín de gente que hace que mi vida sea divertida y original. Me reí mucho con las barbaridades de Carabantes y me alegró ver a Boro y Elena. Y a Bea. Y a Gabi. Y eché la noche entre risas y bailes,... Hasta el fin de existencias.



Y luego, de madrugada al Blue Iguana. Y de aquí al Cyrano. Y fueron dos botellas de agua y un anuncio de sueño... Nos fuimos a dormir. Hasta enseguida. Hasta que la mañana nos recordó que era San Jaime, y lo celebraba en... ¡¡¡Moncofa!!! Así que, regresé a la playa como Sabina a sus zapatos viejos, y recogimos a Mercedes en Onda y entramos a la mar, con Edurne, que es una belleza de niña. La quiero tanto como ella a mí, o un poco más. Pero es que es la risa, un bombón. Un regalazo, que se hace mayor y que da unos abrazos que te rompen...



¿Sabéis lo que es tumbarse al sol con la pequeña Edurne, envuelta en una toalla, al lado, sobre el brazo, que te lo duerme sin querer y de vez en cuando se gira para decirte "tío, ¿sabes qué?"? Y entonces empieza su historia, que es una aventura, que emociona, que contagia, que alegra... ¡Caracoles! Qué dichoso soy...

Tengo unos amigos de primera. Una familia de bandera,... Y me siento feliz. Sólo con eso. Con eso y con la sensación de sentir los pies desnudos sobre el césped, una noche de tormenta...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una de las peores cosas que hay en la vida es no poder compartir una cerveza con tu amig@. Vivir tan rápido no es demasiado bueno y lo malo es querer buscar la intimidad de esa amistad ,de esa cerveza y que la otra persona no se de cuenta de la necesidad de compatir.
Disfruta junto a los tuyos

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